¿Por qué la escuela no prepara para la muerte?

¿Por qué la escuela no prepara para la muerte?

La muerte está presente en el currículo, pero no es suficiente.

Urilux via Getty Images

Por Agustín de la Herrán Gascón, profesor titular. pedagogo. Educación y formación, Universidad Autónoma de Madrid; y Pablo Rodríguez Herrero, profesor del Departamento de Pedagogía, Universidad Autónoma de Madrid:

Estos días se habla de los cambios que producirá el confinamiento y las medidas restrictivas de la población, por el contagio de la COVID-19. Son cambios de conciencia y de modelo, que alterarán ámbitos como la cultura, la filosofía o la economía. También se han sugerido cambios en la educación, aunque se han identificado con la educación virtual y a distancia. Pero apenas se encuentran referencias a una posible transformación educativa más profunda, que no sólo afecte a metodologías y a recursos, sino a objetivos y contenidos educativos.

¿Podría esta pandemia contribuir a la reflexión sobre la finalidad y el sentido de la educación? ¿Podría poner en evidencia debilidades formativas que hasta el momento se han ignorado casi absolutamente? Una de sus mayores flaquezas es la omisión de la conciencia de muerte y de finitud en la educación.

La pedagogía de la muerte, como disciplina que estudia la educación para una vida más consciente, que incluya por tanto la muerte, puede aportarnos algo de luz al respecto, en una doble vertiente: su inclusión curricular y el acompañamiento pedagógico desde la tutoría de los niños y adolescentes que pierden a un ser querido.

No obstante, una cuestión previa es si el sistema educativo actual educa o no teniendo en cuenta la muerte. Los artículos académicos ¿Está la muerte en el currículo español? y Inclusion of death in the curriculum of the Spanish Regions, que hemos publicado investigadores del proyecto I+D “Innovación e inclusión de la muerte en la educación”, responden a esta pregunta.

La investigación analizó la legislación vigente, que prescribe el currículo y la atención a la diversidad en el sistema educativo, tanto a nivel estatal como autonómico. A través del análisis de contenido y del discurso, se estudió la presencia de 20 términos seleccionados por expertos y relacionados con la muerte: ‘duelo’, ‘pérdida’, ‘suicidio’, ‘fallecimiento’, ‘despedida’, ‘recuerdo’, ‘tabú’, ‘acompañamiento’, ‘mortalidad’, ‘resiliencia’, ‘conciencia’, ‘finitud’, ‘biodiversidad’, ‘holocausto’, ‘existencial’, ‘ritual’, ‘extinción’, ‘guerra’, ‘genocidio’ y ‘muerte’.

De este estudio se puede concluir que la muerte está presente en el currículo español, porque es un fenómeno que satura la vida, y sería muy difícil desarrollar un currículo excluyendo la muerte.

Se pueden encontrar contenidos relacionados con la muerte desde educación infantil hasta bachillerato. Así, en infantil se introduce el ciclo vital o, en alguna comunidad autónoma, el acompañamiento en los procesos de despedida de los padres del período de acogida. En primaria se introduce el estudio del holocausto o la extinción en la naturaleza, y en secundaria se profundiza en temas relacionados con la pérdida de biodiversidad, las guerras, la literatura asociada al tabú y la muerte, o la filosofía de la finitud.

Sin embargo, no aparece ningún objetivo o fin educativo, ni competencias que, con claridad, introduzcan la educación que incluye la muerte, como se puede apreciar en la siguiente tabla:

Es decir, aunque se trate la muerte, no puede deducirse que se esté educando en la conciencia de muerte y de finitud, desde la perspectiva de los fines, principios pedagógicos y objetivos de cada etapa.

Tampoco se define que el hecho de que algún alumno o alumna haya perdido a un ser querido deba requerir algún tipo de respuesta educativa desde la tutoría. Tan solo en Canarias se reconoce que puede repercutir en su desarrollo.

La falta de una mayor conciencia de muerte puede responder aún a su carácter de tabú, a la falta de reflexión e indagación pedagógicas sobre este asunto, así como a la prioridad concedida a otros ámbitos y contenidos.

Nuestra educación parece padecer miopía epistémica, al polarizarse en lo cercano, lo contextual, lo inmediato, lo demandado y excluir, de facto, no sólo un tema tan trascendental como la muerte, sino otros retos formativos cuyo factor común es la educación de la conciencia.

Al menos desde las asignaturas y temas transversales naturalmente más relacionados con la muerte, se requiere un cambio curricular en el que se incluya la muerte, para aproximarnos a una verdadera educación del ser humano.

En definitiva, el sistema educativo español no educa para la muerte, cuando está en todas las esferas de la vida. El momento actual está asociado a pérdidas circunstanciales de costumbres, actividades, relaciones, etc… y a fallecimientos de seres queridos. Quizá esta situación pueda emplearse para ver más y mejor, para transformarse, a través de una educación que nos ayude a una mayor conciencia de vulnerabilidad, humanidad, unidad, atención a lo esencial o autoconocimiento.

El sistema educativo debería pensar no sólo en cómo hacer accesible la enseñanza cuando no se puede asistir a la escuela, sino también en cómo hacer para crecer más, para educarnos mejor todos, no sólo a los alumnos.

La conciencia de muerte puede ser un primer paso hacia un nuevo paradigma educativo y de desarrollo social. Su atención educativa natural resulta fundamental, si lo que se quiere es educar para la vida y para afrontar de forma lúcida y madura acontecimientos como el que hoy vivimos.