Por qué las elecciones de Israel pueden suponer un terremoto político (o dejarlo todo igual)

Por qué las elecciones de Israel pueden suponer un terremoto político (o dejarlo todo igual)

Netanyahu no logró formar una alianza sólida en abril y ahora se encuentra cuatro bloques enemigos que sólo quieren una cosa: desbancarlo del trono

Un judío ultraotodoxo camina en Jerusalén ante un cartel electoral del Likud, el partido de Benjamin Netanyahu, en el que aparece además el presidente de EEUU, Donald Trump.Ammar Awad / Reuters

Este martes, 17 de septiembre, Israel repite elecciones, las segundas del año. El pasado 9 de abril, los ciudadanos hicieron un reparto de votos que obligaba a la negociación, pero fue imposible llegar a acuerdo alguno y toca ir a las urnas de nuevo. Nunca había pasado algo así desde que se fundó el país, en 1948.

El Likud, partido del primer ministro Benjamin Netanyahu, ganó entonces 35 escaños, el mismo número que obtuvo la fuerza socialdemócrata Azul y Blanco, creada y dirigida por el exmilitar Benny Gantz. Al principio, las cosas no cambiaban, porque Netanyahu parecía tener aliados suficientes, pero el líder de Israel Beitenu, Avigdor Lieberman, se negó a poner sus escaños al servicio de una suma demasiado propensa a escuchar las exigencias de los religiosos. Y rompió la baraja. Parlamento disuelto, elecciones reconvocadas.

Ahora se espera, de nuevo, un ajustado choque entre esos dos líderes (con Lieberman de llave de cualquier mayoría en los 120 escaños de la Knesset), pero esta vez hay novedades: la derrota del mandatario más longevo del país (a sus 69 años, dirige el Gobierno desde 2009 y ya mandó en una legislatura previa, de 1996 a 1999) está más cerca, porque se han producido cuatro grandes y nuevas alianzas que, pese a la diferencia de los coaligados, tienen una meta común: sacar al Rey Bibi del trono. Las encuestas dicen que, por los pelos, pueden sumar y desbancar a su formación y a sus socios ultraderechistas y religiosos.

Por eso, ahora sí, estas elecciones no son algo anodino, un más de lo mismo, el sempiterno rodillo de Netanyahu -con más o menos muletas-. Ahora las cosas no es que puedan cambiar, es que van a cambiar. Si pierde, porque cambia la era y entramos en un tiempo nuevo, desconocido. Si gana, porque el primer ministro ha prometido aplicar una mano tan dura que, por fuerza, se va a producir una sacudida en Oriente Medio, tanto en el conflicto con los palestinos como en la espinosa relación con los países de la zona.

Lo que está en juego

Miremos primero dentro de las fronteras de Israel, las reconocidas internacionalmente y las asumidas sólo por Tel Aviv, es decir, las que incluyen el suelo ocupado palestino. Netanyahu ha lanzado varias promesas-fuerza en campaña electoral, en un intento de arrancar votos entre los más radicales, entre las que destaca la anexión de un 30% de los territorios palestinos de Cisjordania en el valle del Jordán si es reelegido.

Es un suelo esencial por sus recursos naturales (el agua) y de seguridad (la frontera con Jordania, al norte del Mar Muerto). El valle del Jordán es “un muro de defensa que será parte integrante de Israel (..) y que asegurará la presencia eterna de nuestras fuerzas armadas”, dijo literalmente Netanyahu.

Evidentemente, la medida ha sido recibida con indignación por el Gobierno palestino y por los estados árabes de la zona, incluyendo los que tienen acuerdos de paz con Israel (Jordania, Egipto) o estaban acercando relaciones con su Ejecutivo (Arabia Saudí).

Pero es que además Netanyahu ya ha anunciado que entrará en guerra con Gaza, porque no queda otro remedio, dice. “Una operación en Gaza podría ocurrir en cualquier momento, incluso cuatro días antes de las elecciones”, manifestó la pasada semana, tras el lanzamiento de varios cohetes desde la franja palestina por parte de milicias armadas. En el recuerdo, los tres últimos ataques de la última década (2008-2009, 2012, 2014), de consecuencias brutales para los civiles gazatíes.

También tiene previsto ampliar los asentamientos en Jerusalén Este y Cisjordania, en los que Naciones Unidas calcula que ya viven de forma ilegal unos 600.000 israelíes. El domingo aprobó la legalización de una colonia salvaje en la Cisjordania ocupada, llamada Mevoot Yericho. Y este lunes ha dicho que se va a anexionar el asentamiento de Kiryat Arba, junto a Hebrón (Cisjordania), más las colonias judías que están en el casco histórico de dicha ciudad, que es ejemplo de la ocupación en miniatura, con la Tumba de los Patriarcas -un lugar de enorme valor simbólico para musulmanes y judíos-, 200.000 palestinos sometidos al ejército y unos 800 colonos israelíes fuertemente protegidos.“El Gobierno sigue dando prueba de su desprecio por la solución con dos Estados”, previendo un Estado palestino viable que coexista con Israel, ha denunciado la ONG israelí Peace Now.

En política interna, está en juego además una mayor presencia de la religión en la vida política. Netanyahu no es especialmente un hombre de fe, pero necesita con ansia a los defensores de los ultraortodoxos. No ha sido claro al obligarles a prestar el servicio militar como cualquier otro hijo de vecino, mientras sí les ha dado concesiones en estos años (han tenido carteras como Educación o Interior) para gestionar a su antojo colonias, planes de estudio e inversiones extraordinarias en cosas tan básicas como los baños rituales de las mujeres (impuras) con la regla. Si sigue esta dinámica, el estado aconfesional y moderno puede quedar sólo en un recuerdo.

El amigo americano

Netanyahu es también el mejor amigo posible que tiene el Gobierno de EEUU en la zona y hace gala de ello incluso en la cartelería electoral, en la que usa una foto dando la mano a Donald Trump, sin rubor. Pese a que en las últimas semanas se ha visto poco arropado por sus amigos americanos, con ausencia de aplausos desde Washington de esos que en campaña son impagables, hay materias en las que siguen completamente alineados. Y otras en las que igual las tornas cambian sensiblemente.

Por ejemplo, es inminente la presentación del plan final de la Casa Blanca para poner paz con los palestinos, el llamado acuerdo del siglo en el que sólo los halcones pueden tener fe, que incluye una inversión millonaria en Palestina, para “construir” desde las oportunidades. O sea, dinero para dinamizar la economía sin reconocer ni un sólo derecho político: ni el estado soberano, ni la capitalidad de Jerusalén, ni el retorno de los refugiados, ni el fin de las colonias y la ocupación ni el reparto de recursos naturales. Una delegación israelí acabó viajando a Bahrein para escuchar las propuestas. Los palestinos ni fueron invitados.

Sin embargo, hay un nubarrón importante en las relaciones entre las dos naciones y se llama Irán. Tras la reunión del G-7 en Biarriz, hace tres semanas, en las que Francia dio la sorpresa llevando a mandatarios del régimen de los ayatolás para intentar rebajar la crisis provocada por la salida de EEUU del acuerdo nuclear de 2015, Trump dijo que estaba dispuesto a hablar nuevamente con Teherán y tratar de lograr un pacto mejor. Aceptaba, incluso, verse con su homólogo iraní, Hassan Rohani.

Netanyahu no puede estar más en contra de ese acercamiento. Sigue afirmando que Irán es el demonio, que su propósito es acabar con el estado de Israel y que es mejor atacarles que permitir que un día logren una bomba atómica. Estos movimientos diplomáticos dejan más solo al líder del Likud y un nuevo Gobierno podría rebajar la tensión, aunque eso él lo vende como “blandura” y “tibieza” frente al “demonio” de Teherán.

De hecho, un Netanyahu empoderado puede seguir, con la excusa iraní, calentando la zona a una escala mayor. Si desde que comenzó la guerra en Siria, en 2011, ya ha atacado reiteradamente objetivos en suelo sirio, supuestamente contra intereses iraníes -Teherán es, con Rusia, el principal aliado del régimen de Bachar el Assad-, ahora ha intensificado esos ataques y los ha llevado, además, a Líbano e Irak, persiguiendo por ejemplo oficinas de Hezbolá, la guerrilla libanesa prochií, arropada por Irán, denuncia Tel Aviv.

Israel sostiene que trata de impedir que Teherán mueva suministros militares a sus aliados. Por eso además ha trasladado más fuerzas a la frontera con Siria y Líbano, en un gesto que va mucho más de lo defensivo, y que es especialmente claro en plena campaña. La última guerra abierta entre Israel y Líbano tuvo lugar en 2006.

La corrupción, amenazando

Lieberman, que es un conservador de categoría, ha dicho a Netanyahu que sólo lo apoyará si abandona su alianza con los partidos ultraortodoxos. En su lugar, propone un gobierno de unidad nacional, apoyado también en la formación de Gantz. La condición esencial es que Netanyahu deje su lugar a otro dirigente del Likud. Que se vaya.

Y se lo reclama porque, entre otras cosas, el actual primer ministro está salpicado por la presunta corrupción. Ahora mismo, sobre él pesan tres cargos por fraude, abuso de confianza y soborno. El fiscal general del país, Avichai Madneblit, ya lo ha citado para comparecer en la primera semana de octubre, recién votado. Si no logra el Gobierno, si no se cubre con esa protección institucional, su destino puede ser el ala 19 de la cárcel de Maasiyahu, reservada a los exprimeros ministros, donde ya estuvo encerrado su antecesor, Ehud Olmert, por un escándalo inmobiliario.

Netanyahu necesita poder armar un gabinete e imponer una ley que lo escude de esas tribulaciones legales. Un aforado al que nadie puede tocar o un exmandatario vulnerable. La diferencia es brutal.

Este es el panorama

En resumen: en Israel hay 120 escaños en juego y una amalgama de partidos nunca vista. Estas son las fuerzas que pelean en este 17-S, una guía de la Agencia EFE, ideal para que no te pierdas:

-Likud: formación de Benjamin Netanyahu, primer ministro desde hace una década. De marcado corte conservador y con programa de economía liberal, ha ido integrando cada vez más los planteamientos de la ultraderecha, con la que gobierna. Ha agudizado su apoyo a la expansión de los asentamientos y la anexión de parte de Cisjordania, sin rechazar formalmente la solución de dos Estados. Sin definirse un partido confesional, se suele aliar con sectores ultraortodoxos o sionistas religiosos. Obtendría según las encuestas alrededor 32 escaños (obtuvo 35 en las pasadas elecciones de abril).

-Azul y blanco (Kajol Lavan): coalición opositora formada en febrero por la unión de Yesh Atid (Hay Futuro, de Yair Lapid), Resiliencia Israel (de Beni Gantz) y Telem. En abril empataron a 35 escaños con el Likud. El exjefe del Estado Mayor Gantz vuelve a liderar la candidatura, que ha supuesto una alternativa real a Netanyahu. Con varios exmilitares de alto rango entre sus principales figuras, se define como un partido de centro y socialmente inclusivo y en esta campaña ha intensificado su carácter laico. Obtendría según las encuestas alrededor 32 escaños (35 en abril).

  Benny Gantz, líder de Azul y Blanco, el pasado 15 de septiembre en un mitin, en Tel Aviv. Associated Press

-Israel Nuestro Hogar (Yisrael Beitenu): establecido por Avigdor Liberman en 1999, su base de votantes es la comunidad rusa (15% de la población) aunque busca otros apoyos. Tiene un carácter derechista y marcadamente laico. Obtendría según las encuestas alrededor de 11 escaños.

-Lista unida: el comunista Hadash, el árabe laico Taal, la Lista Árabe islamista conservadora y el nacionalista Al Balad se unen como en 2015 para recuperar el voto perdido en abril, cuando se presentaron en dos listas separadas. Representan al sector árabe de Israel, el 20% de la población. Apoyan la solución de dos estados, aunque alguna de las formaciones lo consideran un paso intermedio para la creación de un solo estado democrático. Obtendría según las encuestas alrededor de 10 escaños.

-Derecha (Yamina): es la alianza de los partidos ultraderechistas Hogar Judío, la Unión de Partidos de Derecha y Nueva Derecha, cuya líder, la exministra de Justicia Ayelet Shaked, encabeza la formación y propone mano dura contra Hamás en Gaza y la anexión de parte de Cisjordania. Obtendría según las encuestas alrededor de 10 escaños.

-Unión democrática: el nuevo líder del izquierdista Meretz, Nitzán Horowitz, encabeza esta alianza que incluye al Partido Verde, escindido del Laborista, y al Partido Democrático de Israel, recientemente creado por el exprimer ministro Ehud Barak. Propone negociaciones inmediatas con los palestinos sobre una solución de dos estados y revocación de la Ley del Estado Nación judía. Obtendría según las encuestas alrededor de 7 escaños.

-Judaísmo Unido de la Torá: representa a los judíos ultraortodoxos ashkenazíes (de origen europeo) y las cuestiones religiosas están en el centro de su programa, como preservar el carácter judío del Estado e impedir el reclutamiento de jóvenes que dedican su vida al estudio de la Torá. Su líder es Yaakov Litzman. Obtendría según las encuestas 7 escaños.

-Shas: encabezado por Arie Deri, ministro de Interior, representa a los judíos ultraortodoxos mizrahíes y su objetivo es fomentar el carácter judío del Estado. Obtendría según las encuestas 6 escaños.

-Laboristas: el Partido Laborista intenta recuperarse del descalabro que sufrió en abril (6 escaños) con la elección de un nuevo líder, Amir Peretz, que ha apostado por la unión con el partido de centro-derecha Guesher. Apoyan la solución de dos estados pero han minimizado sus posiciones con respecto a la cuestión palestina. Guesher se quedó fuera del Parlamento en las anteriores elecciones al no superar el 3.25%. Obtendría según las encuestas alrededor 5 escaños.

-Otzma Yehidit: Considerado extremista y racista, la mayoría de encuestas le dan un 2,9% de votos, lo que le dejaría fuera del Parlamento. Pero, si entra, acercaría al Likud a liderar una coalición de Gobierno con la derecha y los ultraortodoxos. Yamina intentó incluirle en la coalición, pero su líder, Itamar Ben Gvir, optó por presentarse en solitario.