¿Por qué odiamos las buenas noticias?
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¿Por qué odiamos las buenas noticias?

Con un millón de personas menos en el paro que hace tres años, una reducción de 200 puntos en la prima de riesgo y un ritmo de crecimiento económico que supera el 3% desde el segundo trimestre de 2015, la imagen que proyectan los medios prolonga su tono fúnebre, cuando no apocalíptico.

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Imagen: ISTOCK

El pasado 18 de mayo salió a la luz el último ranking QS, la clasificación que, junto con la que elaboran la Universidad de Shanghai y el Times Higher Education, constituyen los índices de referencia para medir a escala internacional la calidad de las universidades. Estos rankings se han hecho famosos dado que, cada vez que se publican, la prensa propaga a los cuatro vientos los males que acosan a nuestra formación, dado que ninguna universidad del país aparece entre las 150 mejores del mundo. No obstante, el citado ranking QS de mayo, relativo a los sistemas de educación superior tomados en su conjunto, no ha aparecido reflejado en ningún medio de comunicación español, cuando --curiosamente-- la clasificación muestra que España se sitúa en una dignísima undécima posición, por encima de países como Suecia, Bélgica, Italia, Taiwán, Israel o Sudáfrica.

Por supuesto, la clasificación se levanta sobre una metodología pública y rigurosa, basada en el rendimiento de los centros académicos, las posibilidades de acceso a la educación superior o la inversión nacional en el sistema. De ello se infiere que España, aun no contando con las universidades más punteras del mundo, puede presumir en cambio de un modelo eficaz, atractivo e igualitario, homologable al de naciones tan competitivas como Japón o Suiza.

Sumidos en el pan cotidiano de la desdicha, encima nos rasgamos las vestiduras cuando un periodista extranjero recoge en su medio la información negativa que lee en España, cosa por cierto que ya apenas sucede.

Así las cosas, asoma el interrogante: ¿cómo explicar que ni un solo medio de alcance español se haya hecho eco de la noticia? Es conocida la excusa entre los periodistas de que una buena noticia no es noticia, pero no hay más que navegar superficialmente por la red para constatar que en China, Reino Unido, Sudáfrica, Alemania o Colombia la información sí que ha tenido impacto y se recoge -con razón- en términos laudatorios. En consecuencia, a riesgo de abundar en el cliché, es inevitable llegar a la conclusión de que en España continuamos recreándonos en el derrotismo y no logramos zafarnos del mito decadentista de la leyenda negra.

Hace más de tres años tuve la oportunidad de dedicarle un artículo al tema, defendiendo el optimismo en un contexto todavía ciertamente de gran complejidad. Sin embargo, hoy, con un millón de personas menos en el paro que entonces, una reducción de 200 puntos en la prima de riesgo y un ritmo de crecimiento económico que supera el 3% desde el segundo trimestre de 2015, la imagen que proyectan los medios prolonga su tono fúnebre, cuando no apocalíptico.

Repásese como prueba el signo hegemónico de las noticias sobre España que viene suministrando la prensa en el pasado mes: índices amenazantes de riesgos de pobreza, previsiones catastrofistas sobre el futuro de nuestras pensiones, empobrecimiento fatídico de las clases medias (ojo, para el intervalo 2007-2013, precisión no detallada), asechanza de más ajustes exigidos por la Unión Europa, etc. Todas ellas constituyen sin duda informaciones relevantes; el problema es que no quedan ecuánimemente contrapesadas con otras tantas buenas noticias y apuntalan pues un imaginario siniestro en la ya de por sí tétrica mentalidad española. Y conste que las últimas semanas han proporcionado sobrados motivos de alegría, en tanto España ha vuelto a situarse en el top 5 mundial de países con mayor esperanza de vida y es el primero de la Unión Europa; el turismo se ha incrementado un 18% respecto a las cifras-récord de 2015; nos encontramos en el año que superaremos a Italia en PIB per cápita o los datos del paro de abril han registrado sus mejores resultados históricos, descontando los del año pasado (cuando la semana santa cayó en abril, no como en 2016). Pero, ¿qué cabecera dedicó su titular principal de portada a estos asuntos? Ninguna.

Sumidos en el pan cotidiano de la desdicha, encima nos rasgamos las vestiduras cuando un periodista extranjero recoge en su medio la información negativa que lee en España, cosa por cierto que ya apenas sucede. Y es que ahora hemos de acudir a la prensa internacional para -de acuerdo con los análisis del Instituto Elcano- verificar la realidad interna y alegrarnos así de la recuperación económica, de la fortaleza de los cuerpos de seguridad españoles en la lucha antiterrorista, del prestigio ejemplar de la Corona, del vanguardismo de nuestras empresas o de nuestro liderazgo mundial en energías renovables, sanidad, infraestructuras, moda o gastronomía. Pero, claro es, a estas buenas noticias no se las presta atención. Será que las odiamos.