Pornografía, violencia y deseo

Pornografía, violencia y deseo

Muchos hombres y mujeres tienen fantasías de violación, ¿quiere decir esto que les gustaría ser violados?

Passion in bed. African-american couple hands pulling white sheets in ecstasy, closeupProstock-Studio via Getty Images

No podemos escapar de la realidad que nos sugieren los cuerpos. Ni tampoco del deseo ni de la fantasía. Afirma la filósofa Judith Butler que “las categorías nos dicen más sobre la necesidad de categorizar los cuerpos que sobre los cuerpos mismos”. No puedo estar más de acuerdo: los cuerpos están para vivir su propio desarrollo en plenitud y no para estar sometidos al yugo y al arbitrio que la sociedad pretenda imponerles en cada momento de la historia.

La pornografía es un fiel reflejo de este pretendido campo de batalla. Todo lo que pone en el centro del debate al sexo y a los cuerpos genera tensión, también dentro de los movimientos de liberación y emancipación como el feminismo. Para intentar ordenar este complejo debate me gustaría comenzar haciendo una radical reivindicación del deseo y de su materialización en los pactos entre adultos, capaces y con capacidad de consentir y decidir. Criminalizar el deseo siempre ha sido una estrategia patriarcal para consolidar la hegemonía que el andrós tiene sobre el resto de cuerpos, realidades y contextos. Por eso precisamente es un arma poderosa para subvertir esta insistente hegemonía androcéntrica: es en el deseo donde se encuentra el principal caballo de Troya contra el patriarcado y es en las corporalidades donde reside una de sus más importantes manifestaciones.

Muchos hombres y mujeres tienen fantasías de violación, ¿quiere decir esto que les gustaría ser violados?

No podremos mantener un debate razonable sobre pornografía mientras no podamos diferenciar la ficción de la realidad, o la violencia de la representación de la misma. ¿Sería lo mismo el porno que una violación grabada y difundida? Seguro que rápidamente todos respondemos que no. Sin embargo, hay tesis que defienden que una violación grabada es de facto lo mismo que una escena porno violenta, negando así la capacidad de consentir entre adultos. Afirmar que porno violento y violación real son la misma cosa es menospreciar el profundo daño que genera una agresión sexual en la persona violada, es tanto como jugar a divertidos juegos teóricos que prefieren fomentar una construcción fantasmagórica de la realidad que profundizar en la realidad misma.

¿Es lo mismo la violencia que la representación de la violencia? ¿Es lo mismo ver un asesinato filmado que una escena violenta de Kill Bill? Me asustan las afirmaciones que deslizan que ambas cosas son sustancialmente la misma, sobre todo porque la historia nos da numerosos ejemplos del peligro que tienen las censuras sobre la libertad, y más concretamente, sobre la realidad de los cuerpos. Los libros del Marqués de Sade, Flaubert o Dumas, entre otros, fueron insistentemente prohibidos por teologías y totalitarismos esgrimiendo el mismo argumento: eran un peligro, fomentaban el pánico moral y reforzaban comportamientos contrarios al modelo del buen ciudadano. Muchos hombres y mujeres tienen fantasías de violación, ¿quiere decir esto que les gustaría ser violados? Rotundamente no. Quiere decir que les excita la idea de un juego pactado donde se simule ese hecho. Si obviamos la palabra simulación en esta frase, estamos deformando peligrosamente la realidad. En el deseo adulto y entre adultos, libre y pactado, otros deseos deberían tener poco que decir, pero la tendencia a categorizar los cuerpos, que diría Butler, es demasiado fuerte. Es en la imposición del propio deseo sobre otros donde podemos ver la verdadera violencia, es aquí donde se muestra todo el poder real de la hegemonía y no una mera representación ficcionada.

El enemigo no es el porno, ni siquiera el enemigo es la representación de la violencia; lo que debemos combatir son los intentos de colonización de la libertad

Me preocupa más lo que pasa detrás de las cámaras de la industria del porno que delante de ellas. Me preocupan más las condiciones laborales, sanitarias y las dinámicas de poder que se puedan generar detrás de las cámaras. Delante de las cámaras podemos ver pornografía de mejor o peor gusto o más o menos violenta, al igual que en la industria del cine no porno. Yo puedo decidir qué tipo de cine veo, o con qué género me siento más o menos cómodo. Incluso puedo combatir un tipo de cine y criticarlo, ¿pero censurarlo? ¿Pretender que por ejemplo el género de acción sea extinguido porque supuestamente refuerza comportamientos violentos en la sociedad? Es una idea verdaderamente aterradora, propia de mentalidades que defienden que solo es en el propio deseo donde reside un mundo feliz y más justo y que los deseos de otros no hacen otra cosa que reforzar una suerte de “anti-sociedad” embrutecida.

Nada escapa al pensamiento androcéntrico, tampoco el porno y lo que pasa en él. Pero si no reconocemos capacidad de agencia de los deseos que disienten del nuestro, estamos construyendo una sociedad basada en el pánico moral y en la violencia real. El enemigo no es el porno, ni siquiera el enemigo es la representación de la violencia; lo que debemos combatir son los intentos de colonización de la libertad, lo que debemos combatir son los intentos de categorización entre buenos y malos deseos, entre buenas y malas violencias.

Es en el deseo donde reside la fuerza para subvertir la hegemonía androcéntrica. Categorizar el deseo solo refuerza la violencia del andrós, esa de la que los cuerpos pretenden escapar.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Doctorando en Psicología por la Universitat Autònoma de Barcelona, en la línea de investigación "Poder, Subjetividad y Género". Activista por los Derechos Humanos. Máster en Intervención Psicológica por la UDIMA y Experto Universitario en Trastornos de la Personalidad por la misma universidad. Máster en Formación del Profesorado en UNED. Diplomado en Perspectiva de Géneros y Bioética Aplicada por la Universidad de Champagnat, Mendoza, Argentina. Formación de posgrado en violencia de género y participación en congresos internacionales de temática feminista, bioética, diversidad sexual y género. Dos veces portavoz de derechos del Organismo Internacional de Juventud para Iberoamérica, único organismo internacional público en materia de juventud en el mundo. Premio Cristina Esparza Martín 2020 en la categoría de Activista del año por su defensa de la igualdad de género y a favor de los derechos del colectivo LGTBI. Ha sido uno de los observadores internacionales coordinados por el centro de Derechos Humanos Zeferino Ladrillero para velar por el cumplimiento de la Ley de Amnistía del Estado de México.