Por qué voté a Ayuso (y lo volvería a hacer)

Por qué voté a Ayuso (y lo volvería a hacer)

Mi voto no era para ser más libres, era para conservar y cuidar lo que nos habíamos conseguido dar los madrileños para con nosotros a lo largo de los años.

José Luis Martínez-Almeida, Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado celebran la victoria electoral en Génova.  Marcos del Mazo via Getty Images

“Socialismo o libertad”, así fue como todo empezó. Este fue el germen de las elecciones vividas en Madrid el pasado 4 de mayo. Parecía seria la cosa, la presidenta Ayuso después haber celebrado Consejo de Gobierno y tras la que sería la primera automoción de censura de la historia —la de Ciudadanos en Murcia—, pedía en una convocatoria pública y con semblante serio a  los madrileños y madrileñas que eligiéramos el modelo de gobierno (y de forma de vida) que queríamos para Madrid, se negaba decía a que se torciera en los despachos la voluntad de los ciudadanos.

Pronto comprenderíamos que no eran unas elecciones autonómicas más, se producía la irrupción del líder de Podemos y hasta entonces vicepresidente segundo del Gobierno de España, Pablo Iglesias. La escenografía con la que Iglesias irrumpió en la campaña con su anuncio no tuvo precio, él sentado y escurrido en la silla de su despacho con un tiro de cámara que parecía el de un móvil mal apoyado en el bote de los bolis y grabado con la cámara frontal como si fuera un directo de Instagram más propio de los tiempos del confinamiento domiciliario del 2020, que el de un representante público. A todo esto hay que añadir la caricatura que el vicepresidente segundo hacía de si mismo como macho salvador feminista que venía a rescatar Madrid de las manos del fascismo. La capacidad literaria y dramática de Iglesias hacía que la opinión pública mira expectante a Madrid.

Llegados a este punto tuve la sensación de que estábamos ante las elecciones más transcendentes para nuestro territorio de los últimos años, el ahora lema de campaña “comunismo o libertad” tenía más sentido que nunca. Encima de la mesa se ponían dos modelos. Por un lado, el de Sánchez e Iglesias consistente en generar gasto público, colectivizar y diferenciar a las personas con etiquetas artificiales grupales y convertirlas en una cuota que dependiera del siempre magnánimo y piadoso Papá Estado que se nutre del dinero público, que de acuerdo con Carmen Calvo “no es de nadie”. Por otro, el modelo que desde hacía más de 25 años habíamos elegido los madrileños el cual consistía en dar oportunidades, bajar impuestos, dinamizar la región, desarrollar infraestructuras públicas y respetar lo que cada uno quisiera sin ningún tipo de tutelas.

A estas alturas de la temporada parecía que no tenía dudas sobre qué votaría y por qué el 4-M, igualmente pretendía hacer un ejercicio de reflexión y analizar la situación política de la región en la que he nacido y crecido, pero no me fue posible. Otros decidieron apresurarse y hacer públicamente ese análisis por mí. En la radiografía que hacían las fuerzas de la izquierda dibujaban una comunidad entre otras machista, homófoba, racista, tabernaria y como oiríamos un tiempo después berberechera del demonio. Estaba literalmente, y perdón por la expresión, flipando: no sabía de qué comunidad estaban hablando. Esta no era la región ni la ciudad en la que yo me había desarrollado personal y profesionalmente, eso era odio y profunda estigmatización social.

En la radiografía que hacían las fuerzas de la izquierda dibujaban una comunidad machista, homófoba, racista, tabernaria y berberechera

Nos querían hacer pasar a los ciudadanos y ciudadanas de Madrid por tabernarios-libertarios-viciosos (todo junto, de carrerilla y sin respirar) despojados de humanidad y con más puntos de vista en común con un antiguo comerciante fenicio más preocupado por sus ingresos que por la salud que con un ciudadano de la calle del siglo XXI y al que la pandemia le había golpeado de diferentes maneras y el cual estaba preocupado por su futuro. Era innegable que muchos y muchas, a pesar de llevar años viviendo en la comunidad que les había acogido con los brazos abiertos y sin hacerles ningún tipo de pregunta, no conocían Madrid ni a los madrileños. No conocían la tierra de la que uno se siente al día siguiente de llegar porque, tal y como dijo la presidenta Ayuso: se puede ser madrileño de Usera, madrileño de Málaga, madrileño de Venezuela, madrileño de Vallecas o madrileño de donde uno quiera ser.

Yo quería que Madrid siguiera siendo ese espacio de todos, de multiculturalidad, diversidad, prosperidad y libertad que había conocido desde que naciera en una clínica del barrio de Chamberí de 1994. No entendía por qué querían que Madrid dejara de ser Madrid. Me aterraba la idea de que me cambiaran el mejor lugar del mundo para vivir, que dejáramos de ser vanguardia y ese oasis de ideas y políticas liberales. Me encontraba ahora sí, en un punto de no retorno y con responsabilidad moral de luchar con mi voto por Madrid.

Yo quería que Madrid siguiera siendo ese espacio de todos, de multiculturalidad, diversidad, prosperidad y libertad

Ya había elegido papeleta, era la papeleta de esa mujer empoderada, libre y con más capacidad para decir verdad que muchos otros revestidos infinitamente con más poder. Mi voto no era para ser más libres, era para conservar y cuidar lo que nos habíamos conseguido dar los madrileños para con nosotros a lo largo de los años. Mi voto era para que el proyecto liderado por Isabel Natividad Díaz Ayuso y todas las mujeres y hombres que la acompañaban en la lista se convirtieran en guardianes de nuestra forma de entender, luchar y desarrollar la  vida.

Mi voto era un puntal más para afianzar el sistema liberal en el que se basa Madrid. Mi voto era gratitud por cómo había luchado por los madrileños durante la pandemia. Mi voto era un voto de ilusión. Mi voto era un grito de libertad individual para configurar mi vida como yo decida. Mi voto era, es y será por Madrid y sus libertades.