Posdemocracia
Los líderes políticos españoles han convertido la política democrática en el arte de la casquería.
Parece sensato pensar que la democracia es el régimen político menos malo que hemos inventado hasta el momento, bajo su amparo han surgido las libertades individuales y los derechos humanos. Las democracias liberales son un bien a proteger y a defender, incluso de sus propios representantes que, más veces de las que nos gustaría, instrumentalizan la democracia con fines que la acercan cada vez más a una plutocracia con tintes aristócratas.
Votar cada cuatro años no es suficiente para sustentar este régimen político de libertades. Y votar más no es señal de más democracia, a la vista están los ejemplos de Cataluña o de la propia España: cuatro elecciones en cuatro años. Cuando el voto se devalúa, la democracia se resiente y los líderes actuales, más próximos conceptualmente a la aristocracia que al demos, se muestran encantados con esta devaluación. Se muestran ufanos en los medios de comunicación, convencidos de que sus estados de ánimo y sus filias y fobias personales son relevantes para España y son pertinentes para la nación. Nuestros líderes se jactan impúdicamente de su propia irresponsabilidad ególatra. Han convertido el noble arte de la política en un lodazal, en un culebrón sin remedio; los líderes políticos españoles han convertido la política democrática en el arte de la casquería.
La democracia española ha entrado en otra fase: en la de la negación de sí misma, en la de esconderse de sí misma. Los partidos son, en este momento, el principal problema de la democracia, y ésta, a su vez, no puede sobrevivir sin los partidos políticos. Tenemos líderes que dicen hoy una cosa y mañana la contraria, sin problemas de conciencia; que buscan excusas para tapar su propia incapacidad para el diálogo, abonados a una política cortoplacista que nos arrastra, inevitablemente, hacia el abismo, hacia la parte de atrás de la democracia. Y este oxímoron en el que nos hallamos es una bomba con fecha de detonación que ningún partido, ningún líder quiere parar, porque, en el fondo, se encuentran hiperbólicamente cómodos en el caos y el tacticismo electoralista.
Líderes que toman decisiones en función de la demoscopia, del marketing o del gurú de turno mientras olvidan, obscenamente, que han sido elegidos para prestigiar las instituciones, para representar a la ciudadanía y para asegurar el progreso de la nación. Líderes que se comunican a través de la prensa, rehuyendo mirarse a la cara por temor a ver reflejada su mediocridad en los ojos del otro. Esos líderes tiene España. La posdemocracia, término que acuñó el politólogo Colin Crouch, ya está aquí. Bienvenida.