Presunción de inocencia: ¿juguete del feminismo?

Presunción de inocencia: ¿juguete del feminismo?

La ley está por encima de las emociones y acusaciones de los telespectadores.

La ministra de Igualdad, Irene Montero.Pablo Cuadra / WireImage

Para ahorrarle al lector el placer de entregarse tan pronto al ímpetu de sus prejuicios, voy a comenzar remitiéndole a mi artículo Feminismo para gente lenta para que descubra, si lo estima oportuno, cuáles son mis posiciones de partida en esta cuestión y desde las que, por tanto, estructuro mis reflexiones. El lector es libre, en todo caso, de seguir leyendo este artículo sin pasar por el otro, pues lo cierto es que si uno quiere indignarse sólo tiene que desearlo, así que tampoco hace falta que pierda yo el tiempo intentando poner algodones.

Resuena con fuerza el polvorín que hace poco volvió a poner sobre la mesa una cadena de televisión especializada en ejercitar las bajas pasiones y en entretener al pueblo con ellas: no es otra, la cuestión derivada de tal pirotecnia, que aquella que versa sobre la presunción de inocencia y su relación con el feminismo. El feminismo, huelga decirlo, posee sus propias variantes, sus propias corrientes internas, en función de dónde se ubican sus límites comprensivos y morales. Se parte de una necesidad común (la mujer precisa de los mismos derechos, trato y estatus que el hombre en toda circunstancia y ámbito, etc.) que luego se va ampliando, a medida que matices y problemas añadidos (racismo, por ejemplo) se incorporan al discurso.

Detenerse en esto sería tedioso e innecesario para el objetivo que me ocupa, así que lo dejaré todo en esta pregunta, ¿puede el feminismo abogar por la supresión de la presunción de inocencia, a través de la exposición y linchamiento público de personas no condenadas por tribunales competentes, y exigir a la vez nuestra aprobación como demócratas y defensores del Estado de derecho?

¿Puede el feminismo abogar por la supresión de la presunción de inocencia?

Los argumentos contra esta opción dentro del feminismo, postura asumida con naturalidad por determinados sectores del mismo —la ministra Irene Montero resulta paradigmática a este triste respecto—, suelen ser demasiado específicos, circunscritos a lo eventual, por lo que creo que, si se amplía su alcance, se percibirá con mayor precisión lo injusto de esta preferencia: quien no respeta el Estado de derecho no puede preocuparse, proteger ni defender a las mujeres. ¿Por qué algo tan obvio, cabe preguntarse, resulta tan difícil de ver? Prefiriendo no pensar, las personas solo pueden ser absorbidas por sus emociones, y las emociones, todos lo sabemos, no resuelven problemas. A veces, incluso, sucede con ellas lo contrario.

Veamos entonces un argumento más simple y manifiesto que evidencia sin aspavientos las implicaciones antidemocráticas de esta postura que es, incluso, antifeminista, por no decir que está en contra del artículo 11 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. ¿Puede el feminismo ir en contra de los Derechos Humanos? Por lo visto, en un ridículo paroxismo, algunos doctrinarios y doctrinarias creen que debe ser así.

Todos convendremos en que ser feminista y no ser demócrata resulta descabellado, pues el único régimen político que permite a la mujer alcanzar un estatus de igualdad es precisamente este. Así que ha de asumirse que el feminismo es compatible, soluble en un Estado democrático, o lo que es lo mismo a efectos prácticos, compatible de arriba abajo con un Estado de derecho, pues que el pueblo elija a sus representantes sin que exista, además, como vital complemento estructural, un corpus de leyes u ordenamiento jurídico que garantice sus derechos y libertades sólo tendría de democrático lo que la etimología pueda aportarle.

El Estado de Derecho comprende, como uno de los elementos nucleares de su seguridad jurídica, la presunción de inocencia, es decir, que uno es inocente hasta que un juez, con todas las garantías legales, determine lo contrario. ¿Qué significa esto? Que la ley está por encima de las emociones y acusaciones de los telespectadores, que el honor personal está por encima del tuit, que el respeto a las personas está por encima de las instituciones más vocingleras y de sus políticos más devotamente mediocres.

La ley está por encima de las emociones y acusaciones de los telespectadores

Cuando se introduce en la causa feminista esta vocación antidemocrática, como sucede con el desprecio a la presunción de inocencia, debemos advertir y denunciar que quien aboga por ello no intenta otra cosa que hundir desde dentro el trabajo de tantas mujeres y hombres que no han querido abandonar la razón y la coherencia de luchar para el establecimiento de los derechos y libertades de todos los ciudadanos, como miembros iguales de una sociedad política garantista, sabiendo que la lucha del feminismo consiste, o bien en ampliar y mejorar las políticas ya existentes, o bien en conservarlas frente a los ataques que puedan recibir.

Por tanto, si la cordura abandona el feminismo, el feminismo será un enemigo de la democracia y de los Derechos Humanos. ¿Tienen que sentirse las mujeres obligadas a aceptar semejante arbitrariedad y rebajamiento por parte de una exaltada facción del feminismo? Las mujeres, igual que la presunción de inocencia, no pueden ser el juguete de nadie, ni siquiera de las buenas intenciones.