Prostitución: ¿qué es? Políticas sobre el estado ideal

Prostitución: ¿qué es? Políticas sobre el estado ideal

La prostitución es una práctica especialmente delicada, por tanto, porque puede hacer mucho daño a mucha gente. Por eso es conveniente trabajar en aras de una política de vigilancia, cuyo objetivo sea que sólo las personas para las que la prostitución sea, efectivamente, un trabajo entre otros, lleguen a ejercerla.

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Foto: EFE

En la cuestión de la prostitución hay dos posturas que parecen abrirse paso dentro del debate más o menos racional. Una es la que se conoce como "feminismo radical", que considera a la prostitución un mal que erradicar, ya que se trata de una forma de violencia hacia las mujeres y una forma de perpetuar el patriarcado imperante. Las mujeres prostitutas se ven obligadas a ceder su autonomía, con lo que son silenciadas y explotadas. La mera existencia de la prostitución, por otra parte, hace daño al global de las mujeres, ya que reafirma la visión patriarcal de la mujer como supeditada al deseo masculino. La segunda postura es la liberal. Si el feminismo radical considera que la prostitución es una forma de dominación, y por lo tanto, un mal en sí mismo, la postura liberal sostiene que todos los males que rodean a la prostitución derivan de cómo nuestras sociedades tratan a las prostitutas: estigmatizándolas, marginalizándolas, y dejándolas en manos de individuos sin escrúpulos. La prostitución en sí misma no es dañina. Si nuestras sociedades fueran capaces de levantar los múltiples tabúes que rodean al sexo, y sobre todo, al sexo pagado, comprobaríamos que la prostitución no es más que un trabajo entre otros, con sus pros (se hace bastante dinero) y sus contras (es un trabajo bastante expuesto).

El llamado feminismo radical sostiene que el estado ideal hacia el que hemos de dar pasos implica la desaparición de la prostitución. Los medios posibles son dos: prohibición, o abolición a la sueca. El liberalismo, por su parte, entiende que el estado ideal se alcanzará cuando la prostitución sea tratada efectivamente como un trabajo más. La política que seguir, en su caso, es la regularización (Alemania) o la completa descriminalización (Nueva Zelanda). Ninguna de estas dos posturas, a mi juicio, acierta con el diagnóstico ni con el objetivo. El feminismo radical tiene un problema leve con la existencia de la prostitución masculina, y uno grave con las mujeres que ejercen libremente la prostitución, que desean seguir ejerciéndola, y que no se consideran ni silenciadas ni convertidas en objetos -tal vez ejercen de objeto en su trabajo, como mucha otra gente, pero tal cosa no niega a las personas en su totalidad-. No se puede acusar a estas mujeres de tener "falsa conciencia", así como tampoco es legítimo, en ausencia de algún otro argumento, impedirles hacer lo que quieren hacer (por medio de la prohibición o penalizando a sus clientes).

El liberalismo, por su parte, exagera las similitudes de la prostitución con otros trabajos. Las estadísticas revelan que el índice de estrés postraumático y otras enfermedades mentales permanentes entre las prostitutas es muy alto (se pueden encontrar referencias en el artículo al que ligo más abajo). La idea de los liberales es que estos números se deben exclusivamente a la estigmatización y la marginalización asociadas a la prostitución. Sin embargo, buena parte del daño asociado a la prostitución deriva de lo que significa prostituirse. La prostitución no es necesariamente dañina, o no lo es en sí misma, pero puede ser muy dañina para alguna gente. Es diferencialmente dañina. El sexo no es vivido de la misma manera por todo el mundo. El feminismo radical insiste en que las relaciones sexuales son las relaciones más íntimas que hay. Pero esto sólo es cierto para algunas personas. Otras no otorgan excesivo significado al sexo, o, al menos, no siempre lo hacen. Para este segundo grupo de personas, obtener dinero a cambio de sexo puede no ser problemático en absoluto. Sin embargo, para el primer grupo de personas, para las que el sexo es un acto íntimo y especialmente significativo, la prostitución, legal o no, puede tener los efectos propios de los abusos sexuales (estrés postraumático, negatividad, falta total de autoestima...). Hay numerosos testimonios de prostitutas de todos los niveles que confirman que la prostitución puede ser así de dañina (de nuevo, remito al artículo que cito abajo).

Por otra parte, a esta dimensión cualitativa del riesgo asociado a la prostitución, hay que sumarle una dimensión cuantitativa: otro tipo de prácticas o profesiones pueden tener efectos muy nocivos sobre la salud mental, pero estas prácticas o profesiones no están al alcance de tanta gente como lo está la prostitución. La prostitución es una práctica especialmente delicada, por tanto, porque puede hacer mucho daño a mucha gente. En casos así, como argumento en el artículo "Prostitution and the Ideal State: A Defense of a Policy of Vigilance", publicado en Ethical Theory and Moral Practice, es conveniente trabajar en aras de una política de vigilancia, cuyo objetivo sea que sólo las personas para las que la prostitución sea, efectivamente, un trabajo entre otros, lleguen a ejercerla. Para ello, deberíamos poner en marcha protocolos semejantes a los que hay, por ejemplo, en el caso de la donación de órganos, de tal modo que nos aseguremos de que quien ejerce, o va a ejercer, la prostitución, lo hace realmente porque es su genuino deseo hacerlo (cosa que conllevaría tomar un decisión acerca de la edad mínima a la que puede ejercerse la prostitución). Asimismo, nuestras sociedades deberían hacer lo posible para que la salida sea lo más fácil posible para aquellas y aquellos para los que la prostitución puede ser una fuente de sufrimiento. Uno de los problemas que afrontan los y las prostitutas es que resulta muy complicado dejar el sector. Para remediar esto, deberíamos ofrecerles opciones, ayuda, e integración reales.