PSOE y Ciudadanos o la recuperación del consenso

PSOE y Ciudadanos o la recuperación del consenso

5c9acb20240000f7054f55af

Se acerca un ciclón electoral que puede acabar haciendo (más) añicos (todavía) el sistema político que conocemos, fruto del consenso constitucional fraguado en la Transición y del proceso de integración progresiva en la Unión Europea. Algunas de las grandes cuestiones resueltas en estos momentos corren el riesgo de volver a ponerse en cuestión (la organización territorial del Estado, ciertos fundamentos del régimen democrático representativo, la propia integración europea, algunos derechos individuales, etc.). Es una amenaza proveniente de distintos flancos, a la izquierda y a la derecha, dentro y fuera de España.

Si nos fijamos en la dimensión interna, a poco que nos esforcemos podremos constatar que el amplio y celebrado consenso de la Transición, que, en lo fundamental, pervivió hasta hace pocos años, se ha transformado hoy en día en un radical disenso entre prácticamente todas las fuerzas políticas. Un disenso romo, de trazo grueso, que representa un insulto para cierta sensibilidad proclive al matiz y una inteligencia ajena al burdo sectarismo.

Lo peor que le puede pasar a un país es que quienes ostentan la representación democrática provoquen la división o, peor aún, el enfrentamiento social. Una sociedad profundamente dividida o, peor aún, visceralmente enfrentada, suele ser el preludio de un inevitable drama. Si los representantes animan al conflicto, en lugar de resolverlo o tratarlo por medios deliberativos e institucionales, es muy probable que una significativa mayoría social acabe siguiéndolos. Y cuando el choque político termina convirtiéndose en enfrentamiento social ya sabemos lo que pasa. Por eso es preciso reconducir ciertas derivas polarizadoras a fin de recomponer amplios consensos políticos y sociales.

Esa ineludible labor pasa por buscar una mayoría política y social suficiente que sea capaz de encontrarse en un terreno en el que se pueda sentir cómoda, sin perjuicio de que vayan a ser inevitables ciertas renuncias por parte de todos los implicados. Ahora mismo parece que ese acuerdo solo podría producirse, de dar los números, entre el PSOE y Ciudadanos, porque habiendo diferencias importantes entre ellos, no tienen por qué ser insuperables, como si lo son las que se dan con otros partidos políticos. La alternativa a ese acuerdo, salvo sorpresas, pasa o bien por validar democráticamente a una fuerza política de extrema derecha que se sitúa a todas luces en el frentismo y alejada del pacto constitucional, o bien por construir un frankenstein dominado por la confusión y la división, ingredientes que caracterizan la forma de ser y actuar del populismo disolvente y el nacionalismo separatista, negadores ambos de ese mismo pacto constitucional.

Evidentemente, ni PSOE ni, especialmente, Ciudadanos, como hemos comprobado ya, van a reconocer la conveniencia de ese acuerdo en plena campaña electoral, pero bien harían en dejar alguna puerta abierta para que el mismo pueda acabar produciéndose, si es que finalmente los números acompañan. Es lo mejor que le podría pasar al país, porque, más allá de los sueños irredentos o identitarios de cada uno, hoy España necesita política y socialmente reconstruir el consenso constitucional que se ha perdido en los últimos años, a fin de poder hacer frente a los serios retos y desafíos que tiene por delante (desigualdad social, pobreza infantil, desempleo, pensiones, reconversión económica, crisis territorial, etc.).

Y es que quien piense que su sueño de un paraíso de izquierdas o de derechas es todavía, o ahora más que nunca, realizable, es probable que cuando despierte descubra que la pesadilla ya está aquí.

Por eso, pese a que todos somos conscientes de que pedirle a un dirigente político que piense en el Estado antes que en su partido, o en sí mismo, es casi tan difícil como pedirle peras al olmo, no podemos renunciar a exigir algo así a los señores Pedro Sánchez y Albert Rivera, a la vista de que no cabe albergar ninguna esperanza con los líderes de los otros tres partidos nacionales con posibilidades de obtener representación parlamentaria, pues se encuentran situados en posiciones extremas radicalmente enfrentadas.

Si Pedro Sánchez y el PSOE apuestan por una mayoría de izquierdas tienen que ser conscientes de que para conseguirlo, con toda probabilidad, van a tener que pagar un precio muy alto a determinados partidos populistas y nacionalistas-separatistas, que ya sabemos cómo se las gastan y a qué aspiran (valgan como ejemplos suficientemente significativos la reciente ruptura del Pacto de Toledo por parte de Podemos y la contumaz vulneración del Estado de Derecho por parte del independentismo catalán). En el mejor de los casos podría ser una victoria muy pírrica que podría acabar en la paralización de la acción de gobierno o, peor aún, en la temida división social.

Por su parte, si Albert Rivera y Ciudadanos finalmente apuestan, como dicen, por una mayoría de derechas tienen también que ser conscientes de que para alcanzarla tendrán que abonar un precio asimismo excesivo: el de legitimar la existencia de un partido populista y nacionalista de extrema derecha que puede acabar incendiando el país, y que además es un apestado para los partidos de las grandes familias políticas europeas con pedigrí democrático. Y ya se sabe que la peste se contagia a quien anda cerca de ella.

Cualquier alternativa tiene sus riesgos, pero en estos momentos lo que más riesgo tiene es soñar y creer que los sueños acabarán convirtiéndose en realidad. Por eso, en estos dos meses electorales que se nos echan encima, antes que desear felices sueños a sus señorías, como ciudadanos comprometidos con la cosa pública, nos corresponde exigirles que sean muy conscientes de la realidad a la que nos enfrentamos, y que actúen en consecuencia. Es decir, no pensando en su partido, o en sí mismos, sino en el país. Es lo que diferencia a un “politicucho de tres al cuarto” de un hombre (o mujer) de Estado. Veremos.

 

Síguenos también en el Facebook de El HuffPost Blogs