¿Qué nos cuentan los candidatos con la ropa que se ponen?

¿Qué nos cuentan los candidatos con la ropa que se ponen?

No es nada casual.

Cuando Susana Díaz salió a hablar ante la prensa tras los resultados electorales de las últimas elecciones andaluzas llevaba una cazadora verde, el color de comunidad. No era casual. La primera foto del Consejo de Ministros estaba plagada de rojo: el traje de Carmen Calvo, la corbata de Pedro Sánchez... Tampoco era casualidad. No lo es que Pablo Casado ni se acerque a los trajes holgados y gris marengo que llevaba Mariano Rajoy, ni que Albert Rivera suela dejar la corbata en casa y tire de americana.

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Lo que vestimos, incluidos los candidatos a la Presidencia del Gobierno, dice mucho de nosotros, especialmente en una primera impresión. “La forma de vestir es muy importante en la percepción”, explica Jorge Santiago, director del Máster en Asesoramiento de Imagen y Consultoría Política de la Universidad Camilo José Cela, a El HuffPost. Para él la indumentaria “posiciona el mensaje” e influye en “las expectativas” que la gente tiene de una persona. “Puedes ir vestido con un chándal y el contenido de lo que dices es el mismo pero la credibilidad no es la misma”, apunta.

Para Luis Arroyo, fundador de Asesores de Comunicación Pública y que trabajó para la campaña de Rodríguez Zapatero, “el atuendo es la señal más clara de la tribu a la que perteneces o quieres pertenecer”. Desde su experiencia la indumentaria es un elemento básico para la imagen del político, “no el más importante pero sugiere cosas, aunque en el caso de los candidatos españoles no mucho porque van muy parecidos”. 

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El asesor insiste en que “no hay nada destacable que se salga de la norma”. Para él Pablo Iglesias sí lo hizo hace unos años con sus camisas de Alcampo, su coleta y su mochila. “Van todos cortados por el mismo patrón, incluso Abascal. Aquí no hablamos de ningún Evo Morales”. El único que para él ha intentado innovar un poco es Pedro Sánchez, que se ha dejado ver con camisas de cuadros en algunos mítines y en tonos rosas como en su encuentro con Barack Obama —que se convirtió en un icono gracias a su frescura— en Sevilla. “Lo que empieza a ser preocupante es la confusión entre Pablo Casado y Albert Rivera, no soy capaz de situarlos”, confiesa refiriéndose tanto a forma como a fondo. 

A pesar de que todos tiran de conservadurismo, ¿puede contarnos algo sobre ellos lo que visten los candidatos? Jorge Santiago cree que sí.  “Pablo Iglesias por ejemplo es más desenfadado, de la calle, está fuera del estándar habitual de político tradicional en España para el que el traje es la norma”, explica. Arroyo tiene una opinión parecida: “Él es consciente de que no puede prescindir de su aspecto físico: de su coleta y la vestimenta más informal”. Y aunque el traje es prenda obligada en muchos actos de la vida política, especialmente para el presidente del Gobierno, ambos expertos coinciden en que no se debe forzar, como en el caso de Iglesias.  

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“Lo que no puede hacer un candidato es cambiar de estilo de golpe”, defiende Santiago, algo que comparte Arroyo, quién asegura que “el atuendo tiene que ser coherente con el personaje”. ”El objetivo no es ponerle un traje de Hugo Boss a Pablo Iglesias, por muy bonito que sea el traje”, sentencia. 

¿Y el presidente del Gobierno? ¿Tiene margen para arriesgar? “Intenta mantenerse informal utilizando camisa y americana, pero lleva más el traje que el resto de candidatos, simplemente por una mera cuestión de cargo y protocolo”, explica Santiago. Y aprueba el examen con nota: “Es el que lo lleva con más naturalidad. Va con traje como si nada, muy cómodo”. 

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Desde que llegara a la Moncloa en junio del año pasado, Sánchez ha cambiado un poco su estilo por una cuestión protocolaria pero cuando era secretario del PSOE popularizó una prenda: la camisa blanca. La llevaba como un uniforme, habitualmente con vaqueros oscuros, y parecía que era del gusto de otros socialdemócratas europeos por aquel entonces como Manuel Valls y Matteo Renzi.

Para Santiago es una buena prenda, y Sánchez “se lo puede permitir porque tiene planta”. El profesor apunta que es “lo más serio después del azul, pero también lo más elegante. Te viste, te da luz, te eleva”.

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Cuando Pablo Casado se hizo con la Secretaría General del PP se abrió la veda y comenzaron a sucederse las bromas sobre que él y Albert Rivera son prácticamente la misma persona. Pues bien, parece que en cuestión de estilo también se parecen. Ambos tiran de americana para mantener un tono sobrio pero alejando un poco del traje, algo compatible con su edad. Quizás la evidencia más claras e este parecido razonable se materializó el día que se acudieron a dos actos de la campaña andaluza, uno en Sevilla y otro en Huelva, vestidos exactamente igual: americana oscura, camisa blanca y jersey granate.

“Casado quiere quitarle conservadurismo al partido, alejarlo de la imagen de político del siglo XX que tenía Rajoy. El tiene otro estilo en todos los sentidos y al final la imagen del candidato es la imagen del partido”, explica Santiago.

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Ambos expertos coinciden en que no hay colores recomendados o vetados, pero reconocen que los tonos azules y grises son una apuesta segura y que los colores cálidos son más difíciles de combinar. Son los que más le gustan a Pablo Casado que ha hecho de la corbata verde una de sus prendas fetiche y ya la ha llevado en todas las formas y gamas posibles.

Lo que sí apuntan Santiago y Arroyo es que los colores del partido tienen peso, algo que es claro en el caso de Pedro Sánchez, que suele apostar por la corbata roja, y que Rivera, por ejemplo, tiene más difícil por el color naranja de Ciudadanos. La prenda por la que sí ha apostado el líder de la formación naranja es el jersey de cuello alto que ha estado por todas partes este invierno.

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En resumen, lo que eligen cada mañana los candidatos en el armario es conservador, similar y correcto para la labor que desempeñan. No es desde luego excitante, quizás tampoco debería serlo, y desde luego no es tan trepidante como está siendo la política española en los últimos años pero puede que sí sea un paralelismo con el desierto de ideas. En palabras de Luis Arroyo: “Es poco sexy”.