¿Qué pasa con las maletas que se pierden en los aeropuertos?

¿Qué pasa con las maletas que se pierden en los aeropuertos?

Pueden acabar en tus manos o en una aldea senegalesa.

CARLOS PINA

Entre aviones y aeropuertos se pierde mucho más que tiempo. Hay muchas cosas que emprenden los viajes pero nunca llegan a su destino o a su lugar de origen. El libro que te hizo más ameno las horas de vuelo, la cámara de fotos que dejaste olvidada con las prisas en el asiento mientras esperabas el checking o, más común, la maleta con los modelitos de la fiesta a la que ibas, los souvenirs para tus padres o ese chollo que encontraste en la tienda de barrio. Millones de objetos extraviados que nunca volverán a las manos de sus dueños.

Según el informe sobre Equipaje 2018 de SITA (Société Internationale de Télécommunications Aéronautiques), en 2017 se perdieron o retrasaron –manejo incorrecto–  22,7 millones de maletas, una proporción de seis por cada 1.000 pasajeros. La mayoría regresan a sus dueños, pero no todas.

Si alguna vez te has parado a pensar qué pasa con esos objetos, tenemos la respuesta. Hasta no hace mucho, transcurrido el tiempo reglamentario para que los clientes reclamaran –hasta 21 días por retrasos– y tras pasar por los filtros pertinentes –seguridad, aduanas, etc–, ese material se acumulaba en un almacén hasta que llegaba la hora de salir al mercado (de nuevo). Entonces se organizaba por lotes, se establecían unos días para que los interesados pudieran acercarse a verlos y se fijaba la fecha de subasta. Como oyen: los objetos extraviados en los aviones y aeropuertos acababan siendo subastados.

Esta desconocida dinámica, que incluso puede parecer extravagante, no solo ha funcionado en España. En Estados Unidos, por ejemplo, hay hasta un programa de televisión sobre ello –Baggage Battles (en español, Batallas de equipaje)–.

Pero esto, decíamos, sucedía hasta hace no mucho. Desde 2015, el material extraviado en aviones y aeropuertos va a parar a Colmenar Viejo, una localidad del área metropolitana de Madrid donde residen unas 50.000 personas. En concreto, al centro de reciclaje solidario de Envera. Aquí, aunque no lo parezca, comienza el verdadero viaje de todos esos objetos.

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Cada semana llegan a este punto unos cuatro palés embalados con cientos de objetos. Marta, una de las cuatro personas que trabajan en este lugar, no sabe, ni sabrá nunca, a quiénes pertenecieron. Por sus manos han pasado cientos de maletas y bolsos extraviados en aviones y aeropuertos que nunca fueron reclamados y que, tras pasar el plazo legal, pasan a pertenecer a Envera, una entidad sin ánimo de lucro que lucha por la integración sociolaboral de las personas con discapacidad.

Para Marta y sus tres compañeros de trabajo cada cremallera abre las puertas a una nueva aventura. “Nunca sabemos lo que puede haber dentro de un equipaje”. Y es que los enormes bultos esconden cientos de sorpresas. Imaginen: pasajeros que se mudan a una nueva ciudad, otros que vuelven de un viaje de estudios, los hay que se mueven por trabajo, para participar en una gira de conciertos o en un campeonato internacional. Y con ellos, en cada movimiento, ropa, material deportivo, juguetes, cuadros, comida...

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Desde máscaras africanas a la bota de Ricardinho

Según cuenta esta empleada, lo más exótico son los instrumentos musicales. A la habitación rectangular donde trabajan, llena de cajas y estanterías, han llegado objetos de todas las partes del mundo. La anécdota más destacada es, quizá, la que originó el descubrimiento de la Bota de Oro de fútbol sala. El equipo de Envera investigó su procedencia y, aunque en ese momento era de su propiedad, decidió devolverla su dueño: Ricardinho, el jugador portugués del Inter Movistar.

Pero volver a las manos de los propietarios no es el final más repetido de estos objetos. Envera les da una segunda vida. ¿Dónde? Quizá en tus manos o en las de un niño senegalés.

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El trabajo de este centro de reciclaje, que después de la época veraniega llega hasta a triplicar su carga, se centra en clasificar todo el material. Pasado ese filtro, muchos de los objetos pasan al segundo eslabón de la cadena y se trasladan a Envera Punto de Inclusión, un espacio solidario que aglomera información sobre la labor de la asociación, actividades en las que las personas con discapacidad son los protagonistas y la venta de los productos que consideran en perfecto estado.

En concreto, son tres las tiendas físicas en las que puedes encontrar el material nuevo que guardan las maletas: en los centros comerciales madrileños de Islazul –Carabanchel– y Ciudad de la Imagen –Boadilla del Monte– y en el vallisoletano Parquesol.

La variedad y los precios bajos son los principales atractivos de estos establecimientos donde los clientes pueden encontrar desde ropa de Valentino o Dolce&Gabbana hasta originales souvenirs de los lugares más recónditos del planeta, pasando por carritos de bebé, trípodes o libros en cualquier idioma. Los beneficios se utilizan para sostener los servicios que ofrece Envera.

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Un trabajo en red

Pero todo el material no sale a la venta. Envera tiene convenios de colaboración con diferentes organizaciones no gubernamentales, como SEPLA Ayuda, Voluntarios por África o Mundo Justo. Precisamente, en unas semanas, cinco voluntarios de esta última entidad partirán a una aldea senegalesa cargados con las maletas que les han preparado los trabajadores del centro de reciclaje. “Es un trabajo en red”, resume Virginia Ródenas, responsable de comunicación de Envera.

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Envera, una miniciudad

El centro de reciclaje ocupa una minúscula proporción de Envera, donde reina un eslogan poderoso: “Todos podemos ser los mejores en algo”. Envera es mucho más que maletas, es una miniciudad hecha por y para las personas con alguna discapacidad.

El objetivo es cubrir todas sus necesidades y conseguir su plena inclusión a través del empleo –da trabajo a más de 500 personas–. Para lo primero, ofrecen Atención Temprana a los niños de cero a seis años y formación –desde apoyo hasta preparación de oposiciones o prácticas profesionales–. Además, disponen de un centro ocupacional, un servicio de inserción laboral, un centro de día y residencias especializadas o actividades deportivas. Incluso tienen un huerto agroecológico.

Para lo segundo, además de los servicios de formación e inserción específicos, dan servicios a empresas de manipulado, lavandería, gestión documental o outsourcing.

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