Lo que significó Pablo Iglesias para mi generación

Lo que significó Pablo Iglesias para mi generación

Se le puede odiar, rechazar, apoyar o admirar, pero está claro que Iglesias abrió el camino para que la política de la calle no estuviese tan alejada del Congreso.

Mitin de Pablo Iglesias en BadalonaGetty Images

Tenía 18 años en 2011 y fue en la acampada del 15-M, rodeada de activistas y jóvenes combativos, donde decidí estudiar Ciencias Políticas. Cientos de personas juntas habían tomado la plaza más emblemática de Madrid con miles de propuestas para cambiar el mundo y mi yo adolescente quería saber qué había provocado esa movilización. Aún no había sido víctima de contratos basura ni de alquileres por las nubes. Eso llegó más tarde y me hizo comprender la rabia que se respiraba en la Puerta del Sol. 

Fue un año después, durante el primer año de universidad, cuando descubrí a Pablo Iglesias. No, no estudié en Somosaguas, sino en la Universidad Autónoma, donde se comparte facultad con Derecho y los alumnos estaban -al menos entonces- mucho menos politizados que en otros campus. Mi compañera Cris me puso un vídeo de ‘La Tuerka’ en el que un tipo con coleta y pendientes hablaba claramente de lo que nos afectaba a los jóvenes, de un sistema podrido o de la falta de expectativas. No tenía problemas entonces en señalar a los poderosos desde su canal de Youtube y hablar del verdadero “poder de la gente”. A muchos en clase nos tenía enganchados.

A muchos en la universidad nos tenía enganchados

Después, empezó a aparecer en algún que otro programa de televisión, en algún medio de comunicación… Y en 2014 decidió hacer una consulta ciudadana para presentarse a las elecciones europeas por un nuevo partido: Podemos. Desde la casa en la que estaba de Erasmus en Inglaterra llamé a una periodista de mi entorno cercano y le advertí: “Echa un ojo a esta gente, que son potentes”. Los resultados de los comicios lo corroboraban: los de Iglesias dieron la sorpresa y consiguieron cinco escaños. Empezaba entonces una andadura política que nació de los restos del 15M y de la que algunos pensamos -inocentes- que solucionaría parte de nuestros problemas. Que sería capaz de vencer a un sistema capitalista que nos devoraba. Se nos abría a los jóvenes una posibilidad política real de cambiar las cosas a través de las herramientas que ese sistema y la democracia nos daban.

Seis años después, Pablo Iglesias se convertía en vicepresidente del Gobierno. Los hijos del 15-M llegaban a la Moncloa de la mano de Pedro Sánchez. En sólo cinco años, la política había dado un vuelco descomunal: del “PSOE, PP, la misma mierda es”, que se gritaba en el 15-M a una coalición de Gobierno que prometía regular las subidas del alquiler, actuar en clave feminista y ecologista o estar del lado de los desfavorecidos. Y en ese Gobierno, en lo más alto del poder político del país, estaba ese señor que hacía vídeos de Youtube señalando a las élites. El establishment, ‘la casta’, había caído. 

Muchos no le perdonaron que la palabra “casta” saliese de un día para otro de su vocabulario

Pero decepcionó. Porque no podía ser de otra manera. Decepcionó más de una, y de dos, y de tres veces. Muchos criticaron que tenía que deconstruirse su machismo y su ego a pesar de declararse feminista, otros no entendieron que dejase Vallecas por Galapagar y muchos otros no le perdonaron que la palabra “casta” saliese de un día para otro de su vocabulario porque empezaba a formar parte, de alguna manera, de la misma. Nos dimos cuenta de que no bastaba con llegar a la Moncloa para cambiar las cosas de raíz. 

Iglesias ha vivido cómo el poder, además de hacerte más poderoso, también ata las manos de quien molesta a los que todavía son más poderosos que tú. Las propuestas de las miles de personas que estábamos en Sol dando la cara en 2011 se diluyeron en un acuerdo de Gobierno del que se han cumplido algunos puntos pero ni siquiera se ha llegado a la regulación del precio del alquiler. 

Mientras el líder de Podemos se despedía de sus cargos políticos este martes tras su debacle electoral en Madrid, me vino a la cabeza una de las primeras frases que nos dijo el politólogo Fernando Vallespín en clase: “Muchas veces, la política, es elegir entre dos malas decisiones”. Iglesias prometió meter en esa ecuación la “buena decisión” y era aspirar muy alto. No “asaltó los cielos”, pero sí la conciencia de miles de votantes, convencidos de que había muchas cosas que se podían cambiar. Les dio la oportunidad de volver a ilusionarse con la política. 

Ahora deja sus cargos políticos. Pero, como él mismo ha repetido en muchas ocasiones, la política también se hace en la calle. Y, se le puede odiar, rechazar, apoyar o admirar, pero está claro que Iglesias abrió el camino para que ese tipo de política no estuviese tan alejada del Congreso.