Pete Buttigieg, el cambio generacional llamando a las puertas de la Casa Blanca

Pete Buttigieg, el cambio generacional llamando a las puertas de la Casa Blanca

El precandidato demócrata, ganador en los 'caucus' de Iowa, parece rompedor por su edad y su homosexualidad, pero su política es centrista y nada radical

Pete Buttigieg tiene por divisa un refrán afgano: “El río se hace gota a gota”. Lo aprendió cuando estuvo destinado como militar en el país asiático y lo ha aplicado concienzudamente en su carrera política: sin ruido, dólar a dólar y simpatizante a simpatizante, este alcalde del Medio Oeste se ha convertido en un serio aspirante a encabezar la candidatura de su partido, el Demócrata, a la presidencia de EEUU. Su inesperada victoria en los caucus de Iowa de esta semana ha sido la definitiva consagración de un hombre que lleva meses al alza, lejos del establishment del partido y los hilos que se mueven en Washington.

Es un espécimen único entre los aspirantes: aporta a la carrera demócrata su juventud, 38 años (de ganar en las elecciones de noviembre se convertiría en el mandatario más joven de la historia del país), su homosexualidad declarada (está felizmente casado desde 2018 con un maestro de su pueblo) y su ambición, entre descarada y loca, de querer dar el salto desde una Alcaldía de 100.000 habitantes a lo más alto de la política mundial, sin metas intermedias. “Soy un zurdo-maltés-estadounidense-episcopal-gay-millenial-veterano de guerra”, resume jocoso, consciente de la originalidad de su perfil.

Profundamente cristiano, en lo ideológico se muestra moderado y centrista, algo que le desmarca de la corriente más a la izquierda que se ha hecho fuerte en estas primarias de su formación, con nombres como los de los senadores Bernie Sanders o Elizabeth Warren. Hasta tal punto huye del binomio derecha-izquierda que en su web ni cita a los demócratas en portada ni usa el burro que es el símbolo del partido. Personalista, pues, y con un lema claro: “Pete, un nuevo tipo de líder que reúna a los estadounidenses para resolver nuestros desafíos urgentes”.

De dónde viene

Peter Paul Montgomery Buttigieg (South Bend, Indiana, 19 de enero de 1982) es un niño de familia acomodada, de una ciudad postindustrial cargada de problemas laborales y raciales. Es hijo de dos profesores (traductor y lingüista) de la Universidad de Notre Dame, ella local de quinta generación, él maltés emigrado, ambos “apasionados” de la política. Siempre vivió en un barrio residencial, el mismo en el que hoy comparte su vida con su esposo, el profesor de Secundaria Chasten Glezman (casi tan querido y seguido en redes como el político, en franca competencia con sus perros adoptados, Truman y Buddy).

  Pete Buttigieg y su esposo, Chasten Buttigieg, junto a la madre del político, Jennifer Anne Montgomery, el 3 de febrero de 2020 en Des Moines.Tom Brenner via Getty Images

Un crío estudioso y aplicado que en el último año de instituto fue delegado de clase y ganó un concurso de la Biblioteca John F. Kennedy con un trabajo sobre uno de sus rivales de hoy: Sanders. “Un ejemplo sobresaliente e inspirador de integridad”, escribió entonces.

Ha tenido una educación de élite: ha estudiado en Harvard, donde se graduó cum laude en Historia y Literatura, y en Oxford (Reino Unido), donde estuvo gracias a una beca durísima de lograr que le amplió sus estudios en Filosofía, Política y Economía, la triple que tienen David Cameron o Benazir Bhutto, la que estudia ahora Malala Yousafzai.

Aunque de pequeño quería ser piloto, Buttigieg orientó su carrera profesional a la política. “Su corazón estaba en el servicio público”, como enfatiza su perfil oficial. Siendo aún estudiante, fue pasante en campañas de congresistas locales y ayudante de investigación en medios como la NBC. Trabajó, en escalafones muy bajos, en las campañas de John Kerry y Barack Obama, y luego se hizo consultor en bufetes cercanos al Partido Demócrata en Washington y en Chicago.

En 2010 quiso ser Tesorero del Estado de Indiana por los demócratas, pero perdió. Apostó entonces por volver a casa e intentarlo desde abajo: en noviembre de 2011 fue elegido alcalde de South Bend. Cuatro años más tarde, ganó cómodamente la reelección con más del 80% de los votos.

No se conformaba con mandar en su ciudad y en 2017 se postuló como jefe del Comité Nacional Demócrata. Un paso ambicioso que le salió mal pero que hizo saltar su rostro y su apellido (ese impronunciable que él desglosa fonéticamente en exitosas camisetas de propaganda: boot edge edge, o sea, but ech ech) a los titulares nacionales. No vieron mal en su partido que hubiera savia nueva peleando por el poder.

En 2015, otro gesto lo había hecho ya copar portadas, en un entorno más próximo: a través de una columna en un diario local, explicó que era homosexual, un paso que cargó de normalidad en un momento de agresiones, discriminaciones e intentos de cambios de leyes retrógradas. Contó que su primer amor databa de los 12 años, que llegó a imponerse citas con mujeres, que hasta la universidad no supo bien lo que sentía.

El alcalde Pete ni hace alarde de sus preferencias ni las oculta. “Ser gay no ha tenido ninguna incidencia en mis trabajos en el sector privado, en el Ejército o en mi rol actual como alcalde. No me hace mejor o peor a la hora de manejar una hoja de cálculo, un rifle, una reunión de un comité o de contratar a alguien”, escribió. Fue el primer mandatario local de su estado en contar públicamente algo tan natural.

Esa referencia al Ejército de EEUU tiene que ver con su estancia de siete meses en Afganistán como reservista, para la que pidió un permiso en mitad de su mandato. Formó parte de la Inteligencia Táctica de la Armada y regresó a su país condecorado y con el rango de teniente. Otro punto a su favor, cuando los últimos candidatos y presidentes, desde George Bush padre, no han vestido el uniforme.

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Animado por su entorno y, sobre todo, por su esposo, el 23 de enero del año pasado se presentó como uno de los más de 20 candidatos demócratas que querían aspirar a la candidatura a la Casa Blanca en este 2020. Parecía uno más, sin mucho futuro. Pero no.

Su empuje le ha hecho imponerse sobre los nombres más asentados. Eso, y su estampa de chico listo, reconocen sus asesores: un buen chaval cristiano practicante, que trufa sus discursos de citas bíblicas, aplicado y trabajadoz, que habla ocho idiomas -inglés, noruego, francés, español, italiano, maltés, árabe y persa dari-, toca el piano, tiene el Ulises de James Joyce como su libro favorito y apenas arrastra el defecto de morderse las uñas. (Para saber más, su biografía, Shortest Way Home).

Su faceta de gestor: lo bueno y lo malo

¿Qué ha hecho hasta ahora Buttigieg como alcalde? Los datos dicen que su gestión ha sido buena, de ahí el enorme respaldo popular de los últimos comicios, aunque también ha tenido algunos patinazos que, de cara a la presidencia del país, pueden ser problemáticos.

Vamos con lo bueno: durante sus años como regidor, y según datos aportados a El HuffPost por su comité de campaña, los ingresos por hogar han subido un 31%, la pobreza se ha reducido en un tercio y el desempleo ha bajado a la mitad. La clave del cambio ha estado en una apuesta por la economía vinculada a la tecnología (al big data, en concreto) y en convenios de inversión público-privada. Él ha entregado las primeras tarjetas de todo el estado para identificar a migrantes sin papeles y darles protección básica.

Problema: desde el primer momento, el apoyo de los votantes negros fue muy bajo (1%) y no logró arrancar mejores datos, entre otras cosas, por dos polémicas serias. La primera, cuando echó al primer jefe de policía afroamericano de la ciudad por la grabación ilegal de una serie de llamadas (se le acusó de discriminación) y la segunda, porque hubo un tiroteo en el que un agente blanco mató a un vecino negro y la comunidad entendió que no se depuraron responsabilidades como era debido, que el alcalde no estuvo con ellos.

Sus constantes ausencias para emprender proyectos personales, como el de Afganistán o su escalada con los demócratas, le ha generado también algunas críticas. Los republicanos de Indiana lo llaman “Pete-a-media-jornada”. Otros malévolos lo comparan con Tommy Carcetti, el alcalde de ficción de la serie The Wire, con quien tiene un (lejano) parecido.

Así es su candidatura

Buttigieg despuntó como posible candidato válido, entre tanto aspirante, al acudir al primer debate con ciudadanos televisado. Estuvo fresco, optimista, moderado, frente a viejos nombres del partido de más de 70 años y muy socialistas. La otra cara de la moneda -que es inexperto, demasiado novato- no se vio con ese primer fulgor.

Los analistas coinciden en destacar como determinante la valoración que de él hizo Andrew Sullivan, del New York Times Magazine, una firma de referencia, de tendencia conservadora, que dijo: “Por estilo, generación, conducta e historia, es la manera perfecta de hacer un contraste con la edad, la grandiosidad, el temperamento y los privilegios de Donald Trump”, el actual presidente republicano y aspirante a la reelección. Justo es algo que le critican sus detractores: que es tan exacto en el tono y las palabras, tan perfecto en lo que tiene que decir, que parece más un producto de laboratorio que un líder de verdad.

Pero estábamos con su ascenso, del 0% de apoyos en Iowa hace un año al 9% en septiembre y al 26% largo logrado esta semana. En la siguiente cita, en Nuevo Hampshire, se le auguran también buenos resultados, aunque luego la cosa no está tan clara en estados como Carolina del Sur, California o Texas.

Siendo apenas un alcalde, la visibilidad y el dinero de la campaña son mucho menores que las de candidatos como Joe Biden, otro supuesto moderado, exvicepresidente con Obama. Sin embargo, Buttigieg ha jugado muy bien sus cartas en las redes sociales, ha hecho los gastos justos y, con los días, ha logrado importantes donaciones.

  Pete Buttigieg saluda a una niña en un acto como alcalde de South Bend, Indiana. KAMIL KRZACZYNSKI via Getty Images

Su gerente de campaña, Mike Schmuhl, ha explicado a AP que hasta enero había recibido más de dos millones de dólares en contribuciones de más de 733.000 personas particulares y que había recaudado 76 millones de dólares desde que lanzó su candidatura para presidente. Sólo en el último trimestre recaudó más de 24,7 millones de dólares (más de cinco millones más de todo lo recaudado antes en 2019) y ahora tiene un personal de campaña de 500 personas en el país.

Buttigieg ha sido criticado por mantener grandes recaudaciones de fondos con donantes ricos que, hasta hace poco, mantenía en privado, y que le han puesto sólo por detrás de Sanders y Warren y por delante de Biden. Schmuhl, sin embargo, sostiene que la contribución promedio de sus simpatizantes es de 38 dólares. Entre los nombres de sus pagadores estrella están Caroline Kennedy (diplomática e hija del asesinado presidente demócrata), o los actores Ryan Reynolds, Gwyneth Paltrow o Barbra Streisand.

Business Insider, que hace encuestas constantes para ver la evolución de los precandidatos, explica que tiene un buen grado de conocimiento entre los simpatizantes demócratas, del 58%, pero sólo un 25% de los sondeados creen que puede vencer a Trump, frente a un 47% que cree seguro que perdería frente al republicano. Al presidente actual, por cierto, trata de no citarlo siquiera en sus intervenciones porque, dice, “esto no trata de él”, sino de los ciudadanos.

A su favor, que está empezando a pescar apoyos importantes en su formación, que hasta ahora no lo veía como posible nombre en la boleta, y que su popularidad sube rápido entre los menores de 30 años. Sigue sin calar entre los latinos y, menos, entre los afroamericanos. Tampoco juega a su favor la escasa diferenciación de su discurso respecto de otros candidatos. Aferrarse a la moderación excesiva desdibuja el programa.

Su homosexualidad, lejos de los espacios urbanos más progresistas, puede ser un hándicap. Es verdad que Kennedy fue el primer presidente católico, Obama el primer negro y Clinton la primera mujer ganadora (en voto popular, derrotó a Trump). Hay antecedentes positivos. Pero los sondeos no son halagüeños: una encuesta de Politico sostiene que sólo la mitad de los norteamericanos dicen estar preparados para tener ya un líder nacional gay, cuando un 37% lo rechaza claramente. Es la gran pregunta que genera Buttigieg: ¿votará EEUU por un homosexual?

Sus apuestas

“Las buenas políticas se basan en ayudar a las personas, no en avanzar en una agenda ideológica”, insiste el precandidato. De ahí su templanza a la hora de explicar su programa. Se presenta como bandera de una generación que ha vivido tiroteos en las escuelas, que ha sido cantera militar para los conflictos post 11-S, que está en peor situación económica que sus padres, que afronta nuevos peligros como el nacionalismo blanco al alza y que se preocupa, al fin, por el cambio climático. De ahí su empeño en mostrar que él mismo es el “puente” hacia el “cambio de era” que necesita el Gobierno, una apuesta por la “necesaria reforma gubernamental” y avances legislativos “graduales”.

Entre las medidas que defiende en su programa se encuentran la eliminación del Colegio Electoral (que le costó la presidencia a Hillary Clinton), la ampliación de asientos en el Tribunal Supremo (para evitar su politización extrema), más cobertura de la sanidad pública (sin llegar al Medicare para todos, pide “repensar” el sistema), más controles y verificación en la venta de armas y un programa de entrega voluntaria, que se conceda la ciudadanía más fácilmente a migrantes irregulares como los dreamers, o abordar “en serio” el calentamiento global.

No asusta a los grandes inversores, porque sus medidas son poco revolucionarias y no cambian demasiado el statu quo, por más que repita que su meta esencial es acabar con las desigualdades entre los ciudadanos del país. Por ejemplo, defiende derechos esenciales de los progresistas como el fin de la pena de muerte o el aborto -con algunos matices-, y las ayudas para comprar o alquilar vivienda asequible, más becas y menos endeudamiento para universitarios y mejores sueldos para los profesores.

“Las buenas políticas se basan en ayudar a las personas, no en avanzar en una agenda ideológica

Propone un salario mínimo de 15 dólares a la hora, inversiones en el mundo rural, acabar con las cárceles privadas, vacaciones pagadas y permisos médicos o familiares igualmente abonados de hasta 12 semanas, limitar los gastos de la campaña electoral, apoyar la energía nuclear pero “segura” y subir los impuestos a quienes más contaminen, legalizar la marihuana, devolver a casa al máximo de tropas norteamericanas, elevar el presupuesto de Defensa y “racionalizar” la política comercial, tras las diversas guerras iniciadas por Trump, como la de China.

Tiene fama de intelectual, pero en su campaña escapa del debate ideológico siempre que puede, no se siente cómodo. Aún así, remarca que, si los conservadores hablan del valor de la libertad de forma negativa -libertad ante las regulaciones, controles e impuestos del Ejecutivo-, a él y a su partido les toca defender la “libertad para algo” como, por ejemplo, para tener un seguro médico de calidad, representación sindical o derechos reproductivos, que pueden ser garantizados por el Gobierno central.

En lo puramente económico, revolución no hay. En la polémica entre socialismo versus capitalismo, tan candente por los mensajes rojos de Sanders o Warren, sostiene que está a favor de lo que él llama “capitalismo democrático”, que suavice los aspectos ásperos del sistema de mercado y evite que el libre mercado derive en una oligarquía, al estilo de Rusia. Crecimiento, sí, pero justo.