¿Quiénes son los verdaderos ‘parásitos’? La ganadora de los Oscar y la lucha de clases

¿Quiénes son los verdaderos ‘parásitos’? La ganadora de los Oscar y la lucha de clases

La gran brecha social de una desigualdad globalizada.

Elenco de 'Parásitos'. 

Por Roberto R. Aramayo, profesor de Investigación IFS-CSIC. Historiador de las ideas morales y políticas, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC):

Parásitos, la gran ganadora de la noche de los Oscar, es una original parábola sobre la la lucha de clases. El largometraje surcoreano ha hecho historia en los premios de la Academia del Cine de Hollywood con cuatro premios, entre ellos el de mejor película dos veces (como película internacional y como mejor película de la propia industria estadounidense). Pero más allá de sus cualidades cinematográficas, que son muchas, merece la pena detenerse a analizar el mensaje que oculta su guión.

Se trata de un tema que se padece por doquier y nos confronta con el fenómeno de la globalización: la brecha social entre la opulencia y la miseria. Al ir extinguiéndose la clase media, los contrastes tienen lugar entre gente harto adinerada y otra con recursos muy limitados. En su exploración de esta relación entre los que tienen demasiado y los que tienen demasiado poco, Parásitos enlaza con algunas películas y series del pasado y con ideas que nos llevan hasta la Revolución Francesa.

En la película de Bong Joon Ho, ambos mundos, el adinerado y el de escasos recursos, entran en contacto a través de una relación laboral. Como estos últimos acaban trabajando para los primeros, podríamos decir que nos encontramos también ante una especie de Arriba y abajo convenientemente actualizada.

La famosa serie británica retrata toda una época. Nos hace ver cómo los empleados domésticos defienden escaleras abajo idénticos valores que quienes habitan arriba de la escalera. E incluso reproducen una escala social harto jerarquizada en sus dominios de la planta baja. Bajo el mando del mayordomo y el ama de llaves, quedan el chófer, la cocinera, las doncellas y los lacayos. El primero preside las colaciones e imparte disciplina o dispensa felicitaciones y ascensos.

El genial director surcoreano traslada ese argumento a nuestros días. Nos plantea, dejándolo a juicio de cada espectador, una pregunta clave: ¿Quién es en realidad el que merecería el calificativo de parásito social? ¿Esa familia que sobrevive a duras penas en medio de la penuria, aprovechándose de la credulidad de otros más afortunados? ¿O el empresario que gana dinero a espuertas, manteniendo a su mujer y a sus hijos en un limbo completamente ajeno al mundo real? Un personaje que, además, desprecia cuanto queda fuera de su burbuja, hasta el punto de que le huele mal.

Este detalle del hedor de la miseria se apunta en varias ocasiones y alcanza todo su protagonismo al final. Como nos advierte Adela Cortina con su concepto de aporofobia, no tememos al extraño salvo si está contaminado por la pobreza. Y, tras visionar Parásitos, cabe añadir que los pobres pueden resultar ofensivos incluso para nuestro sentido del olfato.

El comienzo de este largometraje surcoreano nos hace recordar la magnífica cinta de Josep Losey El sirviente. En ella, una pareja se hace pasar por hermanos para engañar a su empleador. Ahora, en el guión de Bog Joon-ho, son dos hermanos los que fingen ser novios y luego llevan a sus padres como empleados domésticos de una misma familia con grandes recursos económicos. A partir de ahí todo cambia. No en vano le han premiado con el mejor guión original.

El aristócrata de Losey se ve seducido por la doncella y acaba esclavizado por ella, en teoría la sirviente. En el caso de Parásitos, la adolescente adinerada se prenda de quien han contratado para darle clases y éste le hace caso por el horizonte de una mejora social. En realidad los indigentes resultan ser muy espabilados y tener amplios recursos. Mientras que los habitantes de la mansión son ingenuos y fáciles de convencer. La necesidad parece aguzar el ingenio. Se pone de manifiesto que no escasea el talento, sino más bien la falta de oportunidades, como bien sabemos en otras latitudes. Al final se da una terrible competitividad entre los desfavorecidos por la fortuna y el tono humorístico de comedia da paso a una inconmensurable tragedia.

En esta cuidada película de Bong Joon Ho, cada detalle de cada escena cuenta. Las expresiones de la cara, los planos filmados en el interior de un coche, el ventanal de un salón, los entresijos del sótano camuflado. Hay cuadros escénicos memorables que nuestra retina retiene para siempre, como cuando el cuarteto se ve amenazado por un vídeo telefónico y muchos otros que no conviene desvelar.

Especialmente mordaz es la secuencia del comienzo. Aunque no pueden pagar la factura de teléfono, todos los miembros de la familia pobre tienen sus móviles y recorren su húmedo sótano en busca de un wifi en abierto para poder utilizarlos. Esa cobertura la encuentran en el retrete, donde todos deben apiñarse para poder navegar por internet o llamar gratis.

Quien vea esta película, queda bien motivado para leer a Thomas Piketty. E igualmente para releer el Discurso sobre el origen de la desigualdad de Rousseau. Para no alargarme les remito al tercer capítulo de mi libro Rousseau: Y la política hizo al hombre -tal como es-, titulado Desigualdad, educación y política.

Bajo los malos gobiernos –advierte Rousseau– la igualdad proclamada por las leyes no pasa de ser aparente e ilusoria. No debería consentirse –nos dice– que un puñado de gentes rebose de superfluidades mientras la multitud hambrienta carece de lo necesario.

Los asertos de Rousseau, precursores de la Revolución Francesa, parecen describir el mundo de hoy, donde la precariedad laboral y la incertidumbre son el horizonte común de una juventud a la que se le hurta poder planificar sus vidas con un trabajo digno. Desde un país muy lejano al nuestro, Parásitos aborda este problema compartido. La enorme brecha económica y social que se agrava cada día en todas partes.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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