Quintín

Quintín

Es un poco como con 'Gran Hermano' o los bestsellers, que nadie lo ve ni los leen, pero que son superventas.

Este es uno de los restaurantes que más les gusta a mis amigos, al igual que todos los demás del grupo El Paraguas, del afamado empresario y olvidado chef, Sandro Silva, favorito también de los extranjeros que visitan Madrid y lo abarrotan, no sé si por su comida o por ser el place to be, aunque me malicio que es mucho más por esto. Numerosos de estos amigos míos reniegan de estos lugares, en especial de Numa Pompilio Amazónico, pero no dejan de ir. Es un poco como con Gran Hermano o los bestsellers, que nadie lo ve ni los leen, pero que son superventas. Y es que Sandro, que nunca triunfará en la gastronomía, es un genio de la empresa, un visionario que conoce el secreto del éxito por lo que posee otra forma de genialidad.

Ultramarinos Quintín fue, si no recuerdo mal, su tercer restaurante (ahora deben ser cerca de diez) y es un gracioso local en plena Milla de Oro madrileña. Gracioso porque recuerda efectivamente a una tienda de ultramarinos y posee hasta grandes estantes donde se exhiben relucientes frutas y verduras frescas. En la parte de arriba, circundada de ventanales, mucha luz, una enorme barra y unas pocas mesas. Abajo un agradable sótano con aires de invernadero y encima de todo, un entresuelo sobre el bar. Grande pero bien distribuido.

Fue el tercero y también el último en servir cocina española tradicional. Numa es italiano y Amazónico Aarde no lo sé muy bien, la verdad. A Origen solo he ido a desayunar. Pues bien, cocina española, que me interesa más, y unos platos sencillos, populares, comprensibles y a gusto de todos, en un ambiente bullicioso y de cierta elegancia castiza, con mucha dama enjoyada y profusión de verdes caballeros con aspecto de haberse escapado del campo.

El almuerzo ha sido copioso porque lo que más me atraía era lo más contundente. Para empezar, un arroz frito con faisán que ignoro el por qué de frito porque es una jugosa, no seca ni caldosa, preparación con buenos sabores campestres que disfrazan un poco el suave sabor del faisán. Estaba bueno pero lo mejor era el punto del arroz, no demasiado blando como en la mayoría de los lugares.

La cazuelita de huevos fritos y carabineros merece todo el nombre salvo el diminutivo, porque es enorme. Unas buenas patatas y huevos fritos, todo con muy buen punto, y unos carabineros demasiado pequeños y muy hechos, con algo de salsa elaborada con las cabeza de estos y que da mucha fuerza al plato. Sencillo y rico, porque entiendo que el error de los carabineros es pasajero. Al menos desde ahora que se lo he dicho…

Un clásico que siempre me encanta son las verdinas con faisán. Ya les digo que es el mejor plato de este almuerzo, una receta tradicional de cuchara, llena de aromas y con esa delicada alubia secada en fresco que es la verdina como gran protagonista. Lleva también unas piparras que le dan la chispa del vinagre pero no deberían sumergirlas en el caldo (siempre se sirven aparte) a no ser que pretendan que las comamos con rabo y todo porque no hacerlo implica malabarismos.

Me ha gustado el cordero guisado con quinoa porque me ha sabido a cus cus y en el que la sémola se sustituye por el súper cereal andino. Es más saludable, mucho más original e igualmente sabroso, sobre todo porque el cordero es algo mayorcito.

Y lo siento, pero un solo postre. Tampoco hay demasiados aunque sí muchos helados. El flan de requesón es cremoso, muy agradable y mucho más denso que un flan de huevo. Quizá por su dulzor y textura no me ha sabido nada al agrio del requesón. Quizá por eso, quizá porque lo hacen con algún otro queso fresco y cremoso. En cualquier caso está muy bueno.

He visitado Quintín por segunda vez y porque no se puede permanecer ajeno al gusto de la mayoría, sobre todo si son tantos amigos y lectores sus partidarios. No me arrepiento. Continúa siendo un lugar que vale más por ambiente y decoración que por otra cosa, pero la comida es buena, sencilla y sabrosa y no defrauda. Tampoco emociona pero es loable en época de tanta moda, excesiva complicación y abandono total de lo casero. Justo cuando tantos, que no comen jamás en casa o comida casera, tanto la añoran.

Este post fue publicado originalmente en la página Anatomía del gusto

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