Rafael Rabay, de Marifé a los Pegamoides

Rafael Rabay, de Marifé a los Pegamoides

Al cabo de casi medio siglo de trayectoria, el músico considera vigente el lema que ha presidido su carrera: estar siempre al día.

Cuando era un niño, Rafael Rabay (1950) escuchaba desde la cocina de su casa a los grandes artistas del momento trabajar con su padre, el pianista y compositor José Pérez Moradiellos, en el salón. Por allí pasaron Estrellita Castro, Manolo Escobar, Gracia Montes o Juanito Valderrama. Por las tardes, el maestro regentaba una academia a la que acudían jóvenes que querían abrirse paso en el espectáculo como Isabel Pantoja, Los del Río o María del Monte

En una familia con tantas raíces artísticas -su madre, Josefa Rabay, era bailarina- el futuro compositor se sentía saturado y no mostraba demasiado interés por la música pero a los doce años se matriculó en el Conservatorio de Sevilla. “Estudié piano, composición, estética, armonía y media carrera de guitarra porque quería conocer de cerca el instrumento. También canto coral y dirección de orquesta. Después, en Madrid, seguí estudiando con Pedro Iturralde, Jean Luc Valle y Joan Rovira. Me han gustado todos los géneros, también el jazz, en todos hay cosas interesantes”.

Con los años, muchos de los artistas que colaboraron con su padre acabaron trabajando con él. En el salón de su casa también terminó instalando un piano. Y llegaron los éxitos. “A María del Monte le produje el primer disco que grabó al margen de las sevillanas. Con Isabel Pantoja hicimos dos de canciones navideñas. En Méjico, mientras acompañaba a Raphael en una gira, conocí a Lola Beltrán en una fiesta, le dejé una cinta con algunas composiciones. A los dos meses, me pidió varios temas más. El disco llegó a platino allí y fue oro en EEUU”.

Aunque muchos de sus éxitos se los ha brindado la copla, Rabay se siente especialmente feliz de haber acompañado durante seis o siete años a Raphael por los escenarios de muchos países. “Llegábamos a los sitios y me encontraba con orquestas e cuarenta o cincuenta músicos -explica-. Con él dirigí la Filarmónica de Nueva York, actuamos en el Radio City, en el Teresa Carreño de Caracas, en Miami. He recorrido medio mundo gracias a Raphael, un gran profesional y un gran artista pero sobre todo he tenido la gran suerte, como me ha ocurrido con todas las estrellas con las que he trabajado, de mantener con él una relación de amistad”.

Rabay se ha acostumbrado a ocupar ese lugar, siempre detrás de la artista.

Al cabo de casi medio siglo de trayectoria, el músico considera vigente el lema que ha presidido su carrera: estar siempre al día. Aunque, a veces, algunas de sus ideas no hayan sido reconocidas.

“Para Hispavox hice algunos trabajos en los setenta y los ochenta. Una vez me llamó el director artístico, Miguel Blasco: Hay unos chicos que están para terminar su contrato con nosotros -me dijo-, les falta un disco y me gustaría que te encargaras tú. Tuvimos una reunión en la discográfica. Alaska y los Pegamoides se presentaron con sus chupas de cuero y sus cabellos tintados; yo con mi pantalón vaquero y mi camisa. Me miraron con extrañeza. Casi todos los grupos -les expuse- suenan más o menos lo mismo. ¿Qué os parece si recuperamos el soul, la época de Otis Reading? Hay que meter metales, insistí. Esa no es nuestra onda, objetaron. Tuvimos un tira y afloja, hasta que le dije Blasco que me retiraba pero él insistió y llamó a capítulo al grupo. Convoqué en el estudio uno de Hispavox una sección de metales. Cuando vieron aparecer a los músicos profesionales, mucho mayores que ellos, se les puso la cara larga. A la semana de terminar la grabación escuché la canción en la radio. Llamé a Blasco. ¿No me dijiste que ibais a despedir a esa gente? Calla, calla, me respondió, en Europa están locos con el tema, ¡lo han grabado en inglés! Así fueron las cosas, ellos me dieron una base con las guitarras y su batería pero el arreglo y los metales que suenan en Bailando fueron idea mía aunque nunca apareciera en los créditos. Hablé con Olvido y me dijo que nunca citaban a los colaboradores. En fin, siempre he sido de arriesgarme y mira…  todavía se baila. Por desgracia, a menudo se ignora el trabajo de los arreglistas, de los directores de orquesta e, incluso, el de los autores. Al final, es el intérprete el que se queda con la fama. Los autores siempre estamos detrás de la cortina”.

Rabay se ha acostumbrado a ocupar ese lugar, siempre detrás de la artista, ya fuera en la época en la que Tino Casal triunfaba con Champú de huevo, en los conciertos de la Pantoja que retransmitió Tele5 o con Phil Trim en un disco que produjo el mítico Alain Milhaud. De todas esas estrellas, guarda un recuerdo especial para Marifé de Triana, a la que compuso uno de los mayores éxitos de su repertorio, Encrucijada.

“El letrista Julián Bazán y yo llevamos varios temas a Marifé a su casa, en Puerta del Hierro. Ella me escuchó sin hacer apenas comentarios. Pidió que le repitiera varias veces Encrucijada. Al final, lo cantó ella de una forma totalmente distinta. A su aire. El director de la compañía, un tal Jordi Serra, se llevó la matriz y no le pagó a nadie. Con el tiempo, le embargaron la empresa y el disco fue saltando de sello en sello. Sin promoción, empezó a hacerse popular. A día hoy, lo han editado como ochenta compañías y eso que dicen que la copla ya no goza de buena salud”.

Desde hace once años, Rafael Rabay es el director musical del programa A tu vera, en la autonómica CMM Castilla-La Mancha Media del que han salido varias promociones de nuevos intérpretes. “Mi padre me decía: muchacho, tú te dedicarás a la copla o al género que más te guste pero siempre dedícale tiempo a la gente que empieza. No es habitual que un programa se mantenga tanto tiempo en parrilla pero la copla vivirá siempre. Como la música italiana o la ranchera, la gente la lleva dentro. La industria y los medios no le prestan mucha atención pero ahí está. Ojalá tuviera más apoyos. En cuanto a mi, mientras el cuerpo aguante sigo teniendo la ilusión del primer día. Esta es mi vida”.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).