'It's Raining Men'

'It's Raining Men'

Todavía está por llegar la exposición en que se aborde sin miedo una construcción de la imagen masculina real y de hoy, realizada desde la primera persona masculina o desde el punto de vista femenino, pero acorde con la náusea que nos suscita tanta imposición casposa y antediluviana.

En pocos meses dos enormes exposiciones sobre el desnudo masculino, una en el Leopold Museum de Viena y otra, todavía visitable, en el Musée d'Orsay de París (hasta el 2 de enero de 2014). Y no están solas, porque proliferan muestras donde los hombres son los protagonistas -por ejemplo, en Londres y este invierno, una sobre pelirrojos y otra sobre desnudos del natural-. El ser humano macho se erige en objeto de estudio y de deseo, un reflejo de lo que ocurre fuera de los museos desde hace tiempo a través de expresiones menos académicas pero quizá más sintomáticas: señores en los calendarios, los videoclips, la publicidad, la televisión, el cine... Como dice la canción de Jabara y Shaffer de 1979, llueven hombres. «It's Raining Men» y, por supuesto, «hallelujah!», porque para abordar la cuestión de la imagen masculina, todavía incipiente en muchos ámbitos, antes hay que visibilizarla.

  5c8b2105360000ba1a6c8a16

  5c8b21052300007f01242f0f

Por delante o por detrás, dos obras de los artistas Pierre et Gilles son la imagen de las grandes exposiciones sobre hombres desnudos de 2013: Vive la France (2006) y Mercure (2001), © colección particular, cortesía de la Galerie Jérôme de Noirmont.

La pregunta es: ¿estamos dispuestos a hacerlo en serio? Si en las pantallas y el papel cuché se repiten algunos de los estereotipos de la feminidad más chabacanos trasladados a la masculinidad, es de esperar que los museos aporten otras perspectivas. Recordemos los dos carteles para las exposiciones del Leopold y el d'Orsay. En el primer caso tres gloriosos desnudos frontales -cada uno de un color de piel, como los reyes magos, y con calcetines alusivos a la bandera francesa- y en el segundo un trasero elevado a la categoría de epifanía mitológica. En una lectura inicial podríamos convenir en que algo se mueve, sí, ya que proponen visibilidades alternativas: por un lado, al fin los penes y los testículos se liberan de las hojas de higuera; por otro, lo anal deja de ser un tabú de la masculinidad; por último, la elección en ambos casos de obras Pierre et Gilles, adalides de un cierto erotismo gay, parecen anunciar discursos que se escapan de la hegemonía heterosexual. Sin embargo, todo resulta ser bastante menos atrevido: el cartel de Viena fue retirado por escandaloso, el de París muestra al dios olímpico de espaldas sólo para evitar los problemas de su predecesor, y en ninguna de las dos exposiciones se trabaja la representación del deseo homosexual en profundidad. En resumen, que no han habido más pelotas que las de los futbolistas: nueve en total y, al parecer, sólo tres realmente tolerables.

Ambas exposiciones convierten el desnudo masculino en espectáculo para un público de masas, pero el mérito queda empañado por tanta prevención y tanto miedo de herir esas sensibilidades que, al parecer, entran en shock ante el fálico cromosoma Y. Si hasta el Godzilla de las instituciones artísticas que es el d'Orsay se anda con tanto miramiento, no es extraño que colecciones de arte como la de la Asociación Cultural Visible sobre cultura gay y lesbiana tengan dificultades para encontrar sede donde establecerse como exposición permanente. ¿Visibilidad? Bueno, la justa.

  5c8b21052300002f00e7a5f9

  5c8b2106240000f404a429ba

A la izquierda, una de las obras de temática homosexual expuestas en Nackte Männer: Thomas Ruff, "nudes vg 02" (2000), © colección privada Cofalka, Austria, con el apoyo de Agpro (Austrian Gay Professionals). A la derecha, una de las obras de Masculin/Masculin: George Platt Lynes, Male Nude (1935), © Bloomington, The Kinsey Institute for Research in Sex, Gender and Reproduction.

Sin salirse de los cánones conocidos, tanto la exposición Nackte Männer de Viena como la Masculin/Masculin de París organiza sus montones de hombres desnudos -desde 1800 hasta nuestros días- por capítulos temáticos que podemos sintetizar en tres grandes grupos: los idealizados, los reales y los deseados, con todas las tensiones que se pueden detectar entre ellos. Esta narración a partir de los tipos de virilidad fijados e impuestos durante el siglo XIX y, en parte, todavía vigentes durante el XX, ya la resiguieron el historiador del arte Carlos Reyero y el crítico Edward Lucie-Smith en sus libros Apariencia e identidad masculina (1996) y Adán (1998), respectivamente, pero advirtiendo que tan poderosos clichés pueden ser cuestionados. Esa es la ironía que se echa en falta especialmente en el d'Orsay con una muestra que, en comparación con el Leopold, mira más hacia atrás que hacia delante. Máxime cuando hace años que algunos museos vienen saliendo del armario a la hora de preguntarse por la representación del sexo heterosexual (Pompidou, 1995), por la nueva imagen del hombre (MIT, 1996 y EACC, 2002) o por la figura erótica masculina (Museo Nacional de Varsovia, 2010).

  5c8b21062500000d04ca1e6d

  5c8b2106360000e01c6c8a1c

A la izquierda, Alex Minsky estupendo pese a... las gafas: Eric Schwabel (2013), © cortesía del artista. A la derecha, uno de los modelos estatuarios desgastados de Victoria Diehl (Torso, 2007), © cortesía de la artista.

El clasicismo de Masculin/Masculin resulta encorsetado si lo comparamos con tantas respuestas contemporáneas a unos ideales de belleza en los que difícilmente se puede creer en un mundo marcado por las guerras y la conciencia de que los cuerpos, incluso los de los heroicos varones, son vulnerables, perecederos y mutables. Sólo algunos ejemplos: el exsoldado Alex Minsky retratado por Eric Schwabel -en la estela de George Dureau- demuestra que las palabras sexy y amputación ya pueden convivir en una misma frase; por otro lado, según Victoria Diehl, si la piedra no aguanta los estragos del tiempo, ¿qué no sucederá con la carne? Los modelos antiguos se extinguen y el arte reciente se preocupa de explorar nuevos criterios a partir de los cuales proponer otros modelos de masculinidad y de virilidad mucho más acordes con los hombres y la sociedad del siglo XXI.

  5c8b21062400006d054ced06

  5c8b21062300002f00e7a5fb

  5c8b21072500001304ca1e6f

Lejos de la imagen clásica de masculinidad ligada a la iniciativa y la energía de la verticalidad, tres hombres en la cama, pasivos, esperando algo. Arriba, la película A Single Man (Tom Ford, 2009), © The Weinstein Company Inc. En medio, la fotografía de Aaron HobsonLunch (de la serie Dark, 2007-2011), © cortesía del artista. Abajo, un fotograma del film Shame (Steve McQueen, 2011), © Fox.

Los dioses marmóreos del neoclasicismo o los héroes patilludos del romanticismo están bien como referentes de un pasado en que fuimos los amos del mundo, pero los hombres contemporáneos probablemente nos sentimos más identificados con esos personajes tendidos en la cama que nos dejan el cine -los protagonistas de Un hombre soltero y Shame, claro, abrumados por el peso de sus máscaras de macho alfa- y el arte contemporáneo -Aaron Hobson y la poética de sus chicos perdidos en vertederos emocionales, o, en otra órbita sólo aparente, los trabajos de Akram Zaatari o Youssef Nabil-.

Nos llueven los hombres, pero todavía está por llegar la exposición en que se aborde sin miedo -con esas pelotas que decíamos antes- una construcción de la imagen masculina real y de hoy, realizada desde la primera persona masculina o desde el punto de vista femenino, da igual, pero siempre acorde con la náusea creciente que nos suscita tanta imposición casposa y antediluviana: «no llores», «no juegues con muñecas», «viste de azul», «usa la puerta del bigote», «maricón el último»... Una construcción que, por supuesto, será múltiple, discutible, permeable, alérgica a los pedestales y que nos ayudará a ahondar en nuestra propia identidad, porque la apariencia tiene algo que ver con la elaboración del sujeto. Esperemos que esa exposición no tarde, porque falta nos hace.