Razones para amar el teatro clásico español (a propósito del nombramiento de Lluís Homar como director de la CNTC)

Razones para amar el teatro clásico español (a propósito del nombramiento de Lluís Homar como director de la CNTC)

Lluís Homar.Agencia EFE

El reciente nombramiento de Lluís Homar, magnífico actor, solvente director y gestor con experiencia (fundó el Teatre Lliure y lo llevó durante años), pero que reconoce no tener experiencia en el teatro clásico español (y en español), ha llevado a una cierta desconfianza entre algunos sectores del ámbito teatral áureo de la que se han hecho eco, entre muchos corrillos privados, artículos de José Luis Romo de Liz Perales, de Raúl Losánez. La UGT y varios medios (El Mundo, Cadena Ser, etc.) han pedido acceso a su proyecto, lo que secundan muchos otros, pues su designación podría haber ido en contra del código de buenas prácticas de la institución.

Desde aquí felicito al gran actor por su nombramiento, además, quisiera, con el mayor de los respetos, presentarle al flamante director de la CNTC ejemplos de las razones por las que muchos amamos el teatro clásico español. Estas lo distinguen de los también clásicos teatros inglés o francés (que él mismo mencionara en su presentación) y también de la commedia dell´arte italiana, la otra gran tradición nacional del momento.

Invitamos desde aquí al gran Lluís a que considere estas (y otras muchas) razones para amar el teatro del Siglo de Oro:

1. Es el primer teatro plenamente global. El teatro clásico en español se vivía con igual fervor en el Nápoles de Torres Naharro, que en Madrid, que en México, que en pueblos remotos de Perú donde flipaban con desfiles burlescos de Don Quijote tan solo dos años después de su publicación. Además, a la nómina, ya de por sí impresionante de autores de la talla de Calderón, Lope, Tirso, Rojas Zorrilla, Moreto, o Lope de Rueda se ha de añadir los nombres propios de los mexicanos sor Juana Inés de la Cruz (cuyos Empeños de una casa han sido magistralmente dibujados por el ronlalista Yayo Cáceres y Pepa Gamboa) o de Juan Ruiz de Alarcón quien era un escritor muy conocido ya en su momento. Tenemos puestas en escena de Lope en Náhuatl y obras teatrales estrenadas en Filipinas. Vamos, que es un gran fenómeno global. De hecho, ahora que estamos con asuntos de reconciliación iberoamericana, el teatro puede jugar un papel fundamental (no en vano el país invitado en Almagro este año es México).

En asuntos de reconciliación iberoamericana, el teatro puede jugar un papel fundamental (no en vano el país invitado en Almagro este año es México).

2. Cuenta con una cantidad inigualable de textos. El total de obras escritas por Shakespeare no llega a las 40, ni las de Molière a las 25, ni las de Racine a las 10, ni las de Marlowe a las 7. De hecho, entre todos no llegan al conjunto de comedias escritas por Calderón (y este escribió tres veces menos que el Fénix Lope de Vega).  ¿Por qué es esto importante? Primero, porque su importancia en la historia de la imprenta es muy superior. Los autores de teatro del Siglo de Oro hacen colecciones de partes de sus obras divididas en numerosos volúmenes, de estas partes se hacen incluso ediciones piratas o apócrifas (o no controladas). Algunos de ellos incluso se atreven a organizar sus colecciones de textos de acuerdo a una idea central: Torres Naharro invita a “degustar” sus obras en un banquete. Asimismo, su cantidad de manuscritos de autor no tiene par. Como ya recordara en un post hace años, Lope de Vega cuenta con más de 20 comedias firmadas de su puño y letra, Calderón otras cuantas; Molière, Corneille, Racine, Shakespeare, Marlowe y demás luminarias tienen cero, cero patatero. Lo que más se acerca son unas líneas que se atribuyen a Shakespeare en The book of Sir Thomas More (o al “escribano D” como se le suele llamar de manera más cauta).

3. La riqueza estrófica El teatro clásico español (y en español) es muy superior a la de los teatros comparables. El teatro isabelino usa el blank verse o (pentámetro yámbico carente de rima), que imita bastante fielmente el verso latino senequista; el francés mezcla verso y prosa; no nos quedan textos de commedia dell´arte de esta época. El teatro en español tiene una impresionante variedad de estrofas que, además, acompañan la acción, el ritmo y la trama de las obras. Lope indica que varios metros acompañan distintos momentos de la fábula. Como recuerda Lope:

 

Acomode los versos con prudencia

a los sujetos de que va tratando:

las décimas son buenas para quejas;

el soneto está bien en los que aguardan;

las relaciones piden los romances,

aunque en otavas lucen por extremo;

son los tercetos para cosas graves,

y para las de amor, las redondillas. (vv. 305-312)

4. Si Shakespeare es nuestro contemporáneo, Calderón también. Homar citaba en su presentación el libro de Jan Kott, Shakespeare, Our Contemporary. Hace años que Calderón se hizo el nuestro en palabras del maestro Francisco Ruiz Ramón; más años incluso hace que para Antonio Regalado Calderón inventara la modernidad. ¿Por qué es esto relevante? Por que el teatro clásico español ha sido reivindicado a lo largo de la Historia de España por gente de todos los signos políticos. Si la República se apropió de él para conformar un gran teatro nacional (David Rodríguez Salas, Teatros nacionales republicanos, el régimen franquista también (Víctor García Ruiz).  Francisco Florit Durán recuerda  que «donde unas veces el Fénix es el adalid de una España imperial y nacional-católica, y otras, en cambio, Lope es el poeta popular y revolucionario, trasunto de un pueblo oprimido y avasallado por los nuevos señores feudales» (2000:107). Aquí hay para todos, y nadie acertará pues a Lope no le queda bien ni lo de “facha” ni lo de “progre”, si acaso era un hipster melancólico que, sencillamente, mola mucho.

A Lope no le queda bien ni lo de “facha” ni lo de “progre”, si acaso era un hipster melancólico que, sencillamente, mola mucho.

5. Es un teatro clásico con una gran presencia de la mujer. En el Siglo de Oro había multitud de actrices conocidas. Solo en la década de 1580 contabilizamos más de 20 (Luisa de Aranda, Barbara Flaminia, Mariana Ortiz, Beatriz Hernández (o Osorio), Jerónima Carrillo, María Imperia, Juana Vázquez, Juana de Prado, Ana María Sarmiento, Ana María de Velasco, Roca Paula, Damiana Vaca de Contreras, Mari Flores, Mariana Vaca, Mariana de la O, Juana de Salazar, Micaela Ángela y Jerónima de los Reyes). Además, el Diccionario de Actores del Siglo de Oro de la gran Teresa Ferrer indica que era común “la incorporación de la mujer a la profesión ya no sólo como actriz sino como empresaria teatral, como autora, en la dirección de una compañía. De las poco más de 6.200 entradas que en estos momentos posee el Diccionario, 1.578 corresponden a actrices”, entre estas hay unas 60 directoras de compañía (casi más que ahora). Es un teatro en el que escriben, además, muchas mujeres. El número de dramaturgas áureas empequeñece cualquier otro. Contamos con autoras de la talla de María de Zayas, Sor Juana Inés de la Cruz, Ana Caro, Ángela de Acevedo, Feliciana Enríquez de Guzmán, el proyecto BIESES de Nieves Baranda descubre muchas (pero muchas) más. Me van a permitir que ante estos datos no me impresione el teatro clásico inglés, que no tenía una sola mujer en escena.

Casi había más directoras de teatro entonces que ahora.

No pongo más porque, como profe, tengo carrete. Soy filólogo y he puesto razones histórico-literarias, pero podrían añadirse multitud de argumentos desde el punto de vista estrictamente teatral como la gran labor de los últimos directores de la CNTC—Helena Pimenta, Eduardo Vasco— en buscar nuevos sellos interpretativos y escenográficos que fueran mucho más allá del “teatro de vestuario clásico”, la creación de la Joven CNTC, la internacionalización ya presente, el interés que despierta directores extranjeros—se ve con un paseíto por Almagro este verano—, la maestría del verso de la escuela de Vicente Fuentes, la ampliación del canon de Nao d´amores, la energía y conexiones internacionales de Rakatá-Fundación Siglo de Oro, la importantísima ampliación de públicos de Ron Lalá, y muchas otras compañías de prestigio como Corsario, Atalaya, Noviembre y un larguísimo etcétera.

Como vemos, los datos del teatro clásico español, como producto de consumo cultural masivo, son impresionantes y se podría decir sin irse por las ramas que el teatro del Siglo de Oro es, sencillamente, la tradición teatral más importante de la temprana modernidad. Las razones por las que popularmente se identifica esta modernidad con Shakespeare son variadas (algunas las trata magistralmente Javier Huerta en “Una tradición interrumpida: Los antecedentes de un complejo”, Cuadernos De Teatro Clásico, 22, Madrid, Compañía Nacional de Teatro Clásico, pp. 26-31). No tengo ahora tiempo de desarrollarlas sin matar de aburrimiento al personal (lo haré en un futuro), pero créanme que no me dejo llevar por efluvios patrióticos, no soy precisamente de llevar pulseritas con la bandera. Sea como sea, estas, y muchas otras, son las razones que se pueden tener en cuenta a la hora de dirigir la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Invito desde aquí al gran Lluís a que las considere.

Este post forma parte de los resultados de transferencia del proyecto TEAMAD y de teatrero.com.