Reconstruir Ucrania, la "tarea de todos" que pondrá a prueba la solidaridad mundial

Reconstruir Ucrania, la "tarea de todos" que pondrá a prueba la solidaridad mundial

Las autoridades locales cifran en 750.000 los millones necesarios para atender las necesidades más urgentes, mientras Occidente busca fórmulas de financiación.

Anna Shevchenko, ante su casa destrozada en Irpin, cerca de Kiev, el pasado mayo. Emilio Morenatti via AP

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, lo dijo el primer día de la invasión de Rusia: “Esta es una guerra de todos”. Y de todos quiere que sea la reconstrucción de su país. “Esto es mucho para nuestro Estado, no es posible para Ucrania, pero sí es posible para ustedes”, remarca cada vez que da un discurso en un parlamento, en una universidad, ante una conferencia de donantes. La reconstrucción hay que abordarla desde ya, defiende Kiev, para tratar de normalizar la vida de los ciudadanos en las zonas libres, y normalizar empieza también por ir a la guardería, a la escuela, a la universidad, y tener calefacción en casa. De ahí que los llamamientos se multipliquen a las puertas de un nuevo curso y del invierno.

Zelenski tiene claro que no se puede esperar a que la guerra acabe -nadie sabe cuándo- para poner en pie lo que las tropas rusas, el segundo mayor ejército del mundo, están dañando, inutilizando o destrozando. “No tras la victoria o en años venideros, sino ahora”, reclama. La tarea es monumental, porque hay dañados negocios, casas, colegios, hospitales, aeropuertos, templos...

La economía local ha colapsado por la guerra y el Banco Mundial prevé que el PIB caiga este año al menos un 45%, por lo que poco puede aportar la Administración local. Sus cálculos son que necesita entre 5.000 y 7.000 millones de dólares al mes para lo básico. En la última reunión, en Suiza, de la Conferencia para la Recuperación de Ucrania -que lleva reuniéndose desde 2014 porque la guerra comenzó ya hace ocho años en realidad-, Zelenski reclamó 750.000 millones de dólares a la comunidad internacional para empezar con las obras, con casas para las personas desplazadas internamente o que han perdido sus hogares, carreteras y trenes y su mantenimiento, para empezar. El problema es que este cálculo se le quedó viejo mientras lo pronunciaba, porque la contienda no para y los daños se suman hora tras hora.

Las pérdidas directas en infraestructuras de Ucrania ascienden a más de 100.000 millones de dólares, según las cifras manejadas por Kiev: han sido destruidas o dañadas más de 1.200 instituciones educativas, más de 200 hospitales, además de miles de kilómetros de gasoductos, de carreteras, de líneas férreas y de infraestructuras de la red de agua y de electricidad.

Lo que llega

De momento, la Unión Europea ha dado un primer paso con una asistencia macrofinanciera de 1.000 millones de euros, a la que se añadirán 1.200 millones en préstamos de emergencia concedidos durante el primer semestre, en caliente, con el inicio de la invasión. El monto total que avance Bruselas puede llegar a los 9.000 millones, según palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una “inversión masiva” centrada en “satisfacer las necesidades urgentes y las reformas”. También está habiendo un goteo de ayudas por parte de países aliados como Estados Unidos, Canadá o Reino Unido.

El primer paso por parte de Bruselas será la creación de una plataforma para detectar las necesidades de inversión, coordinar acciones y canalizar recursos. El ente aglutinará a países, instituciones, el sector privado y la sociedad civil. Pero también formarán parte de él organizaciones internacionales como el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo y el Banco Europeo de Inversiones. “A través de la plataforma, la Comisión puede ofrecer su amplia experiencia en la ejecución de programas que combinan reformas e inversiones”, subrayó Von der Leyen el mes pasado, tras reconocer que Occidente tiene “una responsabilidad especial” y un “interés estratégico» en apoyar a Ucrania frente a quienes “socavan su existencia”. Ahora está por ver cómo rueda esa plataforma.

Naciones Unidas, a través de su secretario general, António Guterres, también se ha comprometido a ayudar, pero falta igualmente por saber el cómo y el cuánto. El diagnóstico de la ONU es que es tal la “devastación” de viviendas, escuelas, hospitales y otras infraestructuras críticas que “llevará años” ponerlas en pie de nuevo. Por eso es partidario de empezar antes de que se callen las bombas. En estos momentos, en colaboración con Ucrania y 300 socios locales de la sociedad civil y ONG internacionales, Naciones Unidas está llegando a casi nueve millones de ucranianos con asistencia esencial y vital.

Es “esencial” que la cifra crezca, dice el portugués, porque el 90% de los ucranianos corren el riesgo de caer en al pobreza. Hasta diez regiones se han visto afectados por los combates desde el inicio de la invasión rusa, el pasado 24 de febrero.

Conseguir mucho dinero se plantea difícil, en un contexto en el que la inflación, en gran parte causada por esta guerra, tiene a los gobiernos atenazados, con crisis de popularidad, sin contestación social en las calles pero con claro descontento, a las puertas del frío y lo que energéticamente conlleva. Zelenski pide que los países europeos vayan más allá de la ayuda común y se comprometan uno a uno en la medida en la que puedan, tirando de fondos nacionales, pero que también debatan para lograr créditos comunes, lo que ya se hizo de forma extraordinaria, por primera vez, ante la pandemia de coronavirus. Añade, como vías para que llegue el dinero, las inversiones del sector privado, las contribuciones a título privado de particulares y empresas, además de sus propios presupuestos nacionales, por más que estén en los huesos.

La idea que ronda a víctimas y aliados es la aprobación de una especie de Plan Marshall, como el que levantó la Europa occidental, machacada tras la Segunda Guerra Mundial. Un informe elaborado por la Escuela de Economía de Kiev sostiene que los gastos en Ucrania superarían con mucho aquellas inversiones: aquello costó 13.000 millones de dólares, equivalentes a 147.000 millones de dólares actuales, como cinco veces menos de lo que pide el presidente Zelenski. Dos tercios del PIB nacional se han ido con las infraestructuras deshechas, añade el dossier.

¿Y si Rusia paga su propio daño?

Una de las ideas más atractivas para poder hacer frente a la reconstrucción es la de que Rusia pague lo que su propio Gobierno destroza. ¿Cómo, si no hay ni un organismo internacional que pueda forzarle a ello? La clave está en las sanciones impuestas por Europa, EEUU, Canadá, Reino Unido, Australia o Japón, por la que se han inmovilizado los bienes y el dinero de los oligarcas rusos más destacados, en castigo por su apoyo a Vladimir Putin.

El primer ministro ucraniano, Denys Shmyhal, lo planteó inicialmente -“los tenemos en vuestros bancos y en vuestros puertos”- y la propuesta fue bien acogida por parte de los países de los Veintisiete, abanderados por Lituania, Eslovaquia, Letonia y Estonia, algunos de los estados que más sienten en el cogote el aliento del Kremlin. Otros, como Alemania, no lo tienen tan claro. La UE ha congelado hasta ahora activos rusos por valor de 10.000 millones de euros y unos 300.000 millones de dólares de reservas del banco central.

“Una parte sustancial de los costes de reconstrucción de Ucrania, incluida la compensación a las víctimas de la agresión militar rusa, debe ser cubierta por Rusia”, dice la carta que los ministros de Finanzas de la UE de los países bálticos han presentado a la Comisión. No obstante, hay dudas sobre su viabilidad. Varios oficiales de la UE citados por Reuters han advertido de que la confiscación de activos es jurídicamente complicada, ya que no existen leyes comunitarias adecuadas para ello, exige en gran parte de casos modificar legislaciones nacionales. Aún así, Bruselas ya ha dado los primeros pasos para abrir la puerta a que sea posible, al equiparar la violación de las sanciones de la UE contra Rusia con delitos tan graves, del calado del terrorismo o la trata de seres humanos, en los que ya está prevista la confiscación.

“En los casos en los que no se identifiquen vías legales para confiscar los activos, deben utilizarse como palanca y liberarse sólo una vez que Rusia compense a Ucrania por todos los daños causados”, sostienen, pese a todo, los cuatro países que insisten en la medida. Lo comparte Kiev: “Nuestro objetivo no es solo restaurar el vidrio y el hormigón, sino construir un nuevo país”, insiste Shmyhal, quien recuerda que sólo así, recuperándose, podrá converger con el bloque europeo, después que Ucrania haya sido reconocido como candidato a la adhesión en la UE. Es una carrera de fondo, aparte de un sprint.

Zelenski no se conforma y desde su comparecencia nocturna diaria, desde su pseudouniforme militar, dice que cuando su país resurja será “el más libre, el más moderno, el más seguro” de Europa. Azuza a Bruselas asegurando que Ucrania es “el mayor proyecto económico en Europa”. Cuando la guerra ya no abre informativos, cuando ya no hay imágenes de riadas de refugiados, cuando la guerra se estanca, en fin, eso suena a quimera.

Quedan mientras los trabajos de la gente-hormiga, las ONG locales y los organismos internacionales, de los Repair Together, que organizan fiestas musicales para levantar lo tirado, hasta ACNUR, que levanta casas, pasando por los arquitectos que gratuitamente examinan en Jarkov cómo recuperar su esplendor.