Resistiremos

Resistiremos

Cuando acabe la ‘cuarentena’ y el miedo habrá que reflexionar y filosofar sobre lo que hemos vivido.

Imagen de archivo de Juan Carlos I y Felipe VI. Carlos Alvarez via Getty Images

De repente, en cuestión de meses, parece como si los acontecimientos circularan por nuestra vida a velocidad vertiginosa. Hechos extraordinarios en otras circunstancias y ocasiones históricas se vuelven normales. Y vemos como caen, como frágiles estructuras de palillos de dientes que desafiaban a las leyes de la gravedad y las corrientes de aire, paradigmas que creíamos duraderos, sin fecha de caducidad. No hay calma para engarzar la cuentas en un hilo narrativo. Pero hoy ya no tienen vigencia costumbres de ayer.

El gran Plácido Domingo –y antes y después que él, otros muchos– se ha empequeñecido para la gente corriente, porque los galanteos quizás subidos de tono, dichos desde la altura de los usufructuarios del poder, sea el económico, el de los sofisticados divos de la ópera, o las primeras figuras del arte y la escena, o el de los políticos o aristócratas, o altezas... ya no se admite socialmente. 

El nuevo movimiento feminista ha cambiado las cosas, a pesar del desconcierto del machismo que no se resigna a la pérdida del poder cesarista en las relaciones de pareja. Cuando el famoso y reverenciado tenor pidió perdón, alguien en Ferrol dijo displicente: “nada de perdón, que te la corten y al montón”. Más gráficamente, una pintada en un pueblo de A Coruña concretaba de forma radical el nuevo pensamiento dominante, en su vertiente metafórica radical: “machete al machote”.

Hasta casi ahora mismo los flirteos y chalaneos del rey emérito Juan Carlos I eran cosa rumoreada pero nunca confirmada. Se le dejaba hacer, como premio a su labor en la Transición, a su campechanía (que no deja de ser una modalidad de altanería para el común de los mortales) y a su simpatía de chistoso. 

Sabemos que algunos políticos y amigos no serviles le advertían de los peligros que encerraba su actitud, pero el monarca se había subido a la parra. Desde antes de ocupar el trono se contaban sus aventuras sexuales, su habilidad con los cuernos, su incontrolable promiscuidad, aunque entonces se le decían ‘veleidades amorosas’ de los Borbones, y se le toleraban hasta con sonrisas y comentarios de admiración. Mientras, y por contraste, destacaba la sobriedad de la reina Sofía, y su contención para no dinamitar la Casa Real.

Hasta que llegó el ‘tropezón’ en Botsuana en abril de 2012, cuando en plena crisis económica los españoles se enteraron (el 14 de abril, ‘lagarto, lagarto’) de que el rey pre-emérito se había roto la cadera, y estaba siendo operado en Madrid, ahí empezó el escándalo que lo dejó ‘emérito’, y que estos días ha alcanzado un punto de no retorno. Quizás no le quede otra salida que un exilio ‘voluntario forzoso’, a lo mejor, sarcasmo de la fortuna, en Estoril, que es puerto de mar.

Tirando del hilo, se ha desenrollado el ovillo. El rey (emérito) ha quedado desnudo.

Allí, en el África profunda, empezó el ‘Corinavirus’. Al trascender su relación sentimental, o como se llame, se le obligó a marcar distancias. Pero ya había perdido la impunidad, y él lo supo cuando tuvo que pedir perdón en la puerta de la clínica madrileña por sacar la escopeta del tiesto y abatir al paquidermo en un tiempo en que matar animales a balazo limpio, o con las artes ancestrales del toreo sangriento había dejado de ser algo socialmente aceptado. Pero a perro flaco, con perdón, todo son pulgas. Lo peor estaba por llegar, a través de la grieta que se abrió  en el muro de la presa: los trasteos económicos con las monarquías sátrapas del Golfo, las amistades de interés con oligarcas patrios y, no falla en ninguna historia de traiciones, la amante despechada que a lo peor soñaba con ser reina de corazones.

Y ahí entra otro episodio de novela negra: el policía corrupto, típico subproducto de las cloacas del Estado, que tras haberse ganado inmerecida y falsa fama de ‘abnegado servidor público’ se dedicó al espionaje en beneficio particular, a amasar dinero negro, y a la arquitectura criminal desde dentro del Cuerpo, con la venia de algunas alturas y muchas bajuras. Puesto al descubierto, encerrado en prisión, sin jueces ni fiscales ni ministros que se dejaran chantajear, montó su defensa con el goteo de menos a más de grabaciones y dossieres. Y como no se le hacía caso y seguía enrrejado, sus palanganeros en el submundo periodístico digital dijeron que tenía dispuesto un botón nuclear, que podría hacer estallar al Estado.

Ese último recurso, la guerra total, la destrucción mutua asegurada que mantuvo la ‘guerra fría’ fue la tal Corina. Tirando del hilo, se ha desenrollado el ovillo. El rey (emérito) ha quedado desnudo. Su hijo, el rey Felipe VI, ha actuado con energía constitucional, y familiar. Ha renunciado ante notario al dinero que su padre le podría dejar en herencia, y además le ha quitado el sueldo oficial. Como dijo una vez un joven político socialista canario a unos históricos militantes que solían sacar sus medallas y méritos de la prisión y la clandestinidad a relucir en las asambleas: “Compañeros, a las medallas hay que darles ‘Netol’ todos los días para que no se oxiden”.

Pues el Estado ni se ha resentido ni se ha rendido, y eso que parece que se encuentra en medio de una ‘tormenta perfecta’, como aquella, en el Cabo de Hornos, que tuvo que atravesar la nave inglesa Surprise de la película Master and Comander; olas como montañas, vientos huracanados que destrozaban cuadernas, jarcias, velas… temperaturas bajo cero que helaban a la tripulación… que al final llegó sana y salva al Pacífico y siguió su aventura persiguiendo al Acheron.

Antes empezaron a caer los políticos corruptos, de todos los partidos, del PSOE, de AP y el PP, de Convergencia i Uniò, por el famoso tres per cent, los más actuales de la Gürtel, causa incubada bajo el aznarato y que fastidió el Gobierno de Rajoy, los ERE, que acabaron con dos expresidentes de la Junta de Andalucía condenados…

Casi a la vez que los penúltimos manguerazos de mierda del ‘Corinavirus’ se ha producido la hecatombe del coronavirus. El Covid-19 empezó en la populosa ciudad china de Wuhan, y en todo el mundo se observó con estupor, y a la vez admiración, la contundencia de la repuesta de Xi Jinping. Fue tan drástica y ejecutiva que el comentario general, recordémoslo, era que “eso” nunca se podría hacer en países democráticos, y mucho menos en España.

Pues abajo otro lugar común. El presidente Sánchez imitó a los chinos, en cierta manera, más suavemente, eso es cierto, y a los italianos, y a los coreanos, con las variables idiosincráticas nacionales y de las circunstancias y variables de la evolución de la enfermedad. Pero millones de españoles hemos sido confinados en nuestras casas, ciudades y pueblos, que patrullan unidades disuasorias de las Fuerzas Armadas…

Cuando acabe la ‘cuarentena’ y el miedo habrá que reflexionar y filosofar sobre lo que hemos vivido y aún estamos viviendo, y cómo unos dioses han caído y otros se han levantado.

Pero el paradigma que cayó aquí fue que la estructura autonómica del Estado, y la deriva cantonalista, taifeña, hacía imposible actuar eficazmente por las dificultades de imponer un mando único. No obstante, la Constitución Española prevé el estado de alarma, que desarrolla la Ley Orgánica  4/1981. Y no sólo se montó, sino que el Gobierno decretó que la única autoridad competente para luchar contra el virus era el presidente del Gobierno y los ministros delegados, que asumen todo el poder mientras dure el estado de alarma. Las reticencias de Quim Torra y los separatistas catalanes, y las más educadas del vasco Urkullu, no fueron consideradas. No tuvieron la fuerza que habían tenido en anteriores ocasiones.

“Esto es como un 155”, han dicho algunos nacionalistas, pero levantando la bandera blanca y con la mascarilla puesta –antes eran máscaras- que temen que el Covid-19 tenga el efecto secundario de fortalecer al Estado.

Sí, estamos cambiando, y mucho y muy velozmente. Estamos doblando un Cabo de las Tormentas. Dejando atrás, salvo error u omisión, paradigmas, costumbres y culturas, extravagancias, varicelas democráticas… Lo importante es ver desaparecer los complejos y las ‘antiguallas’ por la popa. Y asumir que muchas cosas, el feminismo, la necesidad de un Estado fuerte, la ejemplaridad de la clase política, la lucha contra el cambio climático, la potenciación de la salud pública … han llegado para quedarse.

Parece que la nave resistirá. Que resistiremos. Cuando acabe la ‘cuarentena’ y el miedo habrá que reflexionar y filosofar sobre lo que hemos vivido y aún estamos viviendo, y cómo unos dioses han caído y otros se han levantado.

Y sí: Sic transit gloria mundi.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.