Restricciones de un filósofo

Restricciones de un filósofo

Entrevista a Thomas Hofweber, profesor de filosofía de la Universidad de Carolina del Norte.

Crisfotolux via Getty Images

En filosofía, no todo vale. Hay límites y restricciones. Un filósofo como Kant hablaba sobre los límites, como en la pregunta: “¿Qué puedo saber?”. Otros pensadores plantean restricciones en el conocimiento, más que límites. ¿Dónde está la diferencia? Probemos con una analogía: un marinero no conoce los límites exactos del mar, pero tiene restricciones a la hora de navegar o hundirá el barco. De forma parecida, los filósofos idealistas creen que la realidad no “es” sin más, sino que depende del sujeto, pero a su vez el sujeto tiene restricciones sobre cómo percibe la realidad. Esa es, grosso modo, la interpretación del idealismo que se defiende en la actualidad. Thomas Hofweber es un profesor de filosofía de la Universidad de Carolina del Norte que ha tenido la amabilidad de explicarme su visión del idealismo. Para bien o para mal, esta entrevista queda “restringida” a personas que tengan cierta curiosidad filosófica.

ANDRÉS LOMEÑA: En uno de sus artículos discute con agudeza sobre el “idealismo fuerte”, que podríamos definir como la corriente filosófica que defiende la centralidad de las mentes humanas para lo que se entiende como realidad. No sé si ese idealismo fuerte coincide con la visión del polémico sociólogo Bruno Latour, quien aseguraba que antes de Koch, el bacilo no tenía existencia real.

THOMAS HOFWEBER: Desde luego, yo sostendría que el bacilo existe antes de que los humanos existieran y antes de que Koch lo descubriera. Esto es difícil de negar, y sospecho que lo que Latour tiene en mente no es que el bacilo no tuviera existencia real antes de Koch, sino más bien que con “existencia real” él quiere decir algo especial, aunque no estoy seguro de qué se trata. 

La versión del idealismo que defiendo sostiene que nuestras mentes humanas “restringen” el mundo sin “construirlo”. Es decir, lo que hay existe independientemente de nosotros (en general, con las excepciones obvias de las bicicletas y otras cosas hechas por seres humanos), y si ocurre un suceso, entonces su desarrollo tampoco depende de nosotros. Nosotros no hacemos que se den los sucesos, más bien restringimos lo que se entiende como candidato a suceso. No hacemos que esos acontecimientos que se dan se produzcan gracias a nosotros, pero sí estamos involucrados en las candidaturas de aquello que puede convertirse en un suceso; restringimos los candidatos a suceso de tal modo que cada acontecer debe ser representable conceptualmente por la mente humana. Esa es la perspectiva. La parte difícil es tener un argumento sólido para esa visión.

Esta forma de verlo está estrechamente relacionada con la imposibilidad de lo inefable [lo que no puede ser dicho]: afirmar que cualquier suceso que pueda darse tiene que ser representable por nosotros implica que los sucesos inefables están descartados. El argumento a favor del idealismo que doy procede de establecer que los sucesos inefables son imposibles. Si queréis ver cómo desarrollo esta idea, lo mejor sería consultar uno de mis artículos más recientes: Idealism and the harmony of thought and reality (Mind 2019).

A.L.: Ortega y Gasset decía que la claridad es la cortesía del filósofo. Un filósofo como Peter Unger ha criticado la filosofía analítica por su oscuridad y vacuidad; sin embargo, su libro Ideas Vacías parece a su vez un poco vacío. ¿Se siente cómodo en la categoría de filósofo analítico?

T.H.: Creo que la distinción entre filosofía analítica y continental es una falsa dicotomía. Por supuesto que hay diferentes tradiciones filosóficas, pero esas corrientes son muy numerosas y no pueden ser divididas fácilmente en dos ramas. Ni siquiera está claro cuáles son las características que unifican la filosofía “continental” o la “analítica”. La descripción de la filosofía analítica como un tipo de filosofía basada en el análisis del lenguaje o que de alguna forma trata sobre el lenguaje sería rechazada por muchos filósofos contemporáneos angloparlantes, por ejemplo en la rama de la metafísica. Por tanto, doy poca consideración a esa distinción. No obstante, hay sin duda muchas tradiciones diferentes y líneas de influencia. En mi caso, me he visto influenciado por los pensadores que escribieron en inglés y vivieron en el siglo XX o que aún siguen vivos. El tema que investigo, el idealismo, se ha discutido tradicionalmente de forma mucho más activa en obras no escritas en inglés.

En cuanto a la claridad, pienso que todo el mundo debería luchar por ella, pero hay espacio para el desacuerdo sobre cuánta claridad es posible. Mi idea es que la crítica de Unger incurre en lo que muchos filósofos estaban supuestamente haciendo.

Nosotros no hacemos que se den los sucesos, más bien restringimos lo que se entiende como candidato a suceso.

A.L.: ¿Qué piensa de filósofos como Graham Priest y su dialeteismo?

T.H.: No soy un seguidor del dialeteismo, aunque sí lo soy de Graham Priest, quien ha hecho un gran trabajo defendiéndolo y aplicándolo en todas partes, incluyendo muchos temas en los que yo trabajo, como lo inefable (mírate su libro Beyond the Limits of Thought). Mi punto de vista sobre la lógica es que la lógica clásica es correcta y que no puede haber verdaderas contradicciones. En cualquier caso, ese es un tema muy discutido.

Mi posición ha estado influida por un buen número de filósofos. Algunos de ellos fueron mis profesores, otros escribieron un artículo o un libro que me impresionaron. No los citaré todos, pero algunas influencias son Remnants of Meaning de Stephen Schiffer, Mirando desde ningún lugar de Thomas Nagel y El nombrar y la necesidad de Saul Kripke.

A.L.: Mi tesis versó sobre los mundos de ficción, así que me interesa su opinión sobre la teoría de los mundos posibles.

T.H.: No tengo una visión trabajada sobre ese tema, pero sí albergo simpatías con posiciones que defienden que los objetos ficcionales no existen [ontológicamente están vacíos] y que el discurso ficcional tiene que explicarse por su conexión con el acto de fingir. He perdido ligeramente el interés en la ficción desde que me quedó claro que estableciendo una analogía con la ficción no conseguía ningún progreso en la mayoría de los temas que me interesaban. No apoyo las perspectivas “ficcionalistas” en la mayoría de los debates que he tenido. Por lo tanto, aunque trabajé esto en el pasado, y aunque algunos aspectos del debate sobre la ficción han sido cruciales en mi propia obra, en particular en cuestiones sobre ontología, sospecho que tú eres más experto que yo, teniendo en cuenta el tema de tu tesis.

Lo difícil radica en mostrar cómo el acto de pensar sobre tus propios conceptos puede ser una guía acerca de cómo es el mundo.

A.L.: Por último, háblenos de su próxima obra...

T.H.: Estoy escribiendo un libro sobre el idealismo titulado Idealism and the Harmony of Thought and Reality, que se publicará con Oxford University Press. No lo he terminado aún, pero trato la visión idealista que creo correcta y la enfrento con otras versiones del idealismo y del realismo que uno puede estar tentado de defender. Trazo varias versiones del idealismo que a primera vista parecen defendibles, pero argumento que todas están equivocadas, excepto una: la que defiendo en la principal parte del libro. Esto incluye discusiones detalladas sobre lo inefable, la dependencia con la realidad mental, la realidad como totalidad de sucesos versus la realidad como totalidad de las cosas, y algunas otras ideas. También hay algo de filosofía del lenguaje.

Al final es todo un poco kantiano, en el sentido de que defiendo que hay una clase diferenciada de conceptos y que reflexionando sobre esos conceptos uno puede llegar a conclusiones sustanciales sobre cómo es el mundo. Pero a diferencia de las categorías de Kant, esos conceptos son lo que yo llamo “conceptos inescapables”: conceptos que no puedes abandonar racionalmente por algún concepto alternativo. Lo difícil radica en mostrar cómo el acto de pensar sobre tus propios conceptos puede ser una guía acerca de cómo es el mundo.

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