Rivera, del éxito al fracaso en siete meses

Rivera, del éxito al fracaso en siete meses

En los comicios de abril lo apostó todo a una carta: superar al PP.

Rivera, tras las elecciones del 28 de abril... y Rivera, tras las elecciones del 10 de noviembre.EFE

Pocos podían imaginar en las elecciones del pasado mes de abril que uno de los teóricos triunfadores de aquellos comicios iba a abandonar la política siete meses después a raíz de un estrepitoso fracaso en las urnas.

En los comicios de abril Albert Rivera lo apostó todo a una carta, superar al PP y convertirse en el partido hegemónico de la derecha, pero no lo consiguió y a partir de ahí todo fue cuesta abajo.

Con su crédito político empeñado a una promesa electoral insalvable, que no pactaría jamás con el socialista Pedro Sánchez, Rivera se quedó en tierra de nadie, como una pieza más del bloqueo político en la que lleva instalada España desde hace demasiado tiempo.

Tuvo al alcance de su mano formar gobierno con el PSOE o, cuando menos, facilitar y condicionar su investidura, y ahora siete meses después lo ha perdido todo.

La repetición electoral le ha pasado una factura que ni las encuestas más pesimistas auguraban, aunque el precipicio se veía venir.

De los 57 escaños del 28 de abril a solo diez diputados el 10 de noviembre. Prácticamente todas las caras visibles de su partido se han quedado fuera del Congreso. Una sangría a la que se suma todos aquellos que poco a poco se fueron marchando por no compartir la línea política del presidente.

Una debacle en términos porcentuales solo comparable a la que sufrió la Unión de Centro Democrático en 1982.

De nuevo, un partido que a priori se presentaba de centro y liberal, devorado por fuerzas políticas a su derecha. La UCD por Alianza Popular, y el Cs de Rivera por el PP y Vox.

La derrota de Ciudadanos se produce además con especial virulencia en las zonas urbanas, su tradicional granero de votos, que de abril a noviembre le han dado la espalda con estrépito.

Rivera ha asumido su fracaso y lo deja todo. Abandona la Presidencia del partido, su escaño del Congreso y la vida política.

Dice que lo hace “por responsabilidad y coherencia” y porque los éxitos de un partido “son de todos” pero los malos resultados “son del líder”.

Asegura que lo deja todo para que el proyecto de Ciudadanos continúe, porque “el centro político existe” y hay “muchos españoles que necesitan votar liberal y centro” en un contexto de polarización política y de auge de los extremos.

“Nunca estuve en política atornillado a un escaño”, ha proclamado ante los suyos, que le han aplaudido a rabiar, algunos con lágrimas en los ojos en una declaración sin preguntas en la sede del partido que ha sido, en cierto modo, su epitafio político.

Para Rivera, la vida es mucho más que la política y ahora quiere recuperarla después de 13 intensos años en primera línea y cuatro años frenéticos como diputado en el Congreso.

De aquel joven que se exhibía desnudo en los carteles electorales del partido catalán de moda que sorprendía a todos, queda ahora un animal político herido que ha dado un paso al lado para permitir, o al menos no obstaculizar, la supervivencia de su partido, de su proyecto político personal.

En el banquillo de Ciudadanos, ahora tan menguado, se alza ahora una figura en la que todos ponen la mirada: Inés Arrimadas.

Una política que se ha curtido como Rivera en el duro escenario catalán pero que después de haber ganado las elecciones autonómicas en Cataluña, dio el salto a Madrid donde ha pasado con más pena que gloria.

Lo que depare el futuro político de Ciudadanos es un misterio. Lo único seguro es que en ese futuro no estará su creador, artífice, impulsor e imagen indiscutible hasta ahora: Albert Rivera.