Santiago Alba Rico: “España no tiene bandera, y no hay que empeñarse en resignificar la rojigualda”

Santiago Alba Rico: “España no tiene bandera, y no hay que empeñarse en resignificar la rojigualda”

El filósofo y ensayista analiza en 'España' la "falla original" de este país: "Toda unidad ambicionada genera bipolaridad".

Santiago Alba RicoCEDIDA POR EL AUTOR

Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) se ha reconciliado con España, aunque el verbo ‘reconciliarse’ no le guste.

El filósofo y ensayista se fue “huyendo” de su país hace más de treinta años, cuando renegaba de Galdós y hasta casi de Cervantes. El mismo que quiso alejarse de la “españolidad” que representaban estos autores publica ahora España, un ensayo editado por Lengua de Trapo en el que, de alguna manera, salda cuentas con el país que le vio nacer.

Más de media vida alejado de España no le ha hecho idealizar el país, pero sí quizás tomar distancia suficiente como para entender, y poner por escrito, que “eso que llamamos España está relacionado con la concepción de una unidad excluyente que exige una permanente depuración” —llámense judíos, moriscos o ilustrados— y que esa “falla original” en los cimientos del país continúa hasta el día de hoy.

España es, para Alba Rico, un país sin bandera ni himno —“el Quijote es casi la única bandera que realmente tenemos”—, en el que los únicos mitos compartidos por sus ciudadanos serían la guerra de la Independencia y el gol de Andrés Iniesta frente a la selección neerlandesa en el Mundial de Fútbol de 2010. “Es algo que todos vivimos con emoción y con ilusión, e incluso diría que integra a catalanes, vascos y a gallegos”, recuerda el escritor. 

Alba Rico considera además que la España del gol de Iniesta es “muy distinta” a la ‘tradicional’. “No es la vieja España violenta, taurina y peleona que vence a un enemigo superior gracias a una acción individual. El gol de Iniesta invierte la relación de fuerza. Es un gol de una persona físicamente frágil que hace un fútbol elegante y de equipo colectivo. Pero han pasado muchos años de ese gol, y no parece que sea suficiente fragua como para que se convierta en otra cosa más que un momento de felicidad compartida de todos los españoles”, reflexiona.

El filósofo lo vio, y vivió, desde un hotel de Venezuela, de nuevo lejos de su España natal, esa a la que ahora se siente “muy vinculado en términos políticos y emocionales”. “Si durante algún tiempo me sentía como un cosmopolita privilegiado y luego como un exiliado, ahora sí que me siento como un migrante”, cuenta a El HuffPost en una entrevista por Skype desde su casa en Túnez. “Tengo ganas de volver a mi país aunque sea para verlo hecho harapos”, dice.  

Confieso que el otro día iba leyendo su libro en el autobús y sentí hasta pudor por que la gente me viera con un libro titulado ‘España’ en rojo y amarillo. ¿Hay que resignificar la bandera y los símbolos? 

Es una tarea difícil. Lo digo con cierto pesimismo y con contrición, pero creo que es una batalla perdida. Por un lado, la izquierda ha renunciado a disputar esa bandera y, por otro lado, la derecha más excluyente, la que sigue recordando esa historia imperial católica de España, se la ha apropiado. No es que la haya hecho inútil o inaccesible para la gente de izquierdas, sino para la mayoría de los españoles. Los mismos españoles que pueden ovacionar al equipo nacional con esa bandera son muy conscientes de la apropiación que ha habido por parte de la ultraderecha en balcones, en correas de reloj, en toda clase de símbolos indumentarios, por no hablar de manifestaciones muy excluyentes.

El problema con la bandera rojigualda es que ha quedado desespañolizada por el uso que se ha hecho de ella desde posiciones sectarias y excluyentes. Y no tenemos otra; creo que España es un país sin bandera y sin himno nacional. En ese sentido, los catalanes y los vascos tienen ventaja, porque ellos sí tienen una bandera común. Incluso los catalanes y los vascos que al mismo tiempo se sienten españoles se reconocen en una bandera común. Los españoles no tenemos bandera, y no creo que sea fácil resignificar la que tenemos. No habría que empeñarse demasiado por ese camino sino tratar de revisar los pilares de la construcción de España. Quizá por ese camino llegaremos algún día a tener una bandera o a resignificar esta, pero empeñarse en disputar esa bandera ahora mismo no es una buena idea. Dejémosla estar; la ultraderecha va a seguir desespañolizándola. 

El problema con la bandera rojigualda es que ha quedado desespañolizada

Tampoco le acaba de convencer la reivindicación de la bandera republicana.

Tengo 60 años, he sido una persona políticamente muy comprometida y, desde luego, la bandera republicana me ha emocionado mucho. Pero que me emocione a mí no significa nada. Si pienso en términos de construcción de un país no tengo que pensar sólo en lo que me emociona a mí. Sería un error gravísimo que por cierto se comete en España muy a menudo juzgar la potencialidad global de un proyecto por las emociones privadas que le produce a uno. Querer trasladar o imponer tus emociones privadas a los demás también es muy español. Creo que la bandera republicana tampoco es resignificable en términos transversales. Si queremos cambiar el país tenemos que sumar, y no restar o imponer.

  Santiago Alba RicoROSA DÍAZ/CEDIDA POR EL AUTOR

¿Cree que ese ha sido, de algún modo, el error de Podemos? 

Yo formé parte del proyecto original e incluso fui candidato por Ávila en las elecciones del 2016. Para mí, Podemos supo leer muy bien el momento político; entendió que España venía de una crisis económica y política, en la que la desafección popular con respecto al régimen del 78, a sus instituciones y a sus partidos políticos, abría una ventana de oportunidad para ese proyecto de refundación. Naturalmente, se cometieron errores, pero también creo que hubo una reacción muy agresiva por parte de ese régimen del 78, que incluso usó las cloacas del Estado para debilitar ese proyecto. 

Al mismo tiempo, creo que Podemos cometió muchos errores. Yo mismo me alejé del partido por las dinámicas internas y por el hecho de que finalmente Podemos desde un sector de la dirección, el que ganó Vistalegre II apostó por convertir el partido en una reedición de Izquierda Unida. Yo, que he sido votante muchas veces de Izquierda Unida, no quería de ninguna manera que Podemos fuera eso. Al final, Podemos acabó siendo un partido de izquierdas tradicional y, de alguna manera, el 15-M también se hizo contra los partidos de izquierda tradicionales. 

Podemos acabó siendo un partido de izquierdas tradicional

¿Qué piensa cuando ve los disturbios de estos días por el rapero Pablo Hasel?

Cualquier intelectual, cualquier periodista o cualquier ciudadano de cierta edad tiene que considerar que existe algún lazo entre nosotros y nuestros hijos. Cuando hay manifestaciones de este tipo, que claramente van mucho más allá de la chispa que las han generado, nuestra obligación como sociedad es preguntarnos por qué hacen esto nuestros hijos, y no estoy muy seguro de que esto se esté haciendo en estos momentos. Nadie puede dudar que esas protestas tienen poco que ver con las declaraciones irresponsables y bastante necias, pero en todo caso no punibles en términos de cárcel, de un rapero al que probablemente esos jóvenes no han escuchado. 

Me parece evidente que esto expresa un malestar mucho más arraigado y mucho más vasto en su alcance que la mera protesta por el encarcelamiento de un rapero, con todo lo grave que eso es. 

Las protestas tienen poco que ver con las declaraciones irresponsables y necias, pero no punibles en términos de cárcel, de un rapero al que quizás esos jóvenes no han escuchado

¿Imaginó alguna vez que un partido como Vox llegara a ser tercera fuerza política en España? 

Me lleva dando miedo mucho tiempo esta situación, y también la frivolidad, la indiferencia y a veces la estrategia intencionada de algunos medios de comunicación y de algunos partidos políticos.

Llevo mucho tiempo recordando en el año 33, cuando gana las elecciones en Alemania, Hitler no era un nazi, porque ‘nazi’ es una palabra que sólo adquirió las connotaciones negativas y amenazadoras que tiene cuando Hitler gobernó Alemania, arruinando Europa y matando a seis millonse de judíos. Decir hoy ‘nazi’ es decir algo atroz. Pero cuando ese señor bajito con bigote decía ‘voy a hablar sin complejos’ y ‘voy a decir lo que todos pensáis y no os atrevéis a decir’, la palabra ‘nazi’ no sólo no evocaba muerte, destrucción y maldad, sino que evocaba un refugio y una salida para muchos alemanes que lo votaron primero y que luego se sumaron al proyecto nazi en muy pocos meses. Eso es muy inquietante.

Siempre he tenido miedo de que un partido como Vox desplazara a la derecha española, que no tiene fundamentos muy democráticos, hacia la ultraderecha. Lo tranquilizador fue el 15-M, que parecía que nos había vacunado contra eso que estaba ocurriendo en toda Europa, pero como hemos visto, cualquier error en un contexto de crisis o enfrentamiento político puede dar cabida a una fuerza reaccionaria y de ultraderecha en lugar de a una fuerza transformadora. Cuando ocurre lo más temido o lo más previsible siempre nos sorprende y, en lugar de sorprendernos, deberíamos estar tratando de poner los medios para que no ocurriera.

Cuando ese señor bajito con bigote decía ‘voy a hablar sin complejos’, la palabra ‘nazi’ no sólo no evocaba muerte y maldad, sino que evocaba un refugio, una salida

Últimamente se menciona mucho la polarización de la sociedad, pero cuando se habla de las dos Españas, ¿no hablamos también de polarización?

Claro. Esto de las dos Españas no es más que el resultado de la voluntad esencialista de unidad. Allí donde intentas imponer la unidad, lo que generas es un enemigo que también se configura de la misma manera, como otro proyecto de unidad. Los proyectos de unidad son siempre incompatibles, porque toda unidad pretende ser única. 

En España ocurre esto. La unidad excluyente del proyecto original ha generado adversarios siempre diabolizados que, a su vez, asumían la unidad como única solución. En el libro cito a Gerald Brenan, y su famoso libro El laberinto español, en el que dice que los españoles siempre pensaban que la solución a sus problemas pasaba por el hecho de excluir o eliminar a alguien, y eso es lo que nos tiene que preocupar, no la pluralidad o la multiplicidad, sino la unidad; cómo llevamos tantos siglos concibiendo el mundo a través de la idea de unidad. Toda unidad ambicionada genera bipolaridad, porque produce un otro irreconciliable que no se quiere integrar, y al que por eso hay que matar. 

Para hacer operativa la diferencia, es absolutamente necesario sustituir esas dos Españas por otras, y naturalmente eso pasa por revisar el modelo territorial, económico y educativo. Después de 45 años de democracia, España no ha interiorizado los valores de la democracia como otros países del mundo. No hay todavía una cultura democrática suficientemente consistente como para que no temamos que sea fácil reactivar los proyectos de unidad excluyentes que han caracterizado nuestra historia. 

Es evidente que en España no hay una normalidad democrática plena. Se puede criticar a quien lo dice por otros motivos, pero lo que dice es completamente cierto

¿Diría que no hay plena normalidad democrática en España?

Creo que es una evidencia, no se puede negar. Se puede criticar a quien lo dice por otros motivos, pero creo que lo que dice es completamente cierto. Se puede confirmar no solamente en el hecho de que se encarcele a un rapero insensato, sino en toda la batería de leyes que desde el año 78 no han hecho sino deteriorar la calidad democrática de nuestro país. 

Todos esperábamos que se profundizara la democracia a partir del 78, con la Constitución, pero en los últimos 45 años no hemos visto ese proceso, y eso es inquietante. 

Lo hemos visto en la Ley Corcuera, en la Ley de Seguridad Ciudadana, en la reforma del Código Penal… toda una serie de leyes que, so pretexto de combatir el terrorismo o so pretexto de proteger a las poblaciones más vulnerables de los delitos de odio, lo que han hecho ha sido introducir inseguridad jurídica y restringir las libertades civiles.   

Podemos decir tajantemente que no hay una normalidad democrática plena, y esto no debe llevar a condenar al que lo dice, sino a ponernos de acuerdo para revertir la tendencia desmocratizadora y profundizar la democracia.