Se acabó viajar a Punta Cana para ponerse ciego

Se acabó viajar a Punta Cana para ponerse ciego

Cap Cana destruye el mito de República Dominicana.

Adiós a esta imagen.Getty

″¿En serio te vas a Punta Cana? Buah, aprovecha. Te vas a pasar el día bebiendo al sol. Qué gustazo”. Me contaréis cómo se puede disfrutar si tu estómago alberga tanto líquido como el mar Caribe.

Ya tenemos una edad para empezar a buscar otras cosas alejadas de los chavales que van de viaje de ecuador de carrera a República Dominicana y se hacen los dueños de Punta Cana. Aunque esa invasión ya no nos preocupa, porque el resto hemos encontrado un rincón idílico que hay que visitar al menos una vez en la vida. Y un apunte: se puede ir solo y gozarlo, aunque seguro que querrás enseñárselo a alguien.

Puedo prometer que el significado incesante de viajar a Punta Cana (al menos para los españoles) ha tocado techo. No hay por qué temer. Ya no tienes por qué encontrarte con esos universitarios compitiendo por saber quién desfasa más, ni con los que están despidiéndose de la soltería compitiendo por saber quién desafasa más, ni con el que viaja para desfasar más que nadie. Puedes huir del grupo de ‘los pulseras amarillas’ y ponerte la tuya propia.

Un rincón desconocido (por ahora)

Hay elección en República Dominicana, y se llama Cap Cana. Ese rincón idílico —y todavía desconocido— que conserva todo lo bueno de Punta Cana y aleja todo lo malo (y ya viejuno). Es un destino de lujo, y esto no es una forma de hablar. Pura exclusividad. Y si encima te quedas en el TRS Cap Cana... ya te olvidas de que existe el asfalto.

Comprobado. Existen lugares curativos para la mente, y éste encabeza la lista. Y sí, se puede dejar la mente en blanco, porque si existen los golpes de realidad —que siempre suelen ser malos—, Cap Cana es un golpe de fantasía, o un sueño en el que afortunadamente todo es real. Y que nadie se atreva a despertarte.

Por no existir, no existen ni los problemas de adaptación. Eso de que cuando empiezas a cogerle el gusto a un destino ya tienes que volver, aquí suena a chino. No existe la incomodidad ni para sentirse mimada por desconocidos porque la atención es tan personalizada que parece que te conozcan de toda la vida.

Suena elitista lo de tener un mayordomo personal, tanto que solo te lo imaginas una escena de Sexo en Nueva York (y en una película no chirría). Ni es elitista ni es frívolo, palabra. La relación es tan sana que ves a esa persona como lo que realmente es: alguien que ejerce su trabajo de manera impecable, que tiene una memoria privilegiada, que ha nacido para trabajar de cara al público (algo para lo que no todo el mundo está capacitado), e, incluso, alguien a quien acabas cogiendo cierto cariño por el increíble trato personal. Gracias, Juan.

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Ay, el agua de mar turquesa (y cálida), la arena blanca, las palmeras verdes... y el relax. Sobre todo el relax. Porque nos podemos permitir ser políticamente incorrectos si, al menos, hablamos con sinceridad: ayuda mucho no escuchar ni un solo llanto ni un solo grito de un niño. La realidad es que cada vez se valoran más las vacaciones así, los hoteles que cuelgan el cartel ‘solo para adultos’ —como el TRS Cap Cana— se han multiplicado y siguen haciéndolo, mientras que el resto ofrece actividades para que los padres puedan dejar a los niños con monitores, como en el Grand Palladium Hotels & Resorts, en Playa Bávaro.

Cap Cana está pensado para apagar el móvil, mirar lo que tienes delante y, cuando se te ha cansado la vista, cerrar los ojos y sentirlo. De todo lo demás, se encargan otros. Mucho se habla, negativamente, del sedentarismo en España, pero estamos deseando practicarlo. El mando a distancia y las casas inteligentes se inventaron por algo. Aquí te traen una copa y te la ponen en la mano si es necesario (incluso a la piscina privada de las habitaciones), te preparan algo para comer o te acercan la toalla. Lo que sea.

No tiene nada que ver con el turismo de borrachera, pero nadie te pone una barrera. Que cada quien viva la experiencia como quiera. Precisamente lo que sobran son eso, experiencias diferentes para elegir. Desde la comida, con productos del lugar (langostas que te quitan el sentido) o distintos restaurantes para escoger cualquier tipo de cocina internacional (francesa, india, mediterránea, fusión de japonesa y peruana, argentina, etc.), hasta los planes de ocio. ¿Veis como se puede hacer un viaje de relax sin aburrirse? Si quieres pegarte la fiesta en un barco en el Mar Caribe, tampoco hay freno.

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¿Quieres piscinas? Te sobran. ¿Playas privadas? Cuenta con ellas. ¿Actividades acuáticas y deportivas o excursiones? No faltan. ¿Espectáculos nocturnos? A escoger. ¿Un masaje? Nadie te estropeará el momento. ¿Un spa? Al aire libre o a cubierto. ¿Sol? Aquí no tienes elección.

Aunque todo el mundo quiere ir cuando lo descubre, nunca disfrutarás tanto de la intimidad de un hotel. Lo aseguro. Las vistas parecían inventadas para mi tranquilidad. Solo tenía que levantar la mirada desde la terraza (con piscina privada) de la habitación. O desde la cama. Aquí no hay puntos ciegos.

Eso sí, uno también tiene sus propias manías... aunque ni en esto flaquean. Lo que me puede volver loca de los hoteles son las almohadas. Una buena almohada de hotel te recuerda que de verdad estás fuera de casa. Es la conexión con la desconexión. Las almohadas casi hablan: unas te dicen que estás aquí o allá para trabajar y otras te susurran que aquí has venido a descansar. Las del TRS te llevan al mismísimo limbo. Hasta el punto de que tener insomnio pesa menos.

Podría acostumbrarme a vivir así. Claro que sí. Hay que vivirlo, al menos una vez en la vida, y dejarse querer una semanita. Más no, que luego se pierden la cabeza y la perspectiva. Luego, si acaso, se puede volver. Los que no quieren viajar de mochilero también tienen derecho a disfrutar fuera de su hábitat natural. Aunque se pueden combinar ambas experiencias.