Ser agente del KGB, hoy

Ser agente del KGB, hoy

Circulan en coche negro de neumáticos anchos y lunas tintadas, amenazadores, grimosos como ratas nocturnas. Cabezas rapadas, chaquetas de cuero, caras mal puestas; son los miembros del KGB de Bielorrusia, única república exsoviética que preserva las siglas de su policía secreta, cuya sede principal domina el corazón de Minsk como si fuese la alcaldía o un museo de fama internacional.

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Circulan en coche negro de neumáticos anchos y lunas tintadas, amenazadores, grimosos como ratas nocturnas. Cabezas rapadas, chaquetas de cuero, caras mal puestas; son los miembros del KGB de Bielorrusia, única república ex soviética que preserva las siglas de su policía secreta, cuya sede principal, majestuosa y columnada, domina el corazón de Minsk como si fuese la alcaldía o un museo de fama internacional. Nadie entra ni sale de su puerta principal, presidida por el escudo y la espada que durante décadas simbolizaron las tinieblas de la Unión Soviética, y que hoy resisten al servicio de un Estado cien veces más pequeño que ya no busca dominar el mundo, sino mantener en pie sus viejas estructuras.

El KGB de Bielorrusia, antaño crema de los siloviki o servicios de seguridad, cuenta hoy con unos 12.000 agentes (sacados fundamentalmente de academias militares), cuyo papel volvió a la cima política tras las elecciones presidenciales de 2010, cuando desencadenó una terrible campaña represora que detuvo a setecientas personas (incluidos siete de los nueve candidatos) y se prolongó durante meses de presiones, interrogatorios y juicios. Tan ocupados estaban, que desde noviembre de 2011 la ley les permite allanar moradas sin orden judicial.

¿Cómo reconocerlos? Pese a su natural secretismo, en ocasiones se manifiestan durante el día, como cuando se forma una muchedumbre sin permiso. Aparecen igual que un susto, agarran, golpean, insultan y meten a los detenidos en furgonetas y autobuses cuyo destino es su prisión particular (conocida como Amerikanka). He aquí una muestra de hace dos veranos, cuando la multitud protestaba cada miércoles contra el régimen. ¿Cortando calles? ¿Quemando contenedores? No: aplaudiendo.

Detenciones masivas en Minsk por aplaudir. Verano de 2011. Vídeo: Russia Today.

Ése es su método: el matonismo. Aparcan a la puerta de tu casa, te siguen por la noche. Pinchan tus neumáticos o te amenazan por teléfono para demostrarte que nunca estás ni solo ni seguro. A veces, cuando hay un desfile oficial o el presidente obsequia al pueblo con su presencia, es posible ver enjambres de ellos con sus trajes holgados y sus walkie-talkie (a ellos y al servicio presidencial, a la policía de Interior, a los antidisturbios... Los siloviki tienen mil ramas), o de paisano, vigilando las gradas de un teatro por si el público se entusiasma demasiado.

Pero el KGB sirve, sobre todo, para conseguir información: pinchar teléfonos (incluidos los móviles, cuyas operadoras pertenecen al Estado), colocar micros, grabar (son adictos a las cámaras domésticas), reclutar informadores y requisar todo aquello que pueda contener documentos útiles. Por eso cultivan, además, una "reserva activa" de veteranos y chantajeados repartidos por universidades, periódicos, grandes empresas e instituciones como un termómetro armado que mide la temperatura política. Cuando un civil los descubre, avisa a los demás dándose dos toquecitos en el hombro como si palpase galones invisibles.

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9 de mayo, Día de la Victoria. Centenares de policías rodean al dictador (al fondo, a la izquierda). Foto: © Argemino Barro.

Y eso es todo. El KGB sólo se preocupa de proteger el trono presidencial de posibles sacudidas populares, dejando las grandes operaciones internacionales para los libros de Historia, y malviviendo con problemas acuciantes: unos sueldos mediocres (los tenientes recién graduados cobran por debajo del salario medio), una reputación maltrecha (caso de los Teddy Bears) y un agarre mínimo entre la juventud, bien entrada en la era de internet y el Couchsurfing. Otro síntoma de un país gobernado por maneras arcaicas y un constante clima de conspiración (a Rusia le gusta infiltrarse entre los siloviki, cuyos jefes, sea por su menor apego local o porque no pueden aspirar a presidente, nacieron en otras repúblicas).

Nos gustaría decir que se trata de una especie en peligro de extinción, pero la vigencia de su estilo allende la exURSS (empezando por Rusia) demuestra lo contrario: que las ratas nocturnas, de momento, tienen dónde cobijarse.