Sobre la tensión en Donétsk

Sobre la tensión en Donétsk

La región de Donétsk vive una situación bipolar: por un lado hay rebeldes prorrusos ocupando numerosos edificios oficiales con palos y pasamontañas, y en algunos casos blindados y metralletas. Por otro, la vida sigue en las calles y los puestos de trabajo.

Scott Olson/Getty Images

La región de Donétsk vive una situación bipolar: por un lado hay rebeldes prorrusos ocupando numerosos edificios oficiales con palos y pasamontañas, y en algunos casos (por ejemplo en Slaviansk, reconocido ya como centro de mando militar prorruso) blindados y metralletas. Se han multiplicado los puestos de control en las carreteras y ahora mismo hay dos docenas de personas secuestradas, incluidos ocho miembros de la OSCE.

Por otro, la vida sigue en las calles y los puestos de trabajo. El habitante medio del Donbás (franja industrial de Ucrania oriental) ofrece un perfil político muy bajo. 23 años de independencia que sólo han traído rateros y mentirosos en busca de más pastel han hecho trizas las ilusiones públicas. Como dice un amigo ucraniano: "Lo que más une a la gente del Este y el Oeste es la corrupción: todos la hemos sufrido de igual manera".

Una encuesta del Instituto Internacional de Sociología de Kiev ha preguntado a los ucranianos del Este y el Sur, regiones de fuerte presencia rusohablante, por qué razón irían a la guerra. Más de la mitad contestaron que para proteger a su familia y un 31% que nada les haría empuñar las armas. Es decir: casi el 85% de los encuestados ignoraron motivos políticos, históricos o culturales. Los que mencionaron una agresión de Kiev o Rusia suman, juntos, un 9,8%.

Sin embargo, esta lidia entre los minoritarios inflamados y la masa tranquila se ha ido inclinando a favor de los primeros, por varias razones:

(a) Los rebeldes prorrusos se han vuelto más agresivos en sus acciones y declaraciones, tanto por su dinámica interna como por la errática "operación antiterrorista" lanzada por el Gobierno interino. Los choques han generado algunos muertos y los ánimos, evidentemente, están cada día peor.

(b) La propaganda ucraniana y (sobre todo) la rusa: los medios afines al Kremlin han alcanzado cuotas goebbelianas en su cobertura de Ucrania. Basta con acercarse a una manifestación prorrusa para percibir la hinchazón ideológica de los activistas, empeñados en que la OTAN ya está desplegada y que los fascistas de Kiev persiguen al rusohablante por todo el país.

(c) Kiev y Moscú arrojan gasolina al fuego. Putin hablaba del peligro de "guerra civil" y el premier interino Yatesniuk ni más ni menos que de "tercera guerra mundial". No hay que olvidar que los políticos no son ni académicos ni periodistas, sino politicos. Cuando hablan públicamente no tienen en cuenta la realidad, sino la versión de la realidad que más se adecúe a sus intereses. Putin habla de "guerra civil" porque le interesa venderse como pacificador de una Ucrania en llamas, igual que Yatseniuk dice "tercera guerra mundial" para lograr más atención internacional.

(d) Algunos medios occidentales cultivan un alarmismo desbordado para vender más periódicos. Esto se mezcla con el punto anterior: hay una lacra periodística llamada "declaracionitis", donde lo que diga un político vale más que cualquier otra cosa en el mundo, como si sus palabras se convirtiesen en hechos nada más brotar de sus labios. Que se les cite o incluso que se titule con ellos, vale, al fin y al cabo son poderosos y representan países, pero la cosa no puede quedar ahí. Si nos apoyamos en Putin o Yatseniuk para entender lo que pasa en Ucrania, el fin del mundo es cuestión de minutos. Y hay crónicas que parecen ruedas de prensa.

Durante mis casi tres semanas de estancia en Donétsk pude percibir esta bipolaridad. Muchos extranjeros fueron implorados por sus familias, a miles de kilómetros de distancia, para que volviesen a casa (algunos lo hicieron); hubo proyectos a punto de cancelarse y conversaciones nerviosas en hoteles y bares. Pero prevaleció la cautela, porque las circunstancias, sobre el terreno, no eran tan oscuras.

A dos o trescientos metros de los edificios tomados la gente fumaba su narguile y los domingos iba al fútbol, porque Ucrania, pese a las diferencias Este-Oeste, no es dinamita, sino un melting pot donde ser de origen ruso o ucraniano tiene poca importancia, y la política es despreciada por cansina y falsa. Me gustaría recomendar este vídeo del compañero freelance Ricardo Marquina, donde se pide a gente de Donétsk que dé su opinión sobre lo que está ocurriendo:

Es esta actitud pragmática e indiferente (como he opinado otras veces) la que puede salvar a Ucrania de la catástrofe tantas veces anunciada. Un colchón de calma cotidiana que, de momento, resiste la tenaza que forman radicales, políticos y propagandistas.