Sobre los días aciagos

Sobre los días aciagos

La pandemia poco importa en estos días en Colombia. Hay más posibilidades de morir en manos del Estado que por un virus.

Agente antidisturbios colombianos, durante los disturbios por las protestas contra la violencia policial. NurPhoto via Getty Images

Sigo desde Colombia el desarrollo de la pandemia. Leo cifras de fallecidos en Estados Unidos y España; me informo sobre la aparición de nuevos casos. En algunos sitios han comenzado su transición hacia la vida antes del covid-19, si puede existir algo como eso. Hablo por teléfono con amigos y familiares que me ponen al corriente sobre lo que ocurre en los lugares que habitan: muchas personas están aprovechando el verano para ir de viaje; hay desconfianza con el otro; protocolos de bioseguridad; otros están cansados del virus y ya no les importa. El confinamiento es otra especie de muerte. La voluntad restringida al cuerpo ahora está confinada a cuatro paredes. La vida debe continuar, reclaman. Protestas en Alemania. Teorías de la conspiración. El planeta es un órgano herido que supura sangre. 

Colombia tiene 702.088 casos de covid-19. Se ha superado el pico —eso asegura las fuentes del Gobierno— y se ha sobrepasado a otros países en número de contagios. Este panorama se da en medio de emergencias sociales e institucionales: pobreza extrema, trapos rojos sobre las ventanas que denotan el hambre, desempleo e investigaciones al Gobierno actual por compra de votos y al líder político de su partido, Álvaro Uribe Vélez, por manipulación de testigos, vinculaciones con narcotráfico y paramilitarismo. 

El aire de esperanza conseguido tras la firma del acuerdo de paz con las FARC en el 2016 se ha esfumado cuatro años después debido a un Estado que no lleva como bandera la reconciliación. Esto se ha visto empeorado con la pandemia. Miles de personas se encuentran en la disyuntiva de morir de hambre o enfrentarse al virus. A lo que se suma las masacres recientes: 53 en lo que va del año 2020, de acuerdo con Indepaz (Instituto de estudios para el desarrollo y la paz). Discursos incendiarios del líder de la derecha, que ponen en peligro la vida de la oposición y un Estado que se afirma en sus consignas a través de la brutalidad policial. El asesinato del abogado Javier Ordóñez, a manos de la policía, se suma a una lista de crímenes estatales que rebosan el vaso con su sangre. Nueve fracturas de cráneo acabaron con su vida. Tras lo cual vino lo inevitable: tomarse las calles. 

La pandemia poco importa en estos días en Colombia. Hay más posibilidades de morir en manos del Estado que por un virus.

El mundo atraviesa momentos difíciles y Colombia, por su parte, está hundida en el oscurantismo. En tres días de protesta, diez personas han sido asesinadas. Los vídeos en Internet muestran a la policía atacando viviendas, disparando y golpeando a los manifestantes; un chico con un disparo a quemarropa en la cara, gritos de desespero, impotencia y bloques de humo. Todo ha quedado filmado. Una madre denuncia el asesinato de su bebé, un padre el de su hijo, un cuerpo gira extenuado, exhalando su último aliento bajo las botas de dotación de un oficial. La pandemia poco importa en estos días. Hay más posibilidades de morir en manos del Estado que por un virus. Desde las ventanas cercanas, los ojos han inmortalizado el desmoronamiento. La democracia colombiana se derrumba al igual que la de su vecino, pero empujada por la derecha; cae por un abismo de ignorancia y un discurso anacrónico y peligroso.

¿Qué le espera a Colombia en estos días aciagos? La vida parece condenada a un destino terrible e irremediable, pero no hay que olvidar que los días aciagos no son solo síntomas de enfermedad, sino de cambio. Ningún país fortaleció su democracia en silencio. El ruido es la antesala de los despiertos. El grito es la antesala de una paz sosegada que puede encontrar en el fulgurante eco de las llamas la verdad de una nación nueva.