Soledad
Carlos Alejándrez "Otto"

Al remover el té con la cucharilla, las pulseras de Reme emiten un campaneo de rondalla, disonante y molesto, que impone el silencio en la mesa más cercana.

Con evidente desprecio de las demás señoras, porque solo hay señoras en el salón anticuado, cubierto por una pátina de polvo y clasismo, mantenida durante décadas, Reme provoca un último tintineo de su quincalla antes de seguir hablando.

-Tú lo que necesitas es un negro que te taladre bien, mona.

Y las tres ríen entre aspavientos de falso escándalo como risas grabadas.

-Tienes que hacer como Vanessa, que se buscó a uno de esos que andan por la Gran Vía pescando bolsos.

-¿Negro y chorizo, dices?

-No, mujer. Los que venden bolsos tan auténticos como los nuestros. Es que a mí se me hacen que los pescan, siempre con la cuerda tensa y mirando a izquierda y derecha, como si el río fuera a desbordarse en cualquier momento.

-Cómo para no estar al loro, tía. Es a ellos a quienes pescan, entérate -y junta las muñecas esposándose-. El otro día, en Callao, vi como la madera metía a uno en el coche. De poco sirvió que una panda de mochileros los increpara. Los transeuntes, ni mu. Al final, a empujones. Claro, como a los manteros no se les notan los hematomas... Y el Kunta Kinte estaba mazado.

-¡Anda! La mayoría. Vamos que a mí uno bien lavado, me arreglaba el día. Y si hace falta, le compro tres bolsos de Chanel.

-Mejor un Número Cinco, mujer, porque a esos hay que enjabonarlos a fondo. Acordaos del que me trajiné yo la pasada Semana Santa, limpio y perfumado.

-No nos des la brasa, más bien tizón, con lo de tu gorila. Ya nos has contado que siempre llevaba puesto el fez.

-En la polla no.

Y de nuevo las risas estridentes, excesivas, jolgorio que no busca el desahogo sino la constatación de su privilegio como clientes habituales del salón de té en el que pierden la tarde por no saber encontrarla en otra parte.

-¡Ay, hija, se volvió a Dakar y aquí me quedé, papando moscas! Y ya ves, lo único que tenía que hacer para tenerle sujeto era darle de cenar y un paquete de tabaco. Lo bien que me iba de samaritana…

-¿A Dakar? Olvídale. Mejor que lo echaran, Vane. Esos moros -sentenció- te ensartan y... Alá muy buenas -y se ríe de su chiste.

-Es que la carne nacional no es nada fácil -prosigue Vane-. Una panda de julandrones que se reparten el tiempo entre el fútbol y el gimnasio.

-A mí me vendrían bien ambas cosas, que ya la báscula no me respeta -y se palpa sus torreznos-. Reinas, ¿cuánto hace que no pillamos?

-Habla por ti, cariño, que mi Toño me dio lo mío la semana pasada. Pero tú te apañas con el grifo de la ducha, ¿no, Reme?

-¡Y tanto! Tuve un novio que ni carne ni pescado y, encima, tenía celos del Canal de Isabel II...

Las risas se apagan con premura, con vergüenza. Quizás porque las tres tuvieron alguna vez un novio. Ahora, con el calendario trepado a las ojeras, sólo tienen el té de la tarde y los gin-tonics de terraza en que se ahogan sus esperanzas y la luna.

Y el grifo de la ducha.

La charla se detiene cuando Cova se sienta a la mesa. Llega sofocada, pidiendo disculpas por el retraso y entregando con brusquedad el rimero de bolsas de Zara a la camarera. Saca del bolso un paquete de tabaco y se lleva un pitillo a la boca.

-¿Dónde te crees que vas, nena? ¡Que ya no podemos fumar!

Covadonga mira de soslayo al televisor en el que, encendidos, se miden Zapatero y Rajoy en el Debate sobre el Estado de la Nación; el bajo volumen impide escuchar sus mentiras con filtro.

Cova guarda el cigarrillo mientras maldice, señalando a la pantalla.

-¡Cejas y barbas ahumadas molan más, gilipollas!

-Ya creíamos que te habías ido con Sole -comenta Reme inquisitiva-. ¿Alguien sabe algo de ella?

-Desde que se le murió el padre se ha encerrado en casa. Para mí que anda a dos velas.

-¿No va a estar a verlas venir, si no ha dado un palo al agua en su puta vida? Ni estudió, ni ha trabajado, ni ha sabido arrimarse a un hombre. Una señorita de pan pringao.

-Cova, bonita, no te ensañes, que tampoco tú -y a punto está de incluirse- has hecho mucho más que ella, querida.

-Pero yo no he ido presumiendo día y noche de un papaíto administrador. Juraría que ese atildado firmó más pagarés en timbas que estadillos.

Cova rubrica el aire, y también sus abalorios tintinean  

-Tía, llevas lo último de Tous, “oro parece plata no es”,  y eso le pega más a Estefanía “Totus Tous”.

-¿Estefanía, la mujer del doctor Zárate, esa coneja del Opus que sale a hijo por polvo? Joder, no me compares.

-Y además putero. El padre de Sole, digo -apostilla Reme.

-Era viudo, Reme. Compréndelo.

-Eso no es coartada.

-Supongo que la casa será de renta antigua, una bicoca.

Reme, entre sorbos, reprime un gesto de incomodidad, mientras piensa que todos los pasados se parecen.

Llaman a la camarera y le piden más te y más pastas.

-Oye, disculpa, que sean lenguas de gato –exige.

-O de negro -musita Vane.

-Pues Estefanía es vecina de Sole, y me contó la semana pasada, cuando cenábamos en casa de Cuca...

-¿O sea, que te invitó Cuca a su cena anual?- Reme devuelve la pasta al plato como si renunciara a comulgar -. Bien callado te lo tenías, cacho pendón...

-No te pongas así, que no fue para tanto: catering de medio pelo y poco petardeo. No me extraña, se lo gasta todo en recauchutados.

-Pero bien mona que está, que subió fotos.

-¿Mona? Venga ya. Estuve en un tris de decírselo, pero no era el día, mujer. Esos makitijeras nos cambian los ojos, pero no la mirada.

-Pues Estefi me dijo que Sole, ahora incluso tiene asistenta.

-¿Cómo?

-Como lo oyes. Así que no andará tan mal.

-Pues como no la pague con promesas...

-Es una mora, me dijo, que debe de ir muy temprano, porque nunca la ve entrar, pero todos los días, a eso de las doce, sale de casa y regresa antes de la siesta. Lo mismo la tiene de interna.

-¿Una mora? Más le vale atarla en corto. Pues no son lagartas...

-Un respeto, Reme, que la pobre ahora estará más sola que nosotras...

La camarera deja la tetera y las bandejas de dulces en la mesa.

-¿Todo bien, chicas? ¿Necesitáis algo más?

-Todo bien. Muy bien, bonita. Y nada más, cielo.

Reme recalca las palabras sin ni siquiera alzar la mirada.

- ¡Qué afán con vender! Y no soporto a estas maleducadas que te tutean de buenas a primeras.

-Qué quieres, mujer. Es latina, joven y guapa. No da más de sí.

-Ni de menos. Un euro de propina y va que chuta.

***

Un día más lee, como una plegaria, esa humillación de su paisano Luis Rosales, cuando, de niño, las monjas le obligaron, como castigo, a vestirse de mujer en medio de la clase:

y viví en un dolor la vida entera:

al ponerme la enagua tuve la sensación de entrar por

vez primera en la oficina,

al ponerme las medias sentí un dolor de parto,

al ponerme las bragas se me cayó una mano en el

infierno,

y vi la mano arder,

y yo seguía vistiéndome sin manos,

Sí, señor, así fue,

aún me dura la humillación, el uniforme era tan largo en mi cuerpo de niño como si

me vistiera con la guerra civil,

y cuando todo estaba terminado me puse en la

cabeza un sombrero de niña y aquel sombrero era la muerte de mis padres.

Está sentada a la mesa, rodeada por platillos de café que rezuman colillas, ajadas flores y un rimero de facturas que ya ni mira.

-Para mí también vestirme es una tortura, aunque siempre me costó más desnudarme. Ojalá lo hubiera sabido entonces.

Recoge el papel de oficio y lo lee una vez más mientras rebusca el arrugado paquete de cigarrillos que resiste desde hace más de un mes.

Por medio del presente queda notificada con el aviso de desalojo y entrega de la posesión de la instalación que actualmente ocupa como inquilina...

La cerilla no se dirige hacia el pitillo que cuelga de los labios, sino hacia el folio recargado de sellos y referencias legales.

Deberá entregar dicha instalación en el término de tres días, a contar desde el recibo de este aviso. El presente se expide debido a la falta de pago del alquiler...

Arde entre sus dedos hasta el último momento, cuando no es más que una pavesa volandera. Entonces lo acerca a la punta del tabaco. El humo de la primera calada se mezcla con los restos que flotan en el contraluz de la ventana y con las palabras, dirigidas a nadie, que tan cerca están del llanto.

-Tres días... Después... Me importa una mierda lo que venga después.

El reloj que en tiempos presidió la repisa del salón, y que ahora finge su bronce en la encimera de la cocina, marca las doce entre cartones rasgados, latas vacías y el agrietado bibelot, que no se atreve a tocar por si la nieve que aprisiona añadiera más frío a la calefacción cortada. Es el momento de vestirse.

Siempre empieza por el pañuelo con el que se recoge el pelo y las gafas de sol. Cuanto antes deje de reconocerse en el espejo, mejor. Le importa más su imagen reflejada en el cristal que ser identificada por cualquiera mientras hace la cola.

Sería más fácil si las monjas del centro se dieran algo más de prisa y no la hicieran esperar. Al menos, que llegase la comida tibia. No entiende para qué tanto trámite, si ya los conocen a todos, igual que entre ellos se conocen.

Aunque no se hablen; aunque esquiven cualquier roce y cualquier cruce de miradas.

Descuelga la holgada prenda de la percha y dispone los brazos para recibirla. Está limpia, pero huele a vejez, a cansancio, a final.

Huele tal y como ella olerá en tres días.

En silencio, sin vuelo, deslucida, holgada, como una sombra, cae sobre el enjuto cuerpo de Soledad la chilaba.

Síguenos también en el Facebook de El HuffPost Blogs