Solidaridad asimétrica
Un restaurante reabre en Sevilla para servir a domicilio. Marcelo del Pozo via Getty Images

La visibilización del sufrimiento y su potencial para transformar el dolor en cambio social lo percibimos espontáneamente cada día de esta pandemia. Una enfermedad que se dirige, de forma especial, contra el segmento de mayor edad de la especie, contra uno de los más frágiles.

El segundo elemento que caracteriza la crisis es que la pandemia ya es un clima propicio para beneficios. En medio de lo que la canciller Merkel define “el mayor desafío” desde la Segunda Guerra Mundial, la solidaridad no es una reacción uniforme sino que resulta ciertamente escasa en amplios sectores de nuestra estructura económica más viva.

Me sorprendió saber que en Baviera (Alemania), varias aseguradoras, incluida Allianz, cubrirán hasta el 15% de las pérdidas operativas registradas por restaurantes, hoteles y empresas alimenticias, afectadas por las medidas de contención. Por su parte los profesionales de la hostelería franceses se han movilizado frente a las compañías de seguros. La Confederación de Pequeñas y Medianas Empresas francesa, ha solicitado la mediación de las autoridades públicas para que reconozcan el “estado de catástrofe sanitaria”, de modo que “el asegurado pueda desbloquear la asistencia de su asegurador”. Francia prevé un déficit publico a final de año del 9,1 % del PIB y una contracción del 8%. Hoy ya es un hecho que más de 8.7 millones de trabajadores se vieron afectados por los ERTEs de más 732.000 compañías.

Frente a un drama que no es muy distinto del nuestro, la reacción comprometida de los grandes sectores económicos se está viendo muy tímidamente representada en España. Esta asimetría en el comportamiento solidario del sector privado, esta diferencia en la capacidad de responder como grupo y con respaldo mutuo en los distintos estados de la Unión Europea, marcará decisivamente el ritmo y grado de la recuperación. El protagonismo del sector privado en el liderazgo reconstructivo es un hecho en Alemania y en Francia, y su defecto es ya un factor de retraso en España.

En Alemania la tasa de rechazo del préstamo garantizado por el Estado es inferior al 5%. Es cierto que el Estado avala el 90% frente al máximo en España que es el 80%. La movilización de las instituciones financieras francesas, tanto bancos públicos como privados, se ha fortalecido de una manera que no se está produciendo en España. Tampoco el aplazamiento de los abonos de cuotas de créditos para empresas por hasta seis meses o la eliminación de penalizaciones y costos adicionales de extensión de vencimientos y créditos comerciales (intereses de demora, recargos, etc).

La banca española se limita a lo que ha exigido el Real Decreto Ley de turno y, desgraciadamente, no es comparable, ni siquiera asimilable, a lo que sucede en países como Alemania o Francia. El problema desde luego no es el Estado español sino la falta de solidaridad y de compromiso de país de los agentes principales de nuestra economía.

¿Pertenecen a una orientación política? Es frecuente encontrar puertas giratorias en esas entidades, último escalón de muchas trayectorias políticas, lo cual hace todavía más significativo el escaso esfuerzo de solidaridad y compromiso de estos sectores, (incluido las comunicaciones y energético). Profesionalmente me he encontrado, en el ámbito financiero, con comportamientos estrictamente prohibidos por las medidas acordadas por el Estado, proponiendo tipos de interés claramente usurarios.

Aquí los grandes sectores han manejado un altruismo de alcance meramente publicitario, pero no comparable al de Alemania y Francia. Lo que es singular es que allí es la propia comunidad empresarial, las asociaciones de empresarios quienes dan la guerra a las grandes corporaciones y sectores exigiendo a los más grandes que se apoye a los pequeños. Aquí las exigencias se dirigen únicamente frente al Estado, desenfocando. 

La razón que ha facilitado que esto pueda ser así, es el más falso de los

dilemas, es una convicción ideológica: creemos que la solución del problema consiste en la concentración de poder, la concentración más extraordinaria de recursos y de que el Estado es el que tiene que solucionar esta gran prueba.

La idea de que sea el Estado quien se enfrente, como agente principal a esta crisis, convicción ideológica de las izquierdas y las derechas de nuestro país, es de una ilusoria estrechez y contiene la dosis precisa de adormidera para garantizarnos el peor despertar y un coste de pérdida de derechos que algunos están empezando a detectar.

Este es un factor que no operará sólo en este momento, sino que supondrá un coste fijo en la empresa colectiva de reconstrucción y en la iniciativa española en momentos en que, teniendo severamente endeudados sectores corporativos y domésticos, nos veamos además con una Europa como a principios de 2010, cuando se originó una verdadera crisis de deuda soberana. El caso de Grecia vuelve a la memoria con su carácter de paradigma pues su crisis de deuda soberana desbordó la crisis financiera inicial.

Salvo honrosas excepciones, las hay, que incluyen a aquellos que están asumiendo el riesgo diario de enfrentar la epidemia, el pulso civil en los grandes sectores es muy bajo. Hoy por hoy, el cortoplacismo, la insolidaridad y la delegación en el Estado de toda  respuesta frente a la crisis puede ser una  pauta tan destructiva como la suspensión de actividad por la pandemia.