Somos virus y bacterias

Somos virus y bacterias

Una entrevista con el biólogo Máximo Sandín.

Imagen microscópica de un conjunto de bacterias en la superficie de un teléfono móvil. STEVE GSCHMEISSNER/SCIENCE PHOTO LIBRARY via Getty Images

Somos, casi literalmente, bacterias y virus. El coronavirus no ha cambiado nada en este aspecto: solo nos recuerda que contenemos multitudes. El biólogo Máximo Sandín ha dedicado su vida intelectual e investigadora a recusar la visión hegemónica de la biología. Según Sandín, la biología actual está mal planteada y tenemos que empezar a reconstruirla.

ANDRÉS LOMEÑA: Usted lleva cuestionando el neodarwinismo desde hace décadas, pero aun así, la teoría sintética o el dogma central de la biología molecular parece que siguen intactos en la divulgación científica y en el sistema educativo. Como profesor de filosofía, me siento bastante frustrado porque apenas encuentro recursos para explicar la crisis actual desde la filosofía de la biología. ¿Estamos ante una crisis de paradigma? Si finalmente es así, ¿cómo reorientamos nuestras investigaciones y reflexiones de cara a este nuevo enfoque?

MÁXIMO SANDÍN: Supongo que como hombre de letras es consciente de que llevamos un tiempo en el que se está tratando de disminuir el  peso de la filosofía en la enseñanza “por razones prácticas”. Parece que la filosofía se considera para muchos algo anticuado y prescindible. Una especie de palabrería vacía que se pierde en divagaciones donde la forma de pensamiento “más avanzada” es el pensamiento científico. Pero me parece ingenua la creencia a ciegas en lo que se considera científico y objetivo cuando no se tiene la capacidad para distinguir entre lo que tú piensas y lo que te han enseñado a pensar. Entre descripciones objetivas e interpretaciones basadas en prejuicios. Según creo haber entendido, la tarea básica de la filosofía es “pensar lo pensado”. Reflexionar sobre lo que se da por sabido. Por eso es muy importante, yo diría que imprescindible, recurrir a filósofos de la ciencia para entender la situación actual de la biología.

Según Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas, como consecuencia de lo que él denomina “ciencia normal” se llega a conocimientos que contradicen la interpretación habitual, con lo que surge una anomalía. Esta conduce a una crisis cuya única posible solución es un cambio en el modo de ver y analizar el problema, es decir, un cambio de paradigma. Para no remontarnos a los múltiples problemas surgidos desde el mismo origen de lo que se considera la base teórica de la biología, la teoría de la evolución de Darwin, vamos a referirnos a épocas recientes. El llamado dogma central de la biología molecular, establecido por Francis Crick en 1959 y consagrado por la revista Nature en 1970, propone que existe una unidireccionalidad en la expresión de la información contenida en los genes de una célula, es decir, que el ADN se transcribe como ARN mensajero y que este se traduce como proteína que realiza una función celular. Se supone que si el dogma central se demuestra falso, todo el entramado teórico que lo sustenta, la teoría sintética de la evolución, basada en la relación un gen – una proteína, se vendría abajo.

Pues bien, se ha comprobado que la información genética también fluye desde el ARN al ADN por medio de la transcriptasa inversa, una enzima proveniente de los retrovirus. Pero no solo eso. Una secuencia génica puede dar lugar a múltiples proteínas a través de lo que se conoce como splicing alternativo (producción de combinaciones diferentes de ARN), cantidad que aumenta mediante procesos muy complejos como promotores alternativos (comienzo de lectura de un “gen” por distintos puntos), la adenilación alternativa,  el editing… Es decir, un gen puede dar lugar a miles, decenas de miles de proteínas diferentes en función del metabolismo celular y, por tanto, dependiendo del ambiente externo. Además de esto, hay que añadir la transferencia genética horizontal, las inserciones de genomas víricos en los genomas animales y vegetales. Es decir, la anomalía es tan gigantesca que la crisis del paradigma es evidente. Hace tiempo que lo denunció Ludwig von Bertalanffy, creador de la Teoría General de Sistemas y, posiblemente, el biólogo más brillante del Siglo XX: “El hecho de que una teoría tan vaga, tan insuficientemente demostrable, tan ajena a los criterios que suelen aplicarse en las ciencias empíricas, se haya convertido en un dogma, no es explicable si no es con argumentos sociológicos”.

En cuanto a la reorientación de nuestras investigaciones y reflexiones, parece claro que hay que proceder como dice Kuhn: comenzar por elaborar otro modelo que dé cabida a los nuevos hallazgos y enfocar las investigaciones de un modo coherente con ese nuevo modelo.

En aguas marinas superficiales se han contabilizado 10.000 millones de virus por litro.

A.L.: El filósofo de la ciencia John Dupré no parecía nada “virocéntrico” cuando le preguntaban por el papel de los virus. En cambio, Frank Ryan habla de una “viroevolución” e incluso de una “virosfera”. ¿Qué reconsideración fundamental propone para comprender mejor la centralidad de bacterias y virus?

M.S.: En mi caso, al menos, no se trata de reconsideraciones sobre lo establecido. Me limito a recopilar los datos recientes sobre las relaciones de bacterias y virus entre sí, con los ecosistemas y con los organismos vivos… y la enumeración es asombrosa. Las células eucariotas, las que nos constituyen, están formadas por una fusión de bacterias. El núcleo celular se completó con secuencias génicas procedentes de virus. Los virus aportaron a las bacterias las secuencias génicas relacionadas con la fotosíntesis bacteriana, responsable de la mayor parte del oxígeno de nuestro planeta. Los genomas de los seres vivos están formados por secuencias de origen bacteriano y viral. Las secuencias del desarrollo embrionario fueron aportadas por virus…

En cuanto a su actividad en los ecosistemas, las bacterias existen, en números astronómicos, desde en las rocas más profundas de la corteza terrestre hasta las profundidades marinas. En la superficie, las bacterias purifican el agua, detoxifican las sustancias venenosas, reciclan los desechos orgánicos, devuelven el dióxido de carbono a la atmósfera y hacen disponible el nitrógeno de la atmósfera para las plantas. Sin ellas no existiría vida en la Tierra.

Por otra parte, nuestro organismo contiene unos diez billones de bacterias, la mayoría de las cuales viven en nuestro intestino, donde desempeñan una labor crucial para nuestra salud, al descomponer toxinas, sintetizar vitaminas y aminoácidos, y también descomponen cadenas complejas de azúcares y proteínas que de otra forma no se podrían digerir, producen factores antiinflamatorios y mejoran nuestro sistema inmunitario.

En lo que respecta a los virus, en aguas marinas superficiales se han contabilizado 10.000 millones de virus por litro. Su papel es controlar las poblaciones de bacterias y algas y la producción de compuestos sulfurosos que contribuyen a la nucleación de las nubes. Cantidades semejantes están entre las bacterias del suelo. Además, una cantidad de virus de entre cinco y veinticinco veces el número de bacterias está entre ellas en el intestino, controlando y regulando el número de bacterias e intercambiando información genética entre ellas, es decir, controlan a las bacterias que, a su vez, controlan el buen funcionamiento del organismo. También se ha descubierto recientemente que una enorme cantidad de virus bacterianos (también denominados con el inadecuado nombre de “bacteriófagos”) están situados en la superficie de todas las mucosas del organismo, donde eliminan a las bacterias exógenas que no deberían estar ahí. Es decir, actúan como un sistema inmunitario.

Ahora dejaré que el lector deduzca el papel central de los virus y bacterias en los procesos de la vida.

Según las últimas investigaciones, el supuesto árbol de la vida, es decir, las sucesivas ramificaciones a partir de un único antecesor de la biología clásica, no es en realidad nada parecido a un árbol.

A.L.: Mantiene que nuestros marcos de pensamiento biologicistas tienen consecuencias en nuestros marcos ideológicos y muestra analogías entre la teoría de la evolución de Darwin y la mano invisible de Adam Smith. ¿Qué herramientas cognitivas necesitamos? ¿Una visión holística de la ciencia? ¿Más sociología e historia de la ciencia?

M.S.: La sociología y la historia de la ciencia son fundamentales para comprender el contexto histórico y social en el que nacen las teorías científicas. Por ejemplo, el darwinismo nació en un momento de auge de la revolución industrial y de la máxima expansión colonial británica, con las injusticias que ambas generaron. Y el darwinismo incorporó mucha de la ideología dominante de la época, justificadora de esa situación.

Pero comencemos por el principio. En el libro que constituye la base de la interpretación de la naturaleza de la biología moderna, Darwin afirma que su teoría es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos animal y vegetal; porque en este caso no hay aumento artificial de alimento y limitación prudente de matrimonios. Thomas Robert Malthus, un economista británico discípulo de Adam Smith y, al igual que Darwin, clérigo de la iglesia anglicana (resulta cuando menos curioso que la teoría biológica moderna esté basada en las ideas de dos clérigos anglicanos), era un señor que, ustedes perdonarán la licencia, a mí me parece muy desagradable. Escribía en su libro Ensayo sobre el principio de población: “El hombre, si no puede lograr que los padres o parientes a quienes corresponde lo mantengan, y si la sociedad no quiere su trabajo, no tiene derecho alguno ni a la menor ración de alimentos, no tiene por qué estar donde está, en ese espléndido banquete no le han puesto cubierto. La naturaleza le ordena que se vaya y no tardará en ejecutar su propia orden, si ese hombre no logra compasión de alguno de los invitados. Si estos se levantan y le dejan sitio, acudirán enseguida otros intrusos pidiendo el mismo favor y se perturbará así el orden, la armonía de la fiesta y la abundancia que antes reinaba, se convertirá en escasez”. Disculpen la longitud de las citas, pero las considero convenientes para comprender de qué ideas y de qué clase de personas estamos hablando. Unas ideas, al parecer, compartidas por ciertas personas en la actualidad. De hecho, por poner un ejemplo casual, es conocida la brillante afirmación de John Rockefeller: “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto... La bella rosa estadounidense solo puede lograr el máximo de su esplendor y perfume si sacrificamos a los capullos que crecen a su alrededor. Esto no es una tendencia maligna en los negocios. Es simplemente el resultado de la combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios”.

Con estos precedentes, no resulta extraño que en el vocabulario que se encuentra en los textos científicos, las relaciones entre los seres vivos se describan con los términos “explotación de recursos”, “competencia”, “coste-beneficio”, “ganadores y perdedores”, términos que supongo de uso frecuente en los consejos de administración. Por si no parece suficientemente claro, veamos cómo lo expresa Friederich Hayek, Premio Nobel de Economía 1974: “Las demandas de justicia social carecen de sentido porque las demandas de justicia son sencillamente incompatibles con cualquier proceso natural de carácter evolutivo”. La poderosa y ciega selección “natural” y la “mano invisible del mercado” se justifican mutuamente como directoras de la naturaleza y la sociedad. Este es el llamado pensamiento único.

En cuanto a las herramientas cognitivas necesarias, no me considero capacitado para plantearlas. Supongo que, dada la enorme complejidad de los fenómenos biológicos, es un trabajo para filósofos o expertos en cibernética o en complejidad. A mí solo se me ocurre estudiar la naturaleza y tratar de imitar sus sofisticadas interrelaciones e interdependencias, en las que todos sus componentes son necesarios.

No quisiera resultar apocalíptico, pero estamos viviendo un momento histórico crítico para la humanidad.

A.L.: ¿Sus visión de la biología no hace que el árbol de la vida esté aún más enmarañado?

M.S.: Según las últimas investigaciones, el supuesto árbol de la vida, es decir, las sucesivas ramificaciones a partir de un único antecesor de la biología clásica, no es en realidad nada parecido a un árbol. Sería como una maraña inicial en la que distintos tipos de bacterias (bacterias y arqueas) se fusionan para producir distintos tipos de organismos unicelulares (a lo que habría que incluir los genes aportados por los virus) y, posteriormente, la aparición repentina en el registro fósil de todos los grandes tipos de organización animal (Filos), es decir, anélidos, moluscos, artrópodos, vertebrados… en lo que se conoce como la “explosión del Cámbrico”. A partir de esto lo que se observa es una especie de rastrillo, variaciones más o menos grandes dentro del mismo Filo o apariciones, también bruscas, de nuevos Filos. Quizás lo más ilustrativo sea esta representación de la Universidad de Berkeley. En fin, parece que hay mucho que reaprender en biología.

A.L.: Para terminar, ha escrito sobre el posible origen del coronavirus. ¿Se siente optimista con la crisis actual?

M.S.: No quisiera resultar apocalíptico, pero estamos viviendo un momento histórico crítico para la humanidad. Las consecuencias del cambio climático, de las que los políticos y gran parte de la sociedad no parecen tener conciencia (si la tuvieran, todas las actividades y todos los esfuerzos de todos los países estarían encaminados a mitigarlas), van a ser muy duras. Hace tiempo que personas muy poderosas vienen amenazando con que aquí sobra gente para que esto siga funcionando adecuadamente. A su gusto.

Solo habrá esperanza si tomamos conciencia de lo que está pasando. Si conseguimos cambiar el egoísmo y la competencia que gobiernan el mundo por solidaridad y cooperación. Si soy sincero, no creo que haya muchas salidas a esta situación, pero hay que intentar encontrar alguna. Y tiene que ser entre todos.