¿Son los jóvenes los que no creen en la Constitución, o es la Constitución la que no cree en ellos?

¿Son los jóvenes los que no creen en la Constitución, o es la Constitución la que no cree en ellos?

Vivimos en una sociedad inmersa en un proceso de colonización creciente, en el que han jugado un papel clave las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que han facilitado relaciones distintas a las trazadas por las rutas y fronteras tradicionales. Esta nueva sociedad ya no es la de la tierra ni sólo la de las fábricas, es la sociedad de los individuos.

"Tras todas las críticas, desprecios, insultos, acusaciones y decepciones, he de decir que no me ha merecido la pena presentar los Premios Goya". El presentador Dani Rovira ha estallado en su perfil de Twitter tras las críticas recibidas. La excelente periodista Milagros Pérez Oliva escribe en El País del lunes 11 de febrero que "lo relevante de ese tuit es que no expresa sólo un estado de ánimo personal, individual, sino la existencia de un clima de exasperación, de hipercriticismo subjetivo y estéril, que en ocasiones se vuelve asfixiante".

Lamentablemente, ese clima de hipercriticismo subjetivo no sólo se produce en las redes sociales; también en los comentarios de los periódicos españoles se permite la calumnia, el insulto o la difamación a todo aquél que ose asomar su opinión sobre cualquier asunto. El anonimato cobarde no sólo se esconde en las redes sociales, sino también en los periódicos más o menos serios. Lamento que un actor de tanto recorrido como Dani Rovira haya tenido que experimentar en carne propia lo que es el desayuno diario de quienes se dedican a la política. Y lamento aún más que un medio que nació para la libertad se utilice desde el anonimato para la cobardía.

Pero sería injusto creer que las nuevas tecnologías de la información sólo se utilizan para el cretinismo, para las descargas ilegales, como parece deducir el mundo del cine con Resines al frente, o para ver pornografía, como afirman aquellos que supuestamente no saben manejar nada que tenga que ver con esas tecnologías. Vivimos en una sociedad inmersa en un proceso de colonización creciente, y en ese proceso han jugado un papel clave las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, que han facilitado relaciones nuevas y distintas a las trazadas por las rutas y fronteras tradicionales.

Esta nueva sociedad ya no es la de la tierra ni sólo la de las fábricas, es la sociedad de los individuos. Son ellos los que adquieren un protagonismo mayor, gracias a que el uso de nuevas tecnologías de fácil acceso y baratas les permiten impulsar proyectos por sí solos, sin necesidad de que tengan que ser grandes corporaciones las que los sostengan. Quizás uno de los ejemplos más claros sean los periódicos digitales que, con muy pocos recursos, pueden generar un impacto a veces de más calado que el de los periódicos impresos.

Frente al gigantismo y la burocracia del modelo anterior, basado casi siempre en grandes y pesadas tecnologías e infraestructuras, el nuevo modelo de actuación admite la importancia de lo pequeño. Tras una economía basada en los productos, en lo tangible, la nueva se organiza alrededor de los servicios; cualquier persona, desde cualquier sitio, puede generar riqueza, y en este nuevo escenario de lo intangible cobra una especial importancia la innovación como motor económico. Una innovación que se alimenta de la creatividad de los individuos y colectivos interactuando en la red.

Y la innovación es, sin lugar a dudas, cambio. Es necesario admitir y propiciar el cambio frente a esos factores de resistencia que son la inercia, el miedo o la ignorancia. En el momento en que vivimos, los cambios no son sólo inevitables, sino que se producen cada vez con más rapidez. El vértigo es una sensación lógica en unos tiempos en que cualquier idea o artefacto puede ser vanguardista hoy y caduco mañana.

Hacer periodismo, gobernar hoy, o dirigir cualquier iniciativa sin tener en cuenta esta nueva realidad, es fracasar. Se está reinventando todo, las fronteras, las empresas, las identidades, las organizaciones. Conceptos como el de propiedad, el de realidad, el de mercado o el de participación, están dándose la vuelta. Hasta lo más físico o tangible, como los territorios o los ciudadanos, se ha vuelto poroso, se ha convertido en red o no red.

Esta nueva realidad no está contemplada en la Constitución española. Sólo el artículo 18.4, desde una concepción timorata, dice que la ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos, y el pleno ejercicio de sus derechos. Si se sigue contemplando la realidad física, ignorando la virtual, tal vez pasemos los siguientes 30 años sin llegar a un acuerdo para la reforma de la Constitución.

Resulta paradójico que quienes se autoproclaman representantes de la nueva política no digan ni media palabra sobre la adaptación que necesita el texto constitucional para que conceptos como los de propiedad, fronteras, territorios, identidad, abundancia y escasez, se redefinan. Dos personas que apuestan decididamente por la digitalización y por las posibilidades que ofrece son de la misma identidad, independientemente de que uno hable catalán o vascuence y otro castellano o portugués.

Las fronteras ya no son las cicatrices que dejó la historia sobre los países, sino la raya que separa a los que están conectados o no. La economía tradicional se basaba en la escasez como factor que añadía valor a las cosas, mientras que ahora es la sobreabundancia la que añade valor al producto (cuantos más teléfonos móviles existan en el mundo, más valor tiene el móvil que cada uno de nosotros tenemos en el bolsillo). Todos esos conceptos, junto con el de privacidad, derecho al honor, libertad de expresión, etc., necesitan ser incorporados a la Constitución desde la perspectiva de la sociedad virtual.

Los jóvenes de hoy no andan preocupados por el funcionamiento del Senado o por la prevalencia en el orden de sucesión en la Monarquía española; ni siquiera les interesa saber si la Constitución debe cerrar o no el sistema autonómico o si las Diputaciones son instituciones obsoletas o no.

Su preocupación se centra en el camino que deben tomar en una sociedad que los sigue considerando analógicos, cuando ellos se identifican como componentes de una nueva sociedad donde el futuro ya no es lo que era. Y ante la exigencia de una preparación capaz de responder a los retos de ese futuro que cada día llega de golpe, sin avisar y traicioneramente.

La preocupación no pasa por saber si ellos creen en esta Constitución, sino en si esta Constitución cree en ellos.