Tenía 24 años cuando descubrí que no necesitaba a ningún hombre para tener orgasmos

Tenía 24 años cuando descubrí que no necesitaba a ningún hombre para tener orgasmos

Si a la gente no le diera vergüenza hablar de la masturbación, tal vez no habría pasado tantos años de frustración sexual.

.HAZEL EVANS

Era una noche cálida de finales de primavera. Llegué a casa del trabajo, me quité los zapatos y la ropa, me tumbé en la cama y me llevé la mano al clítoris. Me puse dedos a la obra y dejé que mi mente navegara por mis fantasías sexuales. No estaba segura de si funcionaría, pero tenía la mente abierta y toda una noche por delante para ver si conseguía llegar sola al orgasmo.

Había descubierto recientemente unos videotutoriales sobre cómo estimular el clítoris, una parte de mi cuerpo que no había conocido hasta hacía muy poco, y quería probar. Ya lo había intentado un par de veces esa semana y sentía que me había quedado cerca, pero no había llegado a pasar nada inaudito. Sin embargo, esa noche en concreto, el 10 de mayo de 2018, lo logré: me provoqué mi primer orgasmo clitoriano. Tenía 24 años.

Hasta ese momento, creía que necesitaba a un hombre para llegar al orgasmo. Nunca me habían dicho que no hacía falta. Cuando había estado soltera y frustrada sexualmente, simplemente me había revolcado en mi miseria por no poder practicar sexo y mi instinto siempre era salir por ahí para encontrar un hombre con el que desfogarme. No sabía que yo misma podía hacer algo al respecto.

Sin embargo, la alegría por haber descubierto algo tan placentero y empoderante vino acompañada por una sensación de dudas y espanto por mi propia inocencia. Cuando busqué en Google a qué edad era normal que las chicas empezaran a masturbarse, descubrí que los 12 años era la respuesta más habitual. Llegaba más de una década tarde y no podía creerme que hubiera pasado tanto tiempo sin saberlo.

Hasta ese momento, creía que necesitaba a un hombre para llegar al orgasmo. Nunca me habían dicho que no hacía falta

Siempre me había considerado la clase de persona que sabe un poco de todo. Había destacado en el colegio y trabajado en distintos sectores. En mis ratos libres, aprendía sobre cualquier tema, desde programación de ordenadores hasta astrología. No obstante, en lo que respecta a mi propio cuerpo, se ve que no tenía ni idea.

Quise saber si yo era la única que había tardado tanto en descubrir la masturbación. Saqué el tema con unas amigas y, en efecto, yo era la única. La mayoría de ellas se masturbaban con frecuencia desde sus primeros años de la adolescencia. Se quedaron pasmadas cuando les conté que yo lo acababa de descubir. En prácticamente todas las facetas, me consideraban un prototipo de mujer independiente que no necesita un hombre y extrapolaban la misma afirmación a la cama. Pero ser una mujer autosuficiente y moderna no significa que hayas aprendido (o te hayan enseñado) a darte placer a ti misma. La sociedad sigue teniendo mucho que avanzar en este aspecto.

Sigo sin comprender cómo se me pudo escapar un conocimiento tan básico durante todos esos años. Empecé a recordar momentos de mi vida con la esperanza de descubrir cómo había llegado a creer que el orgasmo solo era posible con un pene de por medio.

Para empezar, el sexo (por no hablar de los orgasmos de las mujeres) no era un tema que se tratara mucho en mi casa, y no fui una excepción en el Reino Unido. Tampoco en el colegio nos enseñaron nada sobre el placer. Nos enseñaban cómo se creaban los bebés, cómo poner condones en bananas y los peligros de las enfermedades de transmisión sexual, pero no recuerdo ninguna clase sobre cómo puede provocarse una mujer un orgasmo a sí misma.

Ser una mujer autosuficiente y moderna no significa que hayas aprendido a darte placer a ti misma. La sociedad sigue teniendo mucho que avanzar

Los libros, las revistas y la televisión que yo consumía tampoco me hablaban sobre la masturbación. Cuando mostraban sexo, siempre se trataba de sexo con penetración, de los peligros del sexo o de consejos como “10 formas de complacer a tu hombre” (de hecho, este era el titular de uno de los recortes de las revistas que escondía debajo del colchón). Parece que a nuestra sociedad le da demasiada vergüenza mencionar el orgasmo femenino o no lo conoce o no le importa.

Pese a mi inocencia en determinados temas, cuando tenía 15 años, me consideraba una adelantada en el sexo. Tenía un novio mayor que yo y fui la primera de mi grupo en practicar sexo. Otra amiga sexualmente activa y yo solíamos mostrarles a nuestras amigas (sin quitarnos la ropa) en el patio del colegio las posturas que habíamos hecho. Había sentido lo que por entonces pensaba que era un orgasmo, pero solo gracias al pene o a las manos de un hombre, y daba por hecho que los orgasmos eran el resultado de la penetración vaginal. Todo lo que leía o veía sobre el sexo confirmaba esa creencia.

Es más: pese a las conversaciones que teníamos mis amigas y yo sobre sexo, nunca hablábamos sobre la masturbación. Es posible que todas ellas la conocieran. O igual no. Igual sabían tan poco como yo. Nunca lo descubrí porque nunca hablábamos sobre ello y jamás se me ocurrió preguntarle a nadie.

Una vez, cuando tenía 16 años, mi novio me pidió que me tocara delante de él cuando estábamos practicando sexo, pero yo no sabía qué hacer. Me tumbé y, sin tener mucha idea, me metí los dedos y fingí que me excitaba. Lo hice para darle placer a él, no a mí. Ahora recuerdo ese momento y me arrepiento. Me pregunto si él se daba cuenta de lo desorientada que estaba. Ojalá me lo hubiera dicho: ”¿Sabes que puedes darte placer a ti misma si haces esto?”. Pero él, como los demás, daba por hecho que yo ya sabía.

Daba por hecho que los orgasmos eran el resultado de la penetración vaginal y todo lo que leía o veía sobre el sexo confirmaba esa creencia

Dudo que fuera la única que no tenía ni idea de lo que podía hacer mi cuerpo. No es que solamente yo me hubiera perdido la explicación. Esto es una prueba de que nuestra cultura favorece la perspectiva y el placer del hombre y que, en parte gracias a la religión, se enseña que el sexo es (o debería ser) un acto puramente reproductivo. Sabía mucho sobre la masturbación masculina. De hecho, creo que lo aprendí en el colegio. Sin embargo, eso no me interesaba demasiado. Cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de que casi todo lo que aprendí sobre sexo giraba en torno al hombre.

Eso tiene que cambiar. Tenemos que darles a la masturbación y al placer de la mujer la misma importancia que a los del hombre. Debería formar parte de la enseñanza obligatoria en los colegios. No es suficiente con dejar que los adolescentes investiguen por su cuenta dando por hecho que descubrirán cómo funcionan sus cuerpos y que milagrosamente comprenderán todo el potencial de su organismo. Tampoco es buena idea dejar que su educación dependa de internet, donde abunda la desinformación y a los jóvenes se les bombardea con imágenes de cuerpos en apariencia perfectamente moldeados y depilados, estándares poco realistas y que probablemente van a perjudicar su autoestima y la exploración sana de sus cuerpos.

La educación sexual (en los colegios, en casa y en los medios) tiene mucho que mejorar. Hace falta hablar del placer en todas sus formas para que chicas como yo no crezcan pensando que necesitan a un hombre (o a cualquier otra persona) para llegar al orgasmo. En la mayoría de los casos, suele ser al contrario. Por lo general, a las mujeres les resulta más sencillo llegar al orgasmo masturbándose que durante el sexo con su pareja. Los jóvenes tienen que saber que, independientemente de con quién practiquen sexo, todos los implicados tienen que sentir placer.

Hace falta hablar del placer en todas sus formas para que chicas como yo no crezcan pensando que necesitan a un hombre para llegar al orgasmo

No quiero que más chicas se pierdan la maravillosa sensación (y los beneficios para la salud) de los orgasmos. El mundo necesita más mujeres felices, sanas y excitadas, mujeres que estén en contacto con su cuerpo y lo entiendan, que sepan satisfacer sus propios deseos y que sean capaces de comunicárselos a otras personas.

Esto va mucho más allá de la simple causa y efecto de la masturbación y el orgasmo. Para mí, la masturbación me ha abierto muchas puertas. Cada vez soy mejor dándome placer sexual y no sexual en otras facetas de mi vida. Es como si conocer el acto de placer más íntimo me hubiera permitido ser más generosa conmigo misma en todo lo que hago. Me ha abierto las puertas de muchas emociones que, por diversos motivos, llevaba mucho tiempo bloqueándome y que ahora por fin puedo liberar.

Por fin me siento mujer (lo que contradice ese mito popular de que te conviertes en mujer la primera vez que te penetra un hombre) y ahora puedo mirarme en el espejo y querer de verdad a la persona que veo. Descubrir la masturbación no provocó instantáneamente este cambio de perspectiva, pero ha desempeñado un papel fundamental en el proceso.

Conocer el acto de placer más íntimo me ha permitido ser más generosa conmigo misma en todo lo que hago

Ahora afronto las relaciones sexuales con la expectativa de que voy a recibir tanto placer como él. Ya no hay un complaciente y un complacido. Ahora, si me topo con algún hombre que piensa así, no lo acepto como si fuera normal, sino que lo pongo en duda y le hago cuestionárselo o me marcho.

Ya noto que esta actitud está empezando a extenderse a otras áreas de mi vida. Hasta hace poco, me proponía dar más en cualquier tipo de relación (romántica, de amistad, empresarial...) y daba por hecho que la otra parte no tenía por qué esforzarse tanto como yo. Si una persona me expresaba su amor, sentía la necesidad de compensárselo superando ese afecto. Nunca se me ocurrió verlo de otro modo. Ahora estoy aprendiendo a dar y recibir, no solo dar.

Hablar públicamente de un tema que sigue siendo tabú, aunque estemos en 2019, no es fácil. Todavía da más miedo admitir lo inocente que era y la poca idea que he tenido durante tantos años de mi vida. Me da miedo que se rían o se compadezcan de mí. Me preocupa que mis conocidos lean esto (mis padres, los hombres con los que me he acostado y algunos amigos), pero tengo que superarlo, tengo que seguir hablando de ello, porque la vergüenza es parte del problema. Si a la gente no le diera vergüenza hablar de la masturbación, tal vez habría aprendido mucho antes y no habría pasado tantos años de frustración sexual.

Este post fue publicado originalmente en ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.