Todo en su justa medida: los peligros de un optimismo radical

Todo en su justa medida: los peligros de un optimismo radical

El hecho de pensar que todo depende de nosotros genera, adicionalmente, que nos centremos únicamente en el resultado, más que en el progreso.

Mike_Kiev via Getty Images

“Puedes lograr todo lo que te propongas”, “todo es imposible, hasta que lo intentas”.

Prácticamente nadie ha sido inmune a estos mensajes. La imposición del positivismo radical es clara: se reciben multitud de mensajes de apoyo, de ánimo y de fortaleza, que transmiten la idea de que se puede con todo y de que hay que ser feliz. Y, aparentemente, cargan a las personas de una fuerza interna que nos impulsa y moviliza a la acción. A cualquier persona, en un momento, nos ha venido bien esta dosis de fortaleza, esta recarga de energía, ese empujoncito en un día en el que nuestro ánimo no estaba en su mejor momento. 

Entonces… ¿cuál es el problema? Si nos dotan de energía, de fuerza e ilusión, ¿cómo puede la gente criticarlos? La respuesta radica en que estos mensajes no son del todo ciertos, pues tienden a una radicalización del optimismo que, como todo extremo, tiende a ser perjudicial.

El exceso y la cultura del positivismo, como única opción, conlleva un conjunto de efectos psicológicos que pueden ser negativos y que pueden sumergirnos en una especie de burbuja positivista que se aproxima más a la ficción que a la realidad. Si nos detenemos a pensar y nos situamos en el polo opuesto, prácticamente nadie seguiría el negativismo constante y extremo. De hecho, son multitud los estudios que existen sobre los efectos de este tipo de orientación de pensamiento. Sin embargo, no se pone en duda, con tanta efusividad, el polo positivo. Realmente ninguno de ellos es perjudicial per se, siempre y cuando se tome como consideración un requisito fundamental: ninguno de ellos se ha de tomar como dogma. Como todos hemos repetido alguna vez, “la virtud está en el término medio”, y esto se puede aplicar a este caso. Cuando tomamos algo como dogma, automáticamente se generan en nuestra mente una serie de pensamientos relacionados con ese dogma, en este caso, el positivismo. Así, el mensaje que nuestra mente extrae de esas frases aparentemente inocentes son imposiciones del tipo “hay que” o “tienes que” ser feliz, como si de una obligación se tratase. El matiz en estas palabras es importante, puesto que si en algún momento no estás alegre, “es malo”, porque hemos adoptado la idea de que “tengo que ser feliz y la felicidad es alegría”.

Este tipo de mensajes, por tanto, aumenta la presión por “tener que” estar bien independientemente de la situación que estemos experimentando.

Esto es una idea completamente distorsionada, puesto que la experimentación de las emociones negativas es necesaria para la consecución de la gestión emocional y del desarrollo de estrategias de afrontamiento. Este tipo de mensajes, por tanto, aumenta la presión por “tener que” estar bien independientemente de la situación que estemos experimentando. En definitiva, esto desemboca en la evitación de las emociones displacenteras, sintiendo cómo no obtenemos apoyo social en casos en los que no nos sentimos bien y donde percibimos que nuestros sentimientos están invalidados por no ser los socialmente esperables.

Otro efecto asociado a la imposición del positivismo es el aumento del sentimiento de culpa. Este efecto está íntimamente ligado al anterior, puesto que al adoptar una doctrina determinada y no cumplirla en ocasiones, nos genera malestar por considerar que “no estamos haciendo las cosas bien”. Además, los mensajes que recibimos suelen contener la idea implícita de que “todo está en nuestras manos”. Es decir, si quiero algo, solo depende de mí el lograrlo y, por tanto, si no lo logro es también responsabilidad mía, y es cuando nace la culpa.

En un mundo donde no existiese nadie más que nosotros y no estuviésemos condicionados por variables del ambiente y de la sociedad, tal vez esto podría ser así; pero, en el mundo en que vivimos, esta idea es completamente falsa. Somos seres que estamos condicionados por multitud de variables, tanto internas como externas. Esto implica que tenemos que tener en cuenta, a la hora de explicar cualquier resultado, tanto a nosotros mismos, como a los demás y los factores del ambiente, y la interacción de esas dos variables. El hecho de pensar que todo depende de nosotros genera, adicionalmente, que nos centremos únicamente en el resultado, más que en el progreso. ¿Cuántas veces hemos estudiado duro, por ejemplo para una oposición o examen importante, y el resultado no se ha visto correspondido? Esto tiene unas implicaciones muy fuertes a nivel de autoestima, pues si ponemos todo el peso sobre nosotros y nos enfocamos únicamente en el resultado, tenderemos a experimentar los fracasos como algo sumamente negativos y que surgen por “nuestra culpa”.

El hecho de pensar que todo depende de nosotros genera, adicionalmente, que nos centremos únicamente en el resultado, más que en el progreso.

Por último, se reduce nuestra tolerancia a la incertidumbre, puesto que el positivismo radical y acrítico provoca la necesidad de tener todo bajo control, tendiendo a dar un sentido personal a cualquier evento. Se interioriza la idea de que por el simple hecho de pensar que “todo saldrá bien”, sucederá así, estableciendo una relación causal, específica y unidireccional entre pensamiento y resultado que, a largo plazo, puede llevarnos a la inactividad o a la postergación de nuestras responsabilidades.

Pensar o decir frases alentadoras no es, ni mucho menos, negativo. Se convierte en desadaptativo cuando esa manera de pensar se convierte en la única válida y elimina la posibilidad de experimentar emociones negativas. Una visión realista y ajustada de la realidad implica un análisis objetivo de los factores tanto internos como externos que pueden estar influyendo en nuestra situación actual.