Tortura útil y conservadurismo compasivo en 'Zero Dark Thirty'

Tortura útil y conservadurismo compasivo en 'Zero Dark Thirty'

La película, brillantemente fabricada, en ningún momento muestra interés ni por las motivaciones que han dado lugar al conflicto de fondo, ni por las consecuencias de lo narrado, evitando cualquier relación con una de las mayores crisis sociales y económicas que ha vivido Occidente desde hace décadas.

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La Noche Más Oscura (Zero Dark Thirty), el nuevo filme de Kathryn Bigelow focalizado en la operación de caza y muerte de Osama Bin Laden dirigida por la CIA durante diez años, comienza en sus primeros segundos con toda una declaración de intenciones al mostrar un fondo negro con unos rótulos sobreimpresionados que transmiten el primer mensaje político: "Basada en relatos de primera mano de los acontecimientos reales".

Acto seguido, el apagón se prolonga y la oscuridad se llena con las voces suplicantes de varias víctimas del colapso del World Trade Center. Esta introducción se convierte en la pirueta utilitarista para que autora y espectadores puedan sobrellevar los siguientes cuarenta y cinco minutos de metraje, donde se concentran los "realistas" interrogatorios a base de tortura por ahogamiento (waterboarding) que sufren los prisioneros de Al Qaeda por parte de los técnicos de la Agencia Central de Inteligencia.

El marco de referencia moral del filme continúa diseñándose durante el segundo acto, donde las pesquisas norteamericanas por Jordania, India, Marruecos, Kuwait, Pakistán y Afganistán, son interrumpidas únicamente por secuencias dedicadas a los atentados que Al Qaeda continuó ejecutando tras el 11-S, incluido el perpetrado en Londres, así como otro atentado suicida ubicado en una base afgana que acaba con la muerte de varios agentes de la CIA. Todo este viaje emocional, causa y efecto, decisión y consecuencia, conduce a la propuesta narrativa e ideológica de Bigelow hasta su último acto, con la minuciosa reconstrucción de la operación clandestina dirigida por un comando de Navy SEALs para ejecutar a Bin Laden en su escondite de Pakistán.

La sublimación orgásmica del instinto de muerte culmina en el último plano del filme, donde la protagonista -Maya, interpretada por Jessica Chastain- aparece exhausta y sola en la parte trasera de un avión de transporte militar. La angustia no parece haberla abandonado, terminándose de fusionar su Yo, consagrado al culto ético e individualista al trabajo, con la noción de predestinación de raíz protestante. Ella cree que la misión y el sentido trascendente de su vida ha sido atrapar a Gerónimo, destruir al Demonio, pero el Mal continúa omnipresente, dominando la condición humana, por lo que la venganza y la alarma como estados permanentes de conciencia y represión se erigen como las formas más útiles para sobrellevar la carga del pecado. El sacrificio termina de encontrar su justificación ética.

Hay varios mensajes políticos muy obvios en el filme, como un clip en el que aparece Obama recordando a la audiencia que las torturas de la primera parte de la proyección ya no se practican en la actualidad, habiendo quedado oficialmente prohibidas. En otra escena, los asesores del actual presidente exponen las directrices de la nueva administración para marcar distancia frente a la era Bush: "El líder posee una mente analítica, deductiva e inductiva", así que la racionalidad, los hechos demostrables y el cálculo científico, son los puntos cardinales que dominan la toma de decisiones militares. Los aspectos morales subyacentes en ese nuevo diseño de la política internacional, los más comprometedores y exigentes, no se detallan.

El último mensaje explícito consiste en la exaltación de la concepción individualista que fundamenta la democracia norteamericana: la noción conservadora de identificar al individuo con las cualidades del héroe -Maya-, convirtiéndose en el único motor de cambio valido y, como efecto, se termina de estigmatizar al Estado y a la clase política como colectivo: ambos son las barreras materiales para poder disfrutar de la libertad natural y siempre estarán privados de la gracia. Las reglas, las normas y las instituciones democráticas, lentas e imperfectas, se retratan como los mayores inconvenientes para administrar justicia.

En definitiva, la película, brillantemente fabricada, en ningún momento muestra interés ni por las motivaciones que han dado lugar al conflicto de fondo, ni por las consecuencias de lo narrado, evitando cualquier relación con una de las mayores crisis sociales y económicas que ha vivido Occidente desde hace décadas. Para terminar siendo un ejemplo de fantasía que cohesiona el inconsciente político de una sociedad. No es real, ni siquiera es un documental, pero sintetiza en su propuesta un conjunto de elementos con diferentes procedencias pero interrelacionados, generándose la foto de una tendencia cultural. Veamos qué elementos son para, después, abordar si ha cambiado en algo la visión de Obama con respecto a la de Bush sobre cómo gestionar la Guerra Contra el Terrorismo:

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Cartel de Zero Dark Thirty y portada de Foreign Affairs (julio/agosto 2007). Foto: AGP.

Individualismo. Los derechos individuales ocupan un lugar preeminente en la ética norteamericana, son concebidos como una garantía contra la tiranía de las mayorías y del poder del Estado, son una defensa para asegurar una sociedad libre. Robert Nozick en su obra Anarquía, Estado y Utopía, formuló una ética libertaria donde el Estado queda desposeído de su derecho a recaudar impuestos, y es reducido a una única función, la defensa militar, ya sea frente a una amenaza exterior o contra los propios compatriotas. La defensa de los derechos individuales suele ser la justificación para que EE UU se sienta obligado a defender los derechos humanos tanto de los propios norteamericanos como de los ciudadanos del resto del mundo. El uso de la tortura, e incluso de los drones, al implicar la violación de derechos para otros, supone una primera contradicción o agresión moral contra su propia concepción.

Utilitarismo. La ética utilitarista defiende que la acción correcta es aquella que tenga mejores consecuencias para todos los que resulten afectados por nuestras acciones en el presente y en el futuro. Se maximizan los beneficios de las consecuencias buenas después de restar las malas. La lucha contra el terrorismo ha venido utilizando este prisma pero a menudo para distorsionarlo, ya que las operaciones militares y de inteligencia (incluidas las técnicas de tortura) en lugar de proteger con imparcialidad la vida y los interés de todos aquellos a quienes afectan sus acciones, han actuado protegiendo los intereses y las vidas solamente de estadounidenses. Segunda contradicción.

Guerra buena y conservadurismo compasivo. En 1983, la Conferencia Episcopal Católica Estadounidense publicó la pastoral The Challenge of Peace: God's Promise and Our Response, donde se definen los requisitos para que una guerra sea justa, y de hecho fue utilizada por la administración Bush en los prolegómenos de la invasión de Afganistán. Según esta teoría, para alcanzar el "salvoconducto moral", hay que satisfacer siete criterios: causa justa; autoridad legítima; justicia comparativa; intenciones correctas; probabilidades de éxito; proporcionalidad; último recurso. El referido al último recurso quizá sea el más visiblemente violado en el filme de Bigelow, al mostrarse la decisión de eliminar a Bin Laden ex-ante, sin proceso judicial alguno, invadiendo en secreto el territorio de Pakistán, y teniendo la intuición individual como principal causa científica para creer que estaba allí. El principio rector de actuar rápido para mostrar resultados, otorga al factor tiempo la facultad moral para empujar a un segundo plano las alternativas diplomáticas o pacíficas.

Pero, además, subyace un hilo de contagio con criterios del conservadurismo compasivo, cuyas ideas fueron adoptadas por Bush a partir de los planteamientos desarrollados por Marvin Olasky en su libro El conservadurismo compasivo: ¿Qué es, para qué sirve, y cómo puede transformar América. Entre la mezcla de ideas heterogéneas que maneja Olasky, destaca su creencia en que el conservadurismo y la compasión se complementan entre sí, incentivando que los asuntos sociales (como la pobreza) y de calado nacional siempre estarán mejor resueltos a través de la cooperación con las empresas privadas y con organizaciones benéficas de base religiosa, en lugar de hacerlo directamente a través de los departamentos gubernamentales.

El Estado debe focalizarse en educar en dicha creencia y no tanto en subvencionar políticas. La vinculación de estas premisas con la Guerra contra el Terrorismo radica en que el concepto de caridad conservador presupone que el donante tiene el derecho de investigar y dictar la vida del receptor, reducido a una relación de servidumbre, por pequeña que sea la aportación compasiva. En el filme pueden observarse, en la dinámica de los diálogos en los interrogatorios, en las justificaciones que dirigen las motivaciones de los personajes, y en la propia privación de derechos y aislamiento de sospechosos, los reflejos de una "superioridad" ética, cultural y de clase, de tales características. Aquí, la principal contradicción surge cuando se conecta con el siguiente elemento.

Cambio de rumbo. En agosto de 2007, Barack Obama, entonces candidato a la nominación demócrata, publicó en Foreign Affairs su particular enfoque sobre política y conflictos internacionales bajo el título Renewing American Leadership. Allí expuso por primera vez su compromiso con "poner fin a las prácticas de envío de prisioneros en la oscuridad de la noche para ser torturados en países lejanos, detener a miles de personas sin cargos ni juicio, y mantener una red de prisiones secretas para las personas fuera del alcance de la ley". En otro pasaje, Obama cita a Roosevelt para centrar que el poder militar debe estar dirigido "hacia el bien último, así como contra el mal inmediato". Una consideración demasiado abierta en el sentido de no cerrar quién y cómo se fija el bien objetivo. El espectador del filme de Bigelow tiene que decidir, sin mucha información discrepante, si admite la versión oficial que valora como bien objetivo el resultado de la operación que culmina con la muerte de Gerónimo, aislando los medios utilizados de la síntesis final.

Benevolencia en la percepción de la tortura. Amy Zegart, politóloga y experta en inteligencia, se ha hecho eco en Foreign Policy de un estudio que recoge la transformación en la subjetividad del ciudadano estadounidense sobre el rechazo a la tortura, mostrando que hay una mayoría creciente que empieza a considerar que determinadas técnicas sí pueden ser admisibles para evitar riesgos mayores.

Para explicar este cambio las posibilidades son múltiples, por ejemplo, que un demócrata en la Casa Blanca se suele percibir tradicionalmente como alguien "débil" en aspectos militares y por ello la sensación de seguridad desciende. En la misma línea podríamos reflexionar sobre por qué tiene tanto éxito y predicamento entre demócratas y republicanos una serie tan conservadora en motivaciones como Homeland y otros shows que ya se integran como tendencia de entretenimiento (Spytainment). A pesar de lo que pudiera parecer, es cierto que Bigelow relativiza la utilidad de la tortura, al situar la que termina siendo la pista clave fuera de los resultados obtenidos por los interrogatorios,

En términos éticos, ateniéndonos a la tesis del filme, podemos afirmar que la política de Obama ha variado la situación mucho menos de lo que cabría esperar o nos gustaba soñar. Pero lo más llamativo, y probablemente muy a su pesar, es la aparente fragilidad del actual presidente de los EE UU para mantener en el futuro algunos de los vitales avances hacia un mayor respeto por los derechos humanos y por una seguridad común. Da la sensación de que un posible retroceso en la lucha por los derechos y libertades de la ciudadanía es sólo una cuestión de coyuntura, de "realismo", y no de moral, sea quien sea el inquilino de la Casa Blanca.