Turistas y locales, dos visiones de Perú: "Fue como salir de la guerra", "es una herida abierta"

Turistas y locales, dos visiones de Perú: "Fue como salir de la guerra", "es una herida abierta"

Tras dos semanas de protestas contra el Gobierno de Dina Boluarte y un balance de una treintena de muertos, la brecha en Perú permanece, y el malestar viene de lejos.

Manifestación en Ayacucho (Perú), tras la muerte de diez personas en las protestas contra el Gobierno de Boluarte y el Congreso, el 20 de diciembre.Klebher Vasquez/Anadolu Agency via Getty Images

Carlos Cuenca llevaba tres semanas recorriendo Perú cuando el país empezó a convulsionar tras el intento de autogolpe de Pedro Castillo, su destitución y el nombramiento de Dina Boluarte como presidenta. Cuenca, nacido en Ecuador pero residente y nacionalizado en España, estaba pasando unos días en Cuzco con su pareja, disfrutando del santuario de Machu Picchu y de otros yacimientos incaicos. El lunes 12 de diciembre tenían programado su vuelo a Lima para desde ahí continuar su año sabático por Latinoamérica, pero ese día todo estalló en la ciudad andina de Cuzco. La gente salió a las calles exigiendo un adelanto electoral, y las protestas –que aún continúan– acabaron en violencia, represión y sangre. 

Cuando se dirigían al aeropuerto de Cuzco, Carlos, su pareja y los cientos de turistas que viajaban ese día vieron que algo no iba bien. Todo estaba “rodeado de policías” y la situación parecía “anormal” –relata Cuenca, de 33 años–, pero les dejaron pasar, facturaron las maletas y ya estaban en el avión a punto de despegar. Entonces de repente se encendieron las luces, “y la azafata nos dice que tenemos que desalojar inmediatamente”, recuerda Cuenca. Nada más.

Al bajar del avión, confundidos pero conscientes de que ya estaba habiendo incidentes en otros aeropuertos del país, los viajeros quedaron “en la zona de check-in, en la entrada del aeropuerto”. Mientras, “todo el personal del aeropuerto se marcha corriendo y no nos dicen nada más”, señala Cuenca. Sólo había “turistas y el personal de seguridad del aeropuerto, que tampoco sabía nada”, asegura el chico. 

Nos dejaron abandonados en el aeropuerto. No sabíamos si estábamos seguros o si había que salir corriendo. Estás en un país extraño y te imaginas lo peor, nunca has vivido algo así. Tuvimos miedo
Carlos Cuenca, turista español atrapado en Cuzco

Ahí comienzan varias horas de pánico. Los turistas llaman a la aerolínea, el seguro, a la embajada, pero nadie sabe aclararles nada ni ellos saben dónde ir. “En ese momento tuvimos miedo, nos dejaron abandonados. Vimos en Twitter que los manifestantes estaban yendo hacia nuestro aeropuerto y no sabíamos si estábamos seguros ahí o si teníamos que salir corriendo”, cuenta Carlos. Él oyó cómo un turista preguntaba a un policía “si iba a venir al Ejército” a proteger la zona. “Va a venir cuando estemos reventados”, respondió el agente. Mientras, “tú estás ahí en un país extraño y te imaginas lo peor, nunca has vivido algo así”, dice el chico. 

Carlos y su pareja finalmente decidieron coger una noche más de hotel en Cuzco, que luego serían cuatro, mientras que el hotel pasaría a ser su fuerte. Desde allí escuchaban las noticias por televisión, pero también vivían en directo, desde la ventana, el caos en que se había convertido la ciudad. Cada vez que intentaban hacer una nueva reserva de vuelo, se les cancelaba al instante… y así hasta el viernes 16, cuando reabrió el aeropuerto y se reanudaron los vuelos comerciales. Se calcula que 5.000 turistas estuvieron atrapados en Cuzco, según las autoridades locales.

  Carlos Cuenca, español de 33 años, desde Machu Picchu (Perú).CEDIDA

Antes, el miércoles, los turistas volverían a pasar miedo. “Todo fue a peor: la situación en el país, las calles”, describe Carlos Cuenca. “Las manifestaciones fueron bastante fuertes, el miércoles arrasaron con un hotel, y el nuestro cerró todas las puertas y ventanas, no sabíamos qué podía pasar”, recuerda. 

Durante esos días, tres personas murieron en Cuzco en el marco de las protestas, en “episodios vinculados a bloqueos de carreteras”, según la información del medio Ojo Público. Otras 25 personas más han muerto en el país desde que comenzaron las movilizaciones hace dos semanas.

Volar a Lima fue como salir de la guerra

Carlos y su pareja se encuentran ahora en Isla Grande, a dos horas de Río de Janeiro (Brasil), “superrelajados” y “descansando”. Sobre todo lamentan los más de 250 euros que tuvieron que gastar de su bolsillo por su estancia obligada en Cuzco, la gestión casi inexistente por parte de la Embajada de España en Perú y las historias de otros turistas que lo pasaron peor que ellos: “Gente que no ha podido ir a Machu Picchu, parejas que estaban de luna de miel encerradas en el hotel, gente que tenía que volver a trabajar y no podía”. El vuelo final de regreso a Lima el pasado 16 de diciembre fue “como salir de la guerra”, describe Cuenca.

La cara B del país

Julio César Prado, ayacuchano de 37 años, no cogió, en cambio, un vuelo de liberación con destino al “oasis” de Lima. Mientras Cuzco volvía poco a poco a la normalidad, Ayacucho vivía su día más sangriento. Diez personas, de entre 15 y 51 años, murieron por “impactos de proyectil de arma de fuego” en tórax, abdomen o cráneo tras las protestas del 15 de diciembre, cuando los manifestantes trataron de tomar el aeropuerto y fueron finalmente los militares quienes tomaron la ciudad.

Ubicada al sur de Perú y en plenos Andes, cualquier peruano sabe que Ayacucho acarrea un estigma. El lugar donde nació el grupo terrorista Sendero Luminoso se convirtió en los 80 y los 90 en la región más golpeada por el terrorismo, pero también por la brutalidad militar y paramilitar. “Hasta el día de hoy se llevan a cabo exhumaciones de personas desaparecidas, se encuentran fosas de niños, jóvenes y adultos víctimas de matanzas”, explica Julio César Prado. Irónicamente, la palabra Ayacucho significa en quechua ‘rincón de los muertos’. 

Los años del terrorismo y el fujimorismo quedaron atrás, pero la herida permanece, asegura Prado. La región sigue estando económicamente deprimida, y la población –en buena parte quechuahablante– se siente muy lejos de Lima y de los limeños que los visitan cada Semana Santa como turistas.  

La presidenta nos terruquea. Es como si en España llamaran a todos los vascos terroristas por protestar por una ley que no les conviene
Julio César Prado, ayacuchano

Prado no puede evitar hablar del contexto histórico y social cuando se le pregunta por la situación vivida en los últimos días en su ciudad. Como si tuviera que ‘defenderse’ de antemano, el ayacuchano asegura que cree en el “modelo neoliberal” del que todo el país forma parte, pero eso no le impide condenar la “derecha bruta y achorada” que dirige el Perú, dice. Tampoco puede aceptar “cómo la presidenta nos terruquea”. 

Si el ‘terruqueo’ –acusar de terrorista (terruco) a una persona por ser de izquierdas o incluso por un origen andino– es común en Perú, en Ayacucho conviven con ello casi a diario. “Sería como llamar a todos los vascos terroristas por protestar por una ley que no les conviene”, ilustra Prado. “Eso es terruquear en el Perú”.

“Quemar todo lo que represente al Gobierno”

Los habitantes de la Sierra –los Andes– se sienten muchas veces ‘terruqueados’ en redes sociales, en medios de comunicación o incluso por parte representantes políticos. Cuando las protestas contra el nuevo Gobierno de Dina Boluarte estallaron en las poblaciones del altiplano, ya se tachó de terroristas a los manifestantes.  

Cuando en Lima la clase social alta sale a protestar, son manifestantes; cuando sales a protestar en la sierra eres terruco o vándalo. Es totalmente racial y clasista

“Somos una población muy tradicional, muy de costumbres, muy de formas. Pero nos dicen que somos terrucos, que no tenemos derechos, que nuestros derechos van a ser temporalmente resguardados por una persona que no nos representa [Dina Boluarte]. Entonces la población sale, las masas son irracionales y salen a quemar todo lo que represente el Gobierno”, explica Julio César Prado sobre las protestas que tuvieron lugar en Ayacucho la semana pasada. “Cuando en Lima la clase social alta sale a protestar, son manifestantes, tienen derechos y deben ser escuchados; cuando sales a protestar en la sierra eres terruco, eres vándalo”, denuncia. “Cuando muere un niño de 22 años cuya mamá vive en su chacra [huerta] a cuatro horas de la ciudad, ese no tiene derechos”, plantea. “Es algo totalmente racial y clasista”.

  Amigos y familiares despiden a José Luis Aguilar, de 22 años, muerto por proyectiles de largo alcance en Ayacucho.  JAVIER ALDEMAR via AFP via Getty Images

“Perú es una herida abierta, una llaga social”

Prado incide en que los ayacuchanos que murieron eran muy jóvenes, de 15, 19, 20, 22 años. “Si la policía estuviera luchando contra terroristas, ¿por qué solamente hay muertos civiles, por qué hay tantos niños?”, se pregunta. “Si fueran terroristas, lucharían en igualdad de condiciones, con una AK-47, con granadas, con dinamita, con coches bombas”, ilustra. “En Ayacucho sabemos que los militares no son las personas ideales para poner orden y paz, y menos con una ametralladora. Ya pasamos por esto hace mucho”, sostiene Prado. Está convencido de que lo ocurrido estos últimos días en la ciudad no ha hecho más que “reabrir las heridas”. “Esto ha vuelto a ser un campo de guerra”, dice. “No hay cicatrización. Perú es una herida abierta, una llaga social”.

Si la policía estuviera luchando contra terroristas, ¿por qué solamente hay muertos civiles, por qué hay tantos niños?

En un reportaje publicado por The New York Times, David Pacheco-Villar, jefe de la oficina de la Defensoría del Pueblo en Ayacucho, sostiene que las manifestaciones del jueves comenzaron de manera pacífica en el centro de la ciudad, pero que los soldados cometieron un “grave error” al tratar de impedir que la gente entrara en la plaza principal. Desde allí, varios manifestantes se dirigieron hacia el aeropuerto, donde se produjeron los tiroteos y la mayoría de muertos y heridos. Según declaraciones de Pacheco-Villar al New York Times, los militares respondieron con un “uso desproporcionado de la fuerza” en el asedio contra el aeropuerto y los barrios colindantes, que duró horas.

Varios vídeos de soldados disparando a quemarropa a civiles comenzaron a circular por todo el país. Pacheco-Villar confirmó al medio estadounidense que en al menos dos de esos vídeos se ve a soldados apuntando con sus armas a la altura del cuerpo, y en al menos otro documento se ve a los militares lanzando lo que parecen ser botes de gas lacrimógeno desde helicópteros. Pacheco-Villar aseguró asimismo no tener pruebas de que algún civil portara armas. 

Según informa La República, la Fiscalía de Ayacucho ya ha abierto investigación contra dos generales, uno de la Policía Nacional –Antero Mejía Escajadillo– y otro de la Infantería Militar –Jesús Vera Ipenza–, por ser los presuntos autores mediatos de la muerte de diez personas en las protestas, incluido un menor.

  Los militares del Ejército, en la Plaza de Armas de Ayacucho el 15 de diciembre, tras la declaración del estado de emergencia. JAVIER ALDEMAR via AFP via Getty Images

Castillo, un “superhéroe” para quienes “no tienen voz ni voto”

Julio César Prado también vio esos vídeos “supercrudos”, “supergore” de “francotiradores” disparando a la población. “Comparto el malestar de mis paisanos”, dice. Y ese malestar se suma a otros que han venido acumulándose con los años: las desigualdades, la pobreza, la discriminación, la violencia. Prado está convencido de que esa brecha con Lima, ese sentirse ciudadanos “de tercera categoría” fue lo que hizo a la gente de la Sierra votar por Pedro Castillo en las elecciones de 2021. 

Maestro pero sobre todo líder sindicalista, “Castillo ha representado a esa parte del Perú profundo, olvidado y herido”, reconoce Prado. “Era como el superhéroe para esas personas que no tienen voz ni voto”, razona. Pese a no ser Pedro Castillo especialmente popular durante su mandato, hay un dato reciente que llama la atención: el Congreso era incluso más impopular que Castillo hace apenas dos meses, con un 81% de desaprobación frente al 62% del presidente. “Consideramos que el Congreso es una tira de personas que solamente se lucran con favores políticos”, ratifica Prado. 

Bueno, ya. Hubo muertos, nos levantamos, protestamos, pero no funcionó. Así que alto el paro porque necesitamos comer

Este martes, el pleno del Congreso de Perú ha aprobado un proyecto de adelanto de elecciones generales para abril de 2024, en lugar de agotar la legislatura hasta 2026. Los manifestantes exigían estos días que los comicios se celebraran antes, en 2023. 

Por si fuera poco, y como explica Jacqueline Fowks, corresponsal en Perú del diario El País, Boluarte ha nombrado primer ministro a Alberto Otárola, hasta ahora ministro de Defensa y a quien se considera “responsable político de diez muertes y decenas de heridos en Ayacucho causadas por disparos del Ejército el jueves 15”.

Horas antes de anunciarse estas decisiones políticas, las protestas dejaban más muertos y heridos en Arequipa, al sur del país. Mientras, en casi todo el Perú vuelve poco a poco la calma, pero no se apaga el descontento ni el duelo por los fallecidos. 

Cuenta Julio César Prado que en su Ayacucho natal, una ciudad “meramente comercial”, la población paró un par de días por las protestas, pero “tienen que vivir de algo”, y ya han vuelto a trabajar. También el toque de queda se ha levantado en esta y otras regiones. “La población ha dicho: ‘Bueno, ya. Hubo muertos, nos levantamos, protestamos, pero no funcionó. Así que alto el paro porque necesitamos comer’”, parafrasea Prado. “Si no produces, si no vendes, te mueres de hambre”, resume. 

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Marina Velasco Serrano es traductora de formación y periodista de vocación. En 2014 empezó a trabajar en 'El HuffPost' como traductora de inglés y francés en Madrid, y actualmente combina esta faceta con la elaboración de artículos, entrevistas y reportajes de sociedad, salud, feminismo y cuestiones internacionales. En 2015 obtuvo una beca de traducción en el Parlamento Europeo y en 2019 recibió el II Premio de Periodismo Ciudades Iberoamericanas de Paz por su reportaje 'Cómo un Estado quiso acabar con una población esterilizando a sus mujeres', sobre las esterilizaciones forzadas en Perú. Puedes contactar con ella escribiendo a marina.velasco@huffpost.es