Tuve depresión, pensé en suicidarme y ahora me atrevo a contarlo
guerra en ucrania
Finlandia se venga de Rusia

Tuve depresión, pensé en suicidarme y ahora me atrevo a contarlo

"Yo no creía en la depresión hasta que caí en una. Y vaya que si caí. Hasta el fondo más profundo. Y pensé que no saldría..."

Hoy es el Día Europeo de la Depresión y ha llegado a Lady Toto la carta de una joven de 26 años que cuenta su historia con final feliz. 

  Photo Taken In Krakow, PolandAneta Pucia / EyeEm via Getty Images

Yo no creía en la depresión hasta que caí en una. Y vaya que si caí. Hasta el fondo más profundo. Y pensé que no saldría. Que me había perdido para siempre y que no volvería a ser yo. Que toda la gente que tenía alrededor me dejaría sola por no saber estar feliz. Se me olvidó lo que era estar contenta, no tenía ganas de vivir ni de salir ni de socializar… El mejor momento del día era el de cerrar los ojos para dormir y no pensar en nada más. 

Y eso que yo antes no creía en la depresión. Que mi discurso era ese de “me parece egoísta que estés mal si lo tienes todo”, “¡Pero vamos, tío! ¡Que todo es actitud!”, “es que no haces el esfuerzo de estar bien”, “todos los días sale el sol”, “hay gente en el mundo mucho peor que tú”... Y eso que la Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé que en 2020 la depresión se convierta en la principal causa de discapacidad en el mundo, sólo por detrás de las enfermedades cardiovasculares. Después comprendí el daño que podían llegar a hacer mis palabras. 

Caí en la depresión y nunca supe bien el porqué. Siempre he sido una tía un poco dramas pero hace dos años empecé a llorar cada día. No me pasaba nada y lo tenía todo: una familia y unas amigas que ya quisieran muchos, un trabajo que me gusta, era de las pocas personas de mi alrededor que había logrado independizarse a pesar de la precariedad… Y tenía a mi gata. Que parece una tontería, pero hoy la llevo tatuada debido al gran papel que juega ese bichillo en el proceso de curarme. Pero no era feliz. Y el hecho de no ser feliz con todo lo que tenía me hacía sentirme culpable y ser más infeliz aún. 

Hablo de “curarme” porque la depresión es una enfermedad. Y no lo digo yo, lo dice la OMS y otras instituciones mundiales. De hecho, fue lo primero que me dijo el psiquiatra al que visité después de que mi madre viniese un día asustada a mi casa y me sacase de la cama a rastras porque no aguantaba verme sufrir así.

Sí. A una tía de entonces 24 años tuvo que venir su madre para cogerle de una oreja y decirle: “Hija, no estás bien y nos vamos ahora mismo a ver qué te pasa”. Fue en octubre. Lo recuerdo porque colgué una foto en Instagram. Me la hizo ella al salir de consulta y me dijo: “Guárdala, es el principio de tu proceso de curarte”.  Ay, las madres. Cuánta razón. De verdad, escuchad a las personas que se preocupan cada día por vosotros. En mi caso, fue ella la que logró hacer ese “click” en mi cabeza para empezar a tratarme. 

Ahora soy capaz de sentarme a escribir sobre la etapa de mi vida en la que quise quitarme de en medio

Hoy, cuando repaso mis publicaciones y veo aquella foto, recuerdo que entonces no creí ni una de sus palabras. Qué sabría ella del dolor infinito que yo tenía dentro. Pero ahora soy capaz de sentarme a escribir sobre la etapa de mi vida en la que quise, incluso, quitarme de en medio. Todavía tengo miedo de recaer: a veces me cuesta pensar que haya logrado empezar a salir de algo que me cambió y me hundió tanto. 

Entré a la consulta del psiquiatra y me puse a llorar. Cuando el pobre hombre me preguntaba, yo solo repetía entre sollozos: “Si a mí no me pasa nada, estoy genial, todo me va genial”. Salí de allí después de una hora con el diagnóstico de una depresión grave, tres recetas de antidepresivos y ansiolíticos diferentes y con la primera de muchas citas con una psicóloga, Pilar, que ha sido otro de mis grandes salvavidas durante este tiempo. 

Lo que más deseaba en muchos momentos era dejar de existir

Porque estos dos años han sido muy duros, pero empezar a ver la luz es el único logro en esta vida por el que no pararé de tirarme flores y sentirme orgullosa. No de mi yo de ahora, sino de esa “yo” que buscaba en internet qué forma de matarse era la menos dolorosa. Siempre pensé que era cobarde suicidarse, pero lo que más deseaba en muchos momentos era dejar de existir.

Las pastillas que te recetan  —normalmente— no están hechas para suicidarte, “como mucho te dejan en coma”, me comentó alguien. Busqué también qué usaban las personas mayores que se habían practicado la eutanasia, pero necesitaba entrar en la deep web. Llegué incluso a pensar que si explicaba bien mi sufrimiento a algún amigo informático, me ayudaría a conseguirlo. Que me ayudaría a matarme. Después, cuando la razón podía al sentimiento, pensaba en mis hermanos y en mis padres, en mis sobrinas y en mis amigos y me negaba a hacer más daño del que les estaba haciendo sin levantar cabeza. Aunque en muchas ocasiones era lo que más deseaba, sabía que quitándome la vida podría destrozar otras muchas.

Me enfrenté a mis fantasmas del pasado

No sé el momento en el que empecé a curarme. Pero sí sé cómo: decidí cerrar mis círculos y rodearme de la gente que me quería. Empecé una terapia en la que me enfrenté a fantasmas del pasado que YO PENSABA que tenía más que enterrados, pero que han estado ahí siempre. Saqué a las personas tóxicas e hirientes de mis entornos. Empecé a aprender sobre el self care, el autocuidado y el autoconocimiento. Normalicé mi situación. Incluso hacía bromas con mis amigos más cercanos —“hoy cocinas tú, que yo tengo depresión”—, que aquí cada uno tenemos nuestras taritas. 

Sigo en el proceso de conocerme a mí misma y construirme, de cuidar de mí para cuidar de los demás. Pero ahora soy otra persona. Tenía razón en una cosa: no he vuelto a ser la misma. Ahora soy alguien mucho, mucho, mucho mejor. Ahora veo la depresión como algo que me ha enseñado a saber qué y quién es importante, a fijarme plazos y metas, a conocerme en mis peores momentos, a aprender que todo pasará y, sobre todo, a empatizar, a priorizar y a quererme. 

No te sientas culpable: quiérete y cuídate

Si estás en alguna parte de este proceso, sólo puedo decirte que todo pasa. Y que se sale. Que cuentes con ayuda tanto de un profesional como de tus entornos más cercanos y que estés rodeado de buenas personas. No te sientas culpable: quiérete y cuídate. Y, sobre todo, no te cierres y habla de lo que sientes y de lo que te pasa, aunque sea lo último que te apetezca. 

Si tienes a alguien alrededor que pueda estar pasando por este proceso, sí que tengo muchas más cosas que decir: acompaña, quiere, mima, cuida y comprende. Pero no juzgues. No juzgues nunca. Porque puedes no creer en la depresión o infravalorarla, pero nada te dice que nunca caerás en ella. 

 

¿Necesitas ayuda? Este es el teléfono de la esperanza: 717 00 37 17 

Recopilo y cuento historias de todo tipo: catástrofes en Tinder, machismos e incluso algunas con final feliz. Si quieres contarnos la tuya escríbeme a ladytoto321@gmail.com

¡Con toda la confi del mundo!