‘TWIST’, un circo fluorescente y po(p)etico

La dirección artística del Circo Price lleva mucho tiempo invitando a la gente del teatro al circo. No solo como espectadores, sino como creadores. Ya sea para contar historias del circo, como la de Manolita Chen que dirigió este verano José Troncoso. Ya sea para teatralizar o dramatizar un espectáculo circense. Dos estrategias con las que ha dado bastantes alegrías a los espectadores.

Twist de Marta Pazos, una de las directoras de escena del momento, es la última en llegar. Viendo el espectáculo uno se pregunta cómo se ha tardado tanto en llamarla. Y es que su colorido pensar escénicamente le va como un guante al arte de la carpa.

La prueba es este espectáculo dominado por el rojo y el azul de las islas griegas. Sobre los que sabe poner unas pinceladas de blanco y negro. Unas notas con el personaje de Amanda Noir. Igual que es capaz de meter la purpurina, el brillo, que solían tener todos estos espectáculos. El del payaso listo y melancólico que en su versión femenina hace Roxi Katcheroff en este espectáculo. Y que para pillarlo a la primera hay que estar muy listo, porque la mirada de Pazos nos hace verlo como si fuera la primera vez.

Quizás, lo más flojo de Twist es lo que siempre se critica de los espectáculos de Marta Pazos. La dramaturgia, la narratividad. Esa idea de la que parte y que trata de desarrollar en escena para contar algo. Esta vez, la excusa son los guateques de los sesenta y esas sesiones matinales de twist que organizaba el Circo Price para los más jóvenes. Unos jóvenes que pronto se harían rockeros, cambiarían de baile.

Es cierto que cuando abandona esa necesidad de guatequear al personal, de hacerle bailar con el twist de antaño, reinventado para esta ocasión casi como pop ochentero, es cuando el espectáculo despega. Aunque puede que sin ese motor no se le hubiese ocurrido el duelo de baterías. O la idea de una banda juvenil, pitufada a más no poder, que amenice la velada.

Pero esas canciones, puestas como un concierto, reinventando lo que sería la típica orquesta cirquera, fuerzan demasiado la progresión del espectáculo, ralentizan el ir al meollo de la cuestión. Pero, una vez abandonada la idea original y focalizarse en el objetivo de mostrar los números circenses de una manera plástica y ordenando su intensidad, la cosa cambia. 

No importan que sean números tan sencillos como un (no) bailar los hula hoops. O que sea una transferencia de color en el mano a mano entre saltimbanquis. Aunque nada como esa escena en la que se levanta la pista para descubrir el mar de color azul griego que se esconde bajo ella. Una recreación, contemporánea, de color intenso, de la magia que tenían los circos, que traían aquello que no era habitual ver o si lo era, ayudar a mirarlo de forma distinta.

Y así se podría continuar, un número tras otro. A pesar de que la crónica de este espectáculo se hace desde un lateral, una visión desde un lado de la pista, el espectáculo sigue siendo bello. Como el número de las correas aéreas que se convierte en el de unas telas aéreas. Jugado en escena como si alguien estuviese haciendo volantines en el borde de un telón de teatro. Al que la artista se asoma. Ahora una pierna, ahora un cuerpo. Bella introducción o nota programática de esta propuesta de teatro circo. Una metáfora del vértigo que debió producir esta propuesta al equipo artístico.

Entre todos ellos hay un número magnífico. El de la rueda cyr de Ariadna Gilabert. Un número que hace vestida con una maya ajustada y con alas de blanco y negro, incluida la cara. Como una especie de arlequín actualizado. Personaje enigmático que ha recorrido diversos momentos del espectáculo desde el inicio, poniendo orden a las fieras del circo con su látigo. Un personaje que por su falta de colorido genera curiosidad y mantiene a raya hasta los payasos que pretenden acosarla.

Sin duda, lo más sorprendente junto con la transformación de Oscar de la Fuente. Este actor ha sido convertido por Marta Pazos en un maestro de ceremonias muy peculiar. Colorido, fluorescente y con peluca. Un maestro de ceremonias que habla como un feriante, alguien de la verbena que suele instalarse alrededor de los circos ambulantes. Actor al que cuesta reconocer por lo metido que está en su papel, dedicado a él. De hecho, es el momento en que se sube a cantar con la banda el que cambia el curso del espectáculo.

Y es que el aspecto musical es importante para esta producción. Tanto que por un lado está la música en directo, la que trata de recuperar el twist o el pop adolescente de aquella época con un sonido algo más guitarrero o garajero. Con el que se trata de hacer bailar al público. Por otro una música más sinfónica enlatada, que tal vez funcione mejor para el acompañamiento de los números de circo y la poesía, o poética, extraña y feminista de la Pazos.

Una poética no exenta de humor y petardeo que se evidencia en los nombres de los personajes que se ven en escena. Gelo Katyl, Domenica Spanacopita Papanicolau, Alfredo Binni Vidi Vinci o Marcel KH7. Un humor como la lata de la sopa de tomate Campbell o el paquete del detergente Brillo warholianos, pero a la española.

Elementos agitados y revueltos. Pues en esta producción se aprovecha todo y a todos en todas sus capacidades escénicas, incluidas las capacidades bailarinas y actorales que artistas de circo como estos tienen. Su presencia. Sus cuerpos. A los que la coreógrafa María Cabeza de Vaca, hace bailar más que un twist y a los que la Pazos imagina como si fueran personajes de un sueño o un poema fluorescente y pop.