Ucrania, una guerra cronificada donde todo el mundo pierde

Ucrania, una guerra cronificada donde todo el mundo pierde

El discurso de Putin no cambió nada, los combates siguen duros pero empantanados, no hay avances ni retrocesos notables, salvo en el número de bajas. Va para largo.

Dos ucranianos trasladan cuerpos de soldados rusos a un contenedor refrigerado, el pasado 5 de mayo, en Járkov.Felipe Dana via AP

Empantanada, enquistada, atascada, estancada, bloqueada. La invasión de Ucrania por parte de Rusia va para largo, no hay ni grandes avances ni retrocesos determinantes. Y, sin embargo, claro que hay verbos de acción que siguen definiendo lo que ocurre cada día, casi tres meses después de que empezase el conflicto, porque se asedia, se bombardea, se ataca. También se muere, se entierra, se huye, se resiste.

Se esperaba que el discurso de Vladimir Putin, el presidente ruso, por el Día de la Victoria contra los nazis, el pasado 9 de mayo, diera inicio a una nueva fase en la contienda, pero no fue así: se limitó a hablar de ataque preventivo y a acusar a Kiev y a Occidente de preparar un asalto al Donbás que él, con su maniobra salvadora, había evitado. Dejó en el aire todas las dudas: hasta cuándo extenderá su “operación especial”, si habrá reclutamiento extra en breve, dónde centrará sus ataques.

Moscú entiende que no puede hacer otra cosa. No puede ser triunfalista porque no ha conquistado tanto como se esperaba. Hoy domina aproximadamente el 20% de Ucrania, pero con un poder endeble, no necesariamente estable. Bajo su control no está ninguna urbe importante del país, salvo Jersón (282.817 habitantes), que va a pedir su incorporación a Rusia ahora que hay un prorruso al mando y donde se han reemplazado los canales de televisión ucranianos por canales rusos. Es una minucia para lo que se esperaba.

Oleg Ignatov, especialista del International Crisis Group, explica que “la ofensiva actual de Rusia en el este de Ucrania es ampliamente vista como una operación de salvamento: el intento del presidente Putin de librarse de una serie de decisiones desastrosas. Su plan para transformar Ucrania en un estado prorruso fracasó. No ha ocupado Ucrania. No tiene un Gobierno pro-ruso en Kiev”.

“El objetivo de Rusia en este momento es controlar tantos territorios como pueda y tal vez anexar estos territorios en el futuro, porque para los ciudadanos rusos parecerá una victoria”, reconoce. Sobrevuela en su valoración esa idea de que a los ciudadanos de Rusia nunca les han gustado los mandatarios que pierden, suelen pedir explicaciones y suelen acabar relevándolos.

Coincide con las estimaciones hechas estos días por la Inteligencia de EEUU, con el aval de la británica: la cosa se para. Los mensajes lanzados por Putin sobre poderío militar tienen poca correlación en la realidad y nada ha salido como se esperaba. Descolocado por la resistencia de Ucrania y su gente y enfadado por la mala evaluación de cómo su ofensiva iba a ser tratada por los aliados occidentales (en 2014 se llevó Crimea y no pasó nada), apuesta por el statu quo como mejor opción. No se sabe qué más viene a continuación.

La directora de inteligencia nacional de EEUU, Avril Haines, declaró que Putin aún tenía intención de “lograr objetivos más allá del Dombás”, pero que “se enfrenta a un desajuste entre sus ambiciones y las actuales capacidades militares convencionales de Rusia”. Agregó que el presidente ruso “probablemente” contaba con que el apoyo de Estados Unidos y la UE a Ucrania se debilitara con el aumento de la inflación, la escasez de alimentos y los precios de la energía. Putin podría recurrir a “métodos más drásticos” a medida que continúa la guerra, aunque solo usaría armas nucleares si percibe una “amenaza existencial” para Rusia, según la inteligencia de EEUU.

El director de la Agencia de Inteligencia de la Defensa norteamericana, Scott Berrier, indicó en la misma línea que los rusos y los ucranianos estaban en cierta medida en una situación de estancamiento. “Combinando con la realidad de que Putin enfrenta un desajuste entre sus ambiciones y las capacidades militares convencionales actuales de Rusia, los próximos meses podría vernos avanzar en una trayectoria más impredecible y potencialmente escalable”, concluyen.

En los últimos días, lo más destacable en el plano militar ha sido que Rusia ha decidido retirarse de Járkov, la segunda ciudad de Ucrania, ante el avance de las tropas comandadas por el presidente ucraniano Volodimir Zelenski. Esta urbe del noreste había sido objeto de una contraofensiva ucraniana que fue aliviando el cerco -la artillería martilleaba arsenales de armas y munición, sobre todo- hasta el punto de forzar a los rusos a dar marcha atrás y derivar sus tropas de la zona al Donbás, donde concentra su poderío. Pero que nadie se ciegue, dice Kiev: están bien estos pasos, pero los ucranianos “no deberían crear un ambiente de excesiva presión moral en el que se esperan victorias semanales e incluso diarias”, dice su presidente. Su fragilidad, pero a la resiliencia, es grande ante la segunda potencia defensiva del planeta.

No hay datos oficiales rusos sobre pérdidas, pero Ucrania sí da uno: 26.500 militares muertos en combate. El diario The Kyiv Independent ha expuesto con detalle una estimación de las pérdidas del ejército ruso, basándose en los datos de las Fuerzas Armadas de Ucrania -a fecha de 10 de mayo-: 1.170 tanques, 2.808 vehículos de combate blindados, 519 sistemas de artillería,185 lanzacohetes múltiples, 87 sistemas antiaéreos, 199 aviones, 158 helicópteros, 12 embarcaciones, 380 vehículos aéreos no tripulados, 41 aparatos de equipamiento especial, 19,980 vehículos y depósitos de combustible y 94 misiles de crucero.

Al entender de Ignatov, sin avances claros, ninguna de las partes sabe ahora mismo cómo puede ganar esta guerra o, al menos, aparecer como que no la ha perdido del todo. Por eso es pesimista sobre la posibilidad de lograr una salida negociada en estos momentos, algo de lo que hace semanas que no hay nada que publicar, porque nada se avanza en los encuentros online que aún siguen manteniendo las partes el litigio.

“Tendremos algún tipo de solución, por ejemplo, un alto el fuego, o tal vez, tal vez un tratado militar, pero no soy optimista al respecto. Yo creo que todo depende de lo que esté pasando sobre el terreno”, sentencia. Otra opción es que Rusia trate de “congelar el conflicto”, mantener el territorio ya conquistado y entrar en negociaciones “largas y prolongadas”. El riesgo es que si se estira el conflicto tenga que hace frente a la insurgencia, mucho menos predecible.

La mayoría de las guerras terminan en la mesa de negociaciones, pero el problema es que en este conflicto se ve muy lejana esa posibilidad. Los primeros intentos de resolver este conflicto se han desmoronado y cualquier nueva conversación parece a años luz. Sirva un dato acientífico: en las primeras semanas, el servidor de agencias de prensa mundial del HuffPost traía una media diaria de 235 noticias relacionadas con negociaciones. Hoy la media es de tres. Poco se mueve, porque las delegaciones no confían la una en la otra. Los contactos se han enfriado aún más coincidiendo con el discurso de Putin en la Plaza Roja de Moscú.

El coronel ucraniano Roman Kostenko, que supervisa una unidad de reconocimiento en el frente sur de Mykolaiv, ha explicado en la cadena norteamericana de radio NPR que necesitan muchas más armas para hacer retroceder a Rusia a las posiciones anteriores a la invasión, iniciada el 24 de febrero. Hace falta más artillería y más misiles de largo alcance, dice. “Si tenemos suficientes armas y podemos prepararnos, entonces esta guerra podría llevar meses. Si entendemos que nuestros socios sólo nos proporcionarán el tipo de armas que pueden disuadir a Rusia, en lugar de atacarla, podría llevar años. Para poder atacar necesitamos muchas más armas de las que están llegando hasta ahora”, advierte.

En estos momentos, tras iniciar la segunda fase de su operación, Rusia se concentra en el sur y el este de Ucrania. Insiste en trazar su ansiado corredor, desde su frontera hasta Crimea, pasando por Donetsk y Lugansk, un pasillo que ansía ampliar -según ha reconocido oficialmente- hasta Transnistria, la región separatista moldava donde ya tienen 1.500 efectivos desplazados de forma perenne. Los combates son intensos en la zona del Donbás, según informa la prensa internacional desplegada sobre el terreno, pero tampoco hay conquistas reseñables. Mucho toma y daca. Es la piedra de toque. Rusia no ve estas regiones como moneda de cambio, sino que tiene la intención de “mantenerlas”, recuerda el experto, por más que Ucrania se niegue a soltar tierra propia.

Se teme que en los próximos días y semanas la intensidad de la guerra aumente, sobre todo para impulsar esa anexión a Rusia de varias provincias ucranianas clave, más el avance a Transnistria. Y a todo ello debe sumarse el riesgo siempre latente en materia de despliegue, aunque sea en tono disuasivo, de su arsenal nuclear. Con la entrada en la OTAN de Finlandia, que rompe 80 años de neutralidad, el pulso entre Moscú y la Alianza -que se ha abstenido de intervenir directa y militarmente en Ucrania porque no es un estado miembro- lejos de disminuir, ahora aumentará.

El Kremlin tratará de forzar un retorno al equilibrio de fuerzas previo a la guerra o, en una apuesta aún más preocupante, aumentará su presión militar en otros territorios en busca de equilibrar la correlación de fuerzas estratégicas con Occidente. El espacio postsoviético espera sus pasos. Lo que ha quedado claro es que Putin está siendo lo mejor que le podía pasar a la OTAN, porque la está robusteciendo y lavando su imagen, mientras pierde terreno clave en las regiones ártica, báltica y nórdica.

  Retirada de escombros del teatro de Mariupol, donde se calcula que murieron al menos 600 personas refugiadas, el pasado 12 de mayo. via AP

El factor económico

“Nos ha sorprendido la fortaleza del ejército ucraniano”, reconoce Kaspar Hense, gestor sénior del BlueBay Investment Grade Euro Government Bond y el BlueBay Investment Grade Euro Aggregate Bond Fund, porque desde lo económico hay que ver también esta guerra. Las previsiones de las grandes firmas analistas eran de un conflicto que duraría una o dos semanas. Ahí también se han desbordado las previsiones. Europa, dice, se enfrenta a un importante riesgo de entrar en una recesión severa si se lleva a cabo el embargo de gas a Rusia, que no parece que se vaya a desbloquear, como pasa con el carbón y el petróleo, por la enorme división que hay en el seno de la UE al respecto. Pero a su vez a Rusia le está costando mantener las fuerzas en esta guerra.

Según Hense, estiman que al menos la mitad de su arsenal se ha evaporado. Y de ahí el escaso progreso en la invasión. En la región de Donbás, por ejemplo, calculan que hay unos 100.000 soldados rusos combatiendo contra 100.000 ucranianos. “Normalmente en un enfrentamiento el ejercito atacante necesita un ratio de ventaja de 3 a 1”, apunta. También por este flanco se ve una guerra estancada. “El ejército ruso está muy debilitado. La pregunta es hasta cuándo puede sostenerse”, explica.

Uno de los asesores de Putin comentaba hace unas semanas que sería una locura que Europa implementase el embargo al gas ruso. Rusia no ve a la UE capaz de hacerlo porque eso implicaría llevar a la región a una recesión económica. Pero a su vez a Rusia le cuesta de entre 7 a 20.000 millones de dólares al día mantener esta guerra. “Muy por encima de su cuenta corriente actual, de unos 40.000 millones mensuales”, señala Hense. Si Rusia cortase el suministro a Europa eso se evaporaría y estaría ante un déficit de 300.000 millones mensuales. Insostenible.

Los números que crecen y crecen son los de las víctimas: más de 3.541 civiles, dice Naciones Unidas, aunque teme que la cifra pueda ser mucho mayor. Hay más de seis millones de refugiados y ocho más de desplazados internos. Y la sensación, cada vez más honda, de que estamos ante una nueva Siria, donde la madeja no se aclarará ni hoy ni mañana.