Un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo...

Un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo...

El expresidente de la Comunidad de Madrid Angel Garrido (d), acompañado por el candidato de Ciudadanos (Cs) a la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, tras la rueda de prensa. EFEAgencia EFE

Chupacámaras, justicieros, oportunistas, podemistas, actores, plagiadores, populistas pop, incoherentes, tontos útiles de la izquierda… Así hablaba el popular Ángel Garrido de Ciudadanos y de sus dirigentes. De esto no hace tanto. Dos días, dos meses, dos años... El tiempo y la coherencia no cuentan en política. Hoy ya es uno de ellos. El expresidente de la Comunidad de Madrid guardaba una bomba cuya onda expansiva traspasa los límites de la dignidad y la decencia. Pero ahora el lenguaje se adapta a las situaciones a la misma velocidad que ellos a las diferentes siglas por las que transitan. Llaman convicciones a lo que antes era un claro ejemplo de transfuguismo.

La comparecencia con la que Garrido anunció su espantada dejó KO a Casado, que no supo de la operación hasta el momento del anuncio. Y la imagen del expresidente de la Comunidad de Madrid junto a Ignacio Aguado recordó por momentos a Atraco a las 3 tanto por el aire negrocriminal de aquella cinta como por lo estrafalario de los personajes. Le faltó soltar aquello que el genial José Luis López Vazquez repetía con entrega abnegada ante Katia Loritz en una de las mejores películas españolas de todos los tiempos:  “Un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”. Aquel retrato deformado de la España de los 60 aún habita entre nosotros y lo representan como nadie estos políticos de quinta.

Garrido no es un fichaje galáctico, ni un Churchill de la vida pública. De hecho, no se le conoce más curriculum que el de haber sido concejal de distrito, consejero del Gobierno regional y presidente por accidente.

Garrido no es un fichaje galáctico, ni un Churchill de la vida pública. De hecho, no se le conoce más curriculum que el de haber sido concejal de distrito, consejero del Gobierno regional y presidente por accidente, tras la dimisión de Cifuentes, después de aquel vídeo en el que se la veía robando un par de cremas en un Eroski de Vallecas. Porque, recuerden, no se fue por mentir, ni por incitar supuestamente a la falsificación de un documento administrativo, ni porque jamás cursara y le regalaran un máster en el infame Instituto de Derecho Público… Así andamos. Todo muy normal y muy ejemplarizante. Lo de quien fuera su segundo en el gobierno autonómico no iba a ser menos.

Con su nombre impreso ya en cuarta posición en las listas del PP para las elecciones europeas anuncia que se va, que se marcha, que se pira… No a su casa, que es donde alguien con un mínimo de honorabilidad debiera poner rumbo cuando se considera injustamente tratado por la dirección de un partido. Él así lo creía, después de que Casado pusiera al frente del cartel electoral a una bisoña Isabel Díaz Ayuso, que merece y tendrá capítulo aparte. Hace años, ni uno ni otra hubieran tenido cabida en la primera línea. Pero los códigos han cambiado. Ya vale todo. Lo que menos, el mérito, la capacidad, la altura intelectual, el compromiso con el servicio público o los problemas de una España que se rompe, y no porque lo busquen los independentistas.

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La integridad de un país no se mide sólo por un mapa, ni por la letra de la Constitución, sino también por la talla de quienes nos representan y sus espurios comportamientos. El de Garrido, a cuatro días de las elecciones, es una mezcla de traición y oportunismo. Pero el de Rivera con esta operación, que no le aporta un voto, no se queda a la zaga. El movimiento aviva la batalla entre las derechas al día siguiente de que Casado y Rivera se despellejaran ante millones de telespectadores las noches del lunes y el martes. Ciudadanos ha conseguido de paso que la actuación desquiciada y desquiciante que representó en el segundo debate televisivo pase a un segundo plano.

La escena en todo caso es poco edificante y podría ensanchar aún más el espacio electoral de VOX, donde los de Abascal se frotan las manos por la guerra abierta entre la “derechita cobarde” y la “veleta naranja”.

Si alguien sabe en qué momento nos cambiaron los códigos o cuándo se torció el renglón de esta política donde la mezquindad y la marrullería tienen hoy más cabida que el diálogo y el acuerdo y parece haberse perdido la verdadera esencia de los partidos, que pase y lo cuente. Igual nos sirve para tomar nota y preguntarnos todos, qué hicimos cada cual para merecer este espectáculo bochornoso. Uno más porque esto es sólo un suma y sigue. No lo duden...