Un océano saludable para nuestra prosperidad

Un océano saludable para nuestra prosperidad

El futuro de la humanidad, depende en buena medida de nuestra capacidad para derivar recursos, como alimento, agua, energía y recursos biotecnológicos del océano de forma sostenible. Su dificultad en buena medida en la naturaleza difusa de la propiedad y del gobierno de los océanos.

Hace unos días argumentaba en este blog que el futuro de la humanidad, depende en buena medida de nuestra capacidad para derivar recursos, como alimento, agua, energía y recursos biotecnológicos del océano de forma sostenible y alababa el papel que nuestro país ha jugado y sigue jugando en la exploración del océano. Este papel se destaca en el pabellón "España Explora" de la Expo Internacional de Yeotsu, en Korea, dedicada a los océanos.

En ese mismo marco, el secretario general de Naciones Unidas, el koreano Ban Ki-Moon, dio a conocer, el domingo día 12 de Agosto, la nueva iniciativa de Naciones Unidas que lleva el nombre Un océano saludable para nuestra prosperidad. El lema coincide, en buena medida, con el mensaje de mi post: el uso sostenible de los océanos nos hará prósperos. Es eso mismo: la importancia del buen gobierno de los océanos como pilar para nuestra prosperidad, lo que reconoce la nueva iniciativa de Naciones Unidas.

La iniciativa de Naciones Unidas pretende coordinar una serie de actuaciones, con la Convencion de la Ley del Mar de Naciones Unidas como eje central y articulando en torno suya la acción de otras organizaciones intergubernamentales, gobiernos y organizaciones no gubernamentales.

La iniciativa presta particular atención a la necesidad de reducir los impactos acumulados que están deteriorando nuestros océanos y que incluyen la sobrepesca, la contaminación, la alteración de las costas, el aumento de la radiación ultravioleta incidente sobre los océanos, el cambio climático, la acidificación del océano por el aumento de la concentración de CO2, y los efectos combinados de todas estas presiones.

Asegurar la sostenibilidad de los océanos es un objetivo ambicioso pero necesario. Su dificultad radica en buena medida en la naturaleza difusa de la propiedad y del gobierno de los océanos, una herencia del derecho romano.

En el año 535, bajo la dirección de Triboniano, el Corpus Civilis Iurus [Cuerpo de Derecho Civil] se publicó en tres partes bajo mandanto del emperador Justiniano. El Libro II, Parte III., en La división de las cosas, declaró que:

1. Por la ley de la naturaleza, estas cosas son comunes a la humanidad --el aire, el agua corriente, el mar y, consecuentemente, las orillas del mar. A nadie, por lo tanto, le está prohibido acercarse a la orilla del mar, siempre que se respeten propiedades, monumentos y edificios que a diferencia del mar están sujetos únicamente a la ley de las naciones.

3. La costa se extiende tan lejos como el área inundable por las mayores mareas invernales.

5. El uso público de la orilla del mar también es parte de la ley de las naciones, al igual que la del propio mar, y, por lo tanto, cualquier persona tiene la libertad de colocar en ella una casa de campo, a la que puede retirarse, o secar sus redes allí, porque las orillas no son propiedad de nadie, pero están sujetas a la misma ley que el mismo mar y la arena o la tierra debajo de él.

El ecólogo americano Garret Hardin volvió a revisar este concepto en un artículo (Hardin, 1969) que acuñó la expresión "tragedia de los comunes", para referirse a los bienes, tales como los océanos (y el aire), que pertenecen a todos y de cuya gestión nadie se responsabiliza.

 

Imagen de Google Earth del Océano Pacífico mostrando, como polígonos, las Zonas Económicas Exclusivas de las distintas naciones.

Poco a poco, las naciones se apropiaron de la costa adyacente a sus tierras, primero a través de las reglas de tres millas, que sigue vigente como base jurídica delimitando las competencias entre estados y gobierno federal en muchos estados federales, como Australia. La regla de tres millas, desarrollada en el siglo XVI por el jurista holandés Cornelius van Bynkershoek, no tiene otra base que la distancia a la que se podía disparar una bala de cañón.

El deseo de proteger los recursos pesqueros de la sobreexplotación por parte de flotas extranjeras llevó al presidente estadounidense Truman a declarar en 1945 la soberanía nacional sobre los recursos naturales de la plataforma continental de EE UU. Esta declaración, que Japón tomó como una agresión sobre sus derechos de pesca en territorios del Pacífico, siguió al fin de la guerra entre Japón y EE UU en la II Guerra Mundial.

En 1972, un pequeño país, Islandia, declaró unilateralmente una zona económica exclusiva (ZEE) que se extendía más allá de sus aguas territoriales, causando una serie de incidentes con pesqueros británicos que llevaron a la Armada Británica a desplegar sus buques de guerra, dando lugar a enfrentamientos directos con buques de patrulla de Islandia, las llamadas "guerras del bacalao". Islandia volvió a ampliar esta zona, unilateralmente, hasta las 200 millas náuticas (370 km) en 1976. El resto de las naciones le siguieron poco después.

Las zonas económicas exclusivas están reguladas por la Ley del Mar de las Naciones Unidas, cuya redacción se inició en 1956. Treinta años después de que esta Ley se abriese a su ratificación por las naciones, esta ley aún no ha regulado la gestión de los recursos vivos en alta mar. Tampoco lo ha hecho la Convención para la Convención Biológica. Por lo tanto, los recursos biológicos de alta mar siguen aún sujetos a la tragedia de los comunes.

Sin embargo, la situación está cambiando a medida que las naciones dan pasos más atrevidos hacia la conservación efectiva de los océanos.

Mientras que en los continentes estamos cercanos a alcanzar la protección del 10% del territorio a nivel global, como se propuso la Convención sobre la Diversidad Biológica, el territorio marino protegido apenas supera el 1%.

 

Arrecife de Coral en Cuba. Foto: Ángel Fernández Medina.

Hace dos meses, el ministro de Medio Ambiente de Australia, Tony Burke, anunció la creación de una red nacional de parques marinos, incluyendo una gran área protegida en el Mar de Coral, que alcanza 3 millones de kilómetros cuadrados ocupando un tercio de la extensión en su zona económica exclusiva, que es la tercera mayor del mundo. Esta superficie protegida en Australia es mayor que el conjunto de todas las áreas marinas protegidas en el resto de los océanos.

En España la red de áreas marinas protegidas sigue siendo muy pequeña, con áreas protegidas demasiado pequeñas para ser efectivas y con un nivel de protección efectiva cuestionable en muchas de ellas (de ello hablaré en mi próximo post).

Nuestra flota pesquera tampoco se ha comportado tradicionalmente de forma modélica, ni en nuestras propias costas ni en caladeros lejanos, como los de Namibia, el Sáhara o Canadá, que hemos contribuido a esquilmar. Nuestra flota sigue faenando en regiones cada vez más lejanas, en el Índico, el Pacífico y la Patagonia.

Una tras otras las grandes almadrabas que llevaban en operación siglos a lo largo de nuestra costa mediterránea han ido cerrando a lo largo del siglo XX por falta de atunes, quedando tan solo unas pocas en funcionamiento.

El reto de conseguir el uso sostenible de los océanos y la conservación efectiva de sus recursos vivos y la calidad de sus aguas es inmenso, como el océano.

Lo que nos va en ello es, nada más ni nada menos, que el futuro de la humanidad.

"Un Océano Saludable para nuestra Prosperidad": ¿Seremos tan necios como para no darnos cuenta de que no se trata tan sólo de un lema?

Referencias

Science. 162: 1243-8, 1969. Hardin, Garret. The Tragedy of the Commons.

Nota: Este texto ha sido modificado desde su publicación para corregir una afirmación sobre la Declaración de Truman y su relación con la guerra entre Japón y Estados Unidos en la II Guerra Mundial.