Un placer elevado: los Ensayos de Samuel Johnson

Un placer elevado: los Ensayos de Samuel Johnson

Su impronta se dejó ver en todo lo que escribió, y lo que escribió aún nos resulta útil si nuestro objetivo es tanto mejorarnos como disfrutar de la lectura.

Samuel Johnson.Wikipedia

Si leer la monumental biografía que el escocés James Boswell escribió y publicó en 1791 sobre Samuel Johnson nos acerca experiencial y anecdóticamente a la figura del crítico literario y lexicógrafo más perenne, quizá, de la historia (sea solo esa “mayor perennidad” porque su incisiva presencia no nos ha abandonado desde que muriera en diciembre de 1784), leer los textos antologados en el libro Ensayos literarios: Shakespeare, Vidas de poetas y The Rambler, editado por Galaxia Gutenberg, supone una vía sustancial para iniciarse sobre el terreno, sin los agradables filtros narrativos de devotos intermediarios, en las agudezas y destrezas críticas, oscuras y seductoras siempre, del doctor Johnson. Como todo auténtico hombre de letras, su impronta se dejó ver en todo lo que escribió, y lo que escribió aún nos resulta útil si nuestro objetivo es tanto mejorarnos como disfrutar de la lectura.

Las virtudes de esta antología hablan por sí mismas y nadie saldrá de ella con las manos vacías. Sin embargo, con todo y en ciertos momentos, nos podemos encontrar con fragmentos un tanto desatendidos, dejándose ver, incluso, curiosas evoluciones: en una de las muchas y necesarias notas al pie se nos presenta a William Mason como poeta y editor, para apenas dos páginas después advertirnos, en otra nota que habría de ser ya innecesaria, que William Mason, el mismo William Mason, sigue siendo poeta pero por algún motivo ya no editor: en esta ocasión se ha convertido en un “trazador de jardines”. Si llegó a adquirir mayor destreza en el paisajismo que en la edición durante el transcurso de un par de páginas lo desconozco, tan solo lamento, ante la falta de más notas, no saber qué fue lo que se cultivó en dichos jardines o si sus destrezas en otras disciplinas se ampliaron.

Lo cierto es que las imperfecciones, aunque molestas para los lectores que se sumerjan más profunda y prolongadamente en los textos, no desmerecen el esfuerzo de editor y traductores a la hora de volcar el nunca fácil estilo y sentido de la escritura de Johnson: embarcarse en el esfuerzo de acercar su trabajo a los lectores contemporáneos es una tarea tan bienvenida como cargada de un mundano heroísmo. Porque, ¿qué puede interesarle a ese lector contemporáneo en español la biografía de Abraham Cowley? ¿Sus ensayos pueden excitar y retener la atención cuando aborda temas aparentemente tan desconectados y dispares, quizá obsoletos? Al igual que Bloom, estoy convencido de que la obra de Johnson resulta provechosa si se la lee siempre como una fuente de sabiduría, una sabiduría que a la postre es tan seductora como sombría: no en vano en su libro ¿Dónde se encuentra la sabiduría? (Taurus, 2005) el estadounidense incluye al inglés como una de estas fuentes de conocimiento sapiencial, junto a Cervantes, Goethe o la Biblia.

Su impronta se dejó ver en todo lo que escribió, y lo que escribió aún nos resulta útil si nuestro objetivo es tanto mejorarnos como disfrutar de la lectura.

La primera parte del libro está dedicada a Shakespeare por completo, y de ella, tal y como podemos concretar citando al propio Johnson, saldremos tras su lectura con una mejor compresión del autor y su obra, que es el objetivo de toda tarea crítica e instructiva. Lo mismo sucede con las Vidas de poetas, que forman la segunda parte de esta edición, biografías en las que los accidentes y acontecimientos vitales de cada escritor se entreveran con los comentarios críticos que Johnson realiza sobre sus hábitos, trabajos y pensamientos: a ratos

levemente tediosas, no hay página que no tenga una muestra de ingenio. La tercera y última parte, consagrada a una selección de sus ensayos publicados en distintos periódicos de la época (The Rambler, The Adventurer y The Idler), estila una abigarrada aura de serenidad doméstica, pues los textos son más dispersos en sus temas y amplios en sus divagaciones, como una conversación casera entre conocidos.

Existen autores que, aun no siendo literatos, siempre he leído como altísimas conquistas de calidad estética, literaria y sapiencial. Entre ellos, junto a Tácito y Hume, hace tiempo que coloqué también a Samuel Johnson, porque la plenitud del lenguaje no solo hace poetas, sino también grandes espíritus a los que siempre merecerá la pena leer por sus valiosas y atemporales enseñanzas. Así, parafraseando al propio Johnson, aquellos que al leerlo no queden convencidos con sus razones, al menos encontrarán placer en su ingenio. Un placer elevado.