Una fórmula contra el virus

Una fórmula contra el virus

Los retos a los que se enfrenta el ser humano y el planeta que habita son constantes, y requieren de anticipación, constancia, conocimiento y esfuerzo.

Guillermo Orts-Gil

Cuando hace un par de años entré en aquel museo azul de Barcelona, no sabía que aquella foto sería hoy más actual que nunca: un virus enorme se levanta ante nosotros, haciéndonos sufrir hasta casi gritar. Pero gritar no es lo que nos va a salvar de ésta, y de futuras crisis. Necesitaremos mucho más que eso.

Y es que, según los expertos, la actual crisis sanitaria producida por el salto del coronavirus SARS-CoV-2 a humanos solo se resolverá combinando una batería importante de medidas, incluyendo el distanciamiento físico, la detección precoz, o el desarrollo de herramientas eficaces como fármacos y vacunas. La cuestión, sin embargo, es la siguiente: aparte de médicos que las evalúen, empresas que las produzcan y voluntarios que se ofrezcan a probarlas, ¿quiénes serán los artífices de encontrar dicha vacuna, o medicamentos que frenen a este virus y a aquellos que están por llegar? Muchos de ustedes conocerán la respuesta: serán la ciencia y sus actores principales, los científicos, quienes acabarán contribuyendo, una vez más, a hallar soluciones duraderas a esta crisis.

Y es que en época de crisis, disponemos de dos fórmulas contrapuestas para afrontar los retos sanitarios, financieros o de cualquier índole: una que confía y apoya a los que nos han ayudado a llegar hasta aquí, como los científicos y la ciencia, y otra que se olvida pronto de ellos para dar prioridad a otros intereses y que nos acaba arrastrando, más pronto que tarde, a la siguiente crisis.

Afortunadamente, según recientes encuestas en Reino Unido y Alemania, los ciudadanos somos conscientes, ahora más que nunca, de esto mismo: la importancia de la ciencia. Esta reacción de renovación de la confianza en la ciencia parece bastante lógica, puesto que a pocos de nosotros se nos escapará el hecho de que las vacunas, antibióticos u otros progresos científicos nos han ayudado a alargar nuestra esperanza y calidad de vida. En nuestro país, y según algunas encuestas anteriores y posteriores al inicio de la primera oleada de coronavirus, también en España somos muchos lo que apostamos por invertir más en salud e investigación.

Disponemos de dos fórmulas contrapuestas para afrontar los retos sanitarios y financieros que se avecinan.

La tentación, sin embargo, sería pensar que debemos recurrir a esos científicos e investigadores solamente cuando se presentan los problemas de manera urgente. En otras palabras, que mientras no exista un virus o pandemia vigente, cabrían prioridades infinitamente mayores que la ciencia. Pero esa percepción, aunque nos haya seducido ya en el pasado, no es más un espejismo: los retos a los que se enfrenta el ser humano y el planeta que habita son constantes, y requieren de anticipación, constancia, conocimiento y esfuerzo. En resumen, necesitamos la ciencia, así como toda nuestra capacidad de encontrar soluciones basadas en el conocimiento que ésta nos brinda.

Pese a la tentación mencionada, muchos países hace tiempo que no solamente son conscientes de la importancia de seguir investigando sino que, además, aplican de forma coherente incrementos sustanciales en sus presupuestos. para I+D+i, así como otras medidas que favorezcan sociedades sostenibles basadas en el conocimiento. Y, de nuevo, no me refiero solamente a crisis generadas por un virus. Permítanme nombrarles un ejemplo: durante la última gran crisis financiera, muchos de los países de nuestro entorno no solo no recortaron sus presupuestos en I+D+i, sino que los incrementaron de forma sustancial.

Así pues, llegamos a la cuestión central que yo quería plantearles hoy. En época de crisis, disponemos de dos fórmulas para afrontar los retos sanitarios, financieros o de cualquier índole: aquella que confía y apoya a los que nos han ayudado a llegar hasta aquí, como los científicos y la ciencia, y otra que se olvida pronto de ellos para dar prioridad a otros intereses y que nos acaba arrastrando, más pronto que tarde, a la siguiente crisis.

Los retos a los que se enfrenta el ser humano y el planeta que habita son constantes, y requieren de anticipación, constancia, conocimiento y esfuerzo.

Algunos de ustedes ya sabrán que de pequeño no se me daban demasiado bien las matemáticas, pero que acabé estudiando ciencias y hablando de fórmulas. Por eso mismo, sé que no hay una única crisis, ni una única fórmula que la solucione pero que, sin la ciencia, seguiremos gritando ante este virus.

Por eso, cuando termine este confinamiento y recuperemos cierta normalidad, me he propuesto volver a ese museo azul de Barcelona con mi hijo. Quiero volver a estar ante ese virus, gritarle otra vez bien fuerte, y decirle a Pol que eso está bien, que hay que perder el miedo. Pero también quiero explicarle que gritar no será suficiente, que necesitamos buenas fórmulas para los problemas de este mundo. Fórmula que desconozco, pero que se deberían escribir con la palabra ciencia.