Una 'matanza estadounidense' es el legado de Trump

Una 'matanza estadounidense' es el legado de Trump

Supremacismo blanco, negacionismo pandémico y, como colofón, el asedio al Capitolio: la presidencia de Trump ha sido tan oscura como su discurso de investidura.

TrumpJACQUELYN MARTIN/ASSOCIATED PRESS

El discurso de investidura del presidente estadounidense Donald Trump en 2017 fue siniestro.

Menuda mierda más extraña”, se cuenta que opinó el expresidente George W. Bush.

Trump retrató unos Estados Unidos invadidos por inmigrantes sin documentación, con unas ciudades de interior arrasadas por la pobreza, con unas fábricas obsoletas “como lápidas por todo el país” y una sociedad asolada por “el crimen, las bandas y las drogas”.

Su intención era recuperar Estados Unidos y devolverle su grandeza.

“Esta matanza estadounidense termina aquí y ahora”, prometió.

Sin embargo, los cuatro años que ha estado al frente del país han sido tan violentos y oscuros como su discurso inaugural. Ha sido una época de gran dolor y sufrimiento, sobre todo para las minorías y para las personas de color, demonizadas siempre por su presidente.

“La matanza estadounidense es su verdadero legado. No ha luchado contra ella”, corrige Heidi Beirich, cofundadora del Global Project Against Hate and Extremism (proyecto global contra el odio y el extremismo).

Trump terminó su presidencia llevando la matanza al Capitolio, el mismo lugar desde el que prometió luchar contra ella el 20 de enero de 2017.

El pasado 6 de enero, en la manifestación convocada para “detener el robo” (es decir, el resultado de unas elecciones democráticas), Trump incitó a sus seguidores a marchar al Capitolio, asegurándoles que jamás recuperarían su país si se mostraban débiles.

Y ellos le hicieron caso. Treparon muros, rompieron ventanas y atacaron a los agentes de policía que vigilaban el edificio para entrar en nombre de su presidente.

No eran simplemente manifestantes indignados dejándose llevar por el momento. Muchos de ellos tenían planeado “capturar y asesinar a varios cargos electos”, según se ha descubierto en las investigaciones oficiales. Y sus objetivos principales eran los políticos a los que Trump había criticado y acusado recientemente, incluido su propio vicepresidente, Mike Pence. Trump estaba furioso porque este iba a cumplir con su deber de certificar la victoria electoral de Joe Biden y les dijo a sus seguidores que le forzaran a “hacer lo correcto”; esto es, anular la victoria legítima de Biden y mantenerle a él en el poder como presidente no elegido.

Ha sido una época de gran dolor y sufrimiento, sobre todo para las minorías y para las personas de color, demonizadas siempre por su presidente

La matanza que provocó acabó con cinco fallecidos y decenas de heridos.

“Siempre ha telegrafiado lo que pensaba y lo que planeaba hacer, y ese lenguaje bélico demuestra lo que tenía planeado para nosotros”, comenta Carol Anderson, presidenta de Estudios Afroamericanos en la Universidad Emory.

“Lo que hemos visto es a un hombre al que le atrae la violencia. Le atrae el sufrimiento y le atrae el derramamiento de sangre”, añade.

Trump lleva desde el primer día de su campaña de 2016 incitando a la violencia, cuando afirmó que los inmigrantes mexicanos eran violadores que solo traían sus drogas y su delincuencia.

Durante sus mítines, no dejaba de animar a sus seguidores a perseguir a estos “violadores”. En una ocasión, dijo: “Si alguna vez veis que alguien me quiere tirar un tomate, dadle una buena paliza, ¿vale? Lo digo en serio. Una buena paliza”. Ese mismo año, aplaudió a uno de sus seguidores por pegarle un puñetazo a un manifestante negro: “Necesitamos más acciones como esa”.

Periodistas, personas de color y políticos demócratas son algunos de sus objetivos favoritos hacia los que dirigir sus discursos de violencia.

  La diputada demócrata Ilhan Omar ha sido una diana constante para los ataques de Donald Trump.MANUEL BALCE CENETA FILE/ASSOCIATED PRESS

“No me preocupo por mí, sino por las consecuencias que pueda acarrear esa retórica violenta en nuestra frágil república”, advirtió recientemente la diputada demócrata Ilhan Omar, una de las dos primeras diputadas musulmanas del Congreso, a la que Trump a menudo ha retratado como una persona antisemita y antiestadounidense.

El legado de su odio perdurará décadas”, añade, “y ahora depende de todos nosotros que su ideología no vuelva a llegar al poder en nuestra república.

Uno de los momentos más chocantes de la presidencia de Trump sigue siendo su discurso tras los disturbios de 2017 en Charlottesville, que empezó cuando un supremacista blanco atropelló con su coche a una multitud de contramanifestantes, matando en el proceso a una mujer, Heather Heyer. 

“Hay personas maravillosas en ambos bandos”, aseguró Trump, dando alas así a los supremacistas.

“Esta administración ha prescindido de sutilezas y lanza sus mensajes directamente con megáfono, y cuando haces eso, ya no hay vuelta atrás”, lamentaba Lisa Woolfork, una de las organizadoras de la contramanifestación antirracista.

“Ha empoderado a las voces más violentas de la derecha radical. Les ha dado legitimidad. Les ha dado poder”, añade Beirich, reflexionando sobre el discurso inaugural de Trump. “Y aquí estamos, cuatro años después, con una coalición de supremacistas blancos colaborando con milicias y con QAnon. Recordad: QAnon no existía hace cuatro años. Es una creación de la era de Trump, gracias en parte a las redes sociales. Y Trump ha erigido una coalición que desatará sobre nosotros más matanzas como la que vivimos el el Capitolio”.

Los seguidores de QAnon creen en la conspiración extravagante y sin fundamento de que Trump está luchando contra un estado profundo adorador de Satán, compuesto sobre todo por estrellas de Hollywood y políticos demócratas, que fomenta el tráfico de menores. Dos seguidores de QAnon están ahora en el Congreso, y sus bases se hicieron notar en el asalto al Capitolio.

Detener la masacre también fue parte del mensaje de Trump en su segunda campaña presidencial. Su campaña criminalizó las protestas de Black Lives Matter y el eslogan de defund the police (desfinanciemos a la Policía), argumentando que votar a Biden era votar por el estado sin ley y el “gobierno de la turba”.

“Yo no tengo ninguna duda, y estoy seguro de que vosotros tampoco. Cuando Donald Trump sea reelegido, el daño terminará”, dijo el entonces abogado personal de Donald Trump, Rudy Giuliani, en la Convención Nacional Republicana de 2020.

El problema es que Trump ya había prometido en 2016 que la violencia terminaría si lo elegían presidente.

“Tengo un mensaje para todos vosotros: el crimen y la violencia que afligen a nuestro país pronto llegarán a su fin. A partir del 20 de enero de 2017, se restaurará la seguridad”, aseguró Trump en la convención de 2016.

Sin embargo, todo aquello de lo que se quejaba Trump ha seguido pasando bajo su mandato. La masacre no terminó.

Hemos visto a un hombre al que le atrae la violencia. Le atrae el sufrimiento y le atrae el derramamiento de sangre
Carol Anderson, presidenta de Estudios Afroamericanos en la Universidad Emory

El crimen ni siquiera estaba entre las preocupaciones principales de los estadounidenses en estas elecciones. El coronavirus dominaba los titulares, así como la masacre económica y sanitaria que trajo consigo. Trump se empeñó en negar la pandemia o quitarle hierro diciendo que desaparecería con el calor, con inyecciones de lejía o bebiendo productos de limpieza.

Casi un año después, la pandemia sigue muy activa y Trump ha dejado de prestarle atención en sus últimas semanas en el cargo.

“Este régimen no trae felicidad. Trae rabia. Trae violencia”, comenta Anderson. “Si pensamos en las elecciones de 2020, nos damos cuenta de que lo que quería mucha gente era recuperar la felicidad. Entre el coronavirus, la separación de niños y padres en la frontera, el asesinato de un hombre negro a manos de un policía y Trump incitando a la violencia...”.

Trump no asistirá a la toma de posesión de Biden. Tiene planeado utilizar sus privilegios presidenciales hasta el último momento y viajar a Florida en el Air Force One, el avión presidencial, una hora antes de su fin de mandato. Trump publicó un comunicado que reza: “NO quiero violencia, NO quiero que nadie se salte la ley y NO quiero vandalismo de ninguna clase”, en unos días claves en los que los seguidores de Trump se preparan para manifestarse (o peor) en los 50 estados del país. Hasta el momento, Trump no ha mostrado ningún arrepentimiento por su papel en el asalto al Capitolio el 6 de enero.

No obstante, el legado de su violencia seguirá haciéndose notar. Washingtonha tenido que cerrar, blindarse y restringir el tránsito en amplias zonas del distrito para prevenir otra insurrección durante la semana inaugural. Y el alcalde demócrata Muriel Bowser ha comentado que la ciudad quizás nunca vuelva a la normalidad.

Pero la violencia de Trump no acaba ahí. En sus últimas semanas, ha presionado a quien ha hecho falta para pegar un acelerón sin precedentes en el ritmo de ejecuciones antes de que Biden tome posesión del cargo y trate de prohibir la pena de muerte.

Según informa The Associated Press, bajo el mandato de Trump se han llevado a cabo más ejecuciones que con ningún otro presidente estadounidense en los últimos 120 años.

“Esa masacre estadounidense nos ha herido gravemente. A nosotros, a nuestras instituciones, a nuestra forma de vernos, a nuestros valores, a nuestras familias, a la economía...”, concluye Anderson.

Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.