¿Vamos a ver ‘Ghost’ o 'Flashdance’?

¿Vamos a ver ‘Ghost’ o 'Flashdance’?

Hay que preguntarse para qué se hacen este tipo de traslaciones de las películas al teatro.

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Coinciden en la cartelera madrileña los musicales Ghost en el Teatro edp Gran Vía y Flashdance en el Teatro Nuevo Apolo que comparten varias características. La primera, su procedencia. Dos películas que triunfaron en su momento, en los 80 y los 90  del siglo pasado, y que han mantenido su popularidad a lo largo del tiempo. La segunda, que se trata de comedias musicales románticas. La tercera, que las películas originales tienen una o dos escenas que todo el mundo desea ver en vivo y en directo. Escenas que se asocian a canciones que las mismas películas ayudaron a convertir o afianzar como standards.

Ghost contaba una historia en la que una joven pareja ve truncada su vida en común porque, en un atraco a mano armada, matan al chico de la misma nada más empezar. El cuerpo de él muere, pero su espíritu se queda en la Tierra para proteger a la chica que no es capaz de olvidarle. 

Flashdance es la típica historia de amor romántico a la que lo social y lo político ponen dificultades. En este caso las diferencias de clase y de status. Pues él es el dueño de la fábrica metalúrgica en la que ella trabaja, rodeada de hombres. Un trabajo alimenticio que alterna con el de bailarina en un garito de mala muerte al que van sus compañeros a divertirse.

Vistas las historias ¿qué ofrece cada uno de estos musicales? Ghost, ofrece una obra arrítmica en la que todo se cuenta pero nada sucede, es decir, se siente y padece. En la que la música está a un volumen tal que se tiene dificultades para apreciarla y, a veces, los actores para cantarla. Volumen que no parece importunar a los espectadores. A la que se añade una coreografía algo pobre, aunque suficiente. Pero que a cambio presenta efectos visuales que provocan una repuesta tipo “¡oh, guau!” en el público, como la escena del tren. Y un elenco protagonista que resultará atractivo a chicos, chicas y viceversa.

Flashdance también tiene un elenco protagonista atractivo y una gran diversidad en sus secundarios al que añade un acercamiento más teatral y musical. Se nota, sobre todo, en la construcción de personajes y escenas. Y en como está trabajada la música, las voces de los cantantes de la obra y las coreografías. Aunque estas últimas a veces parecen reiterar movimientos, recurrir a tópicos, y amanerarlos. Se trata de un trabajo de presencia en escena, tal vez porque ante la ausencia de situaciones que permitan los efectos visuales de “¡oh, guau!” tienen que jugar más y mejor las otras bazas de un musical. En esto  J. C. Storm, como productor local y director de escena, y Guillermo González, como director musical, se lo han currado como cuentan en Vorágine TV.

Es de suponer, que lo anterior importará poco o nada a los fans de uno u otro film. El fan(atismo) no atiende a razones. A estos les interesará si están las escenas icónicas y sí le sirven suficiente dosis de la película para alcanzar el climax en dichas escenas. En el caso de Ghost la del modelado a dúo de la vasija de barro y en el caso de Flashdance la de la ducha y la audición de baile.

Estar, están. No podrían haberse estrenado sin ellas, pero es cierto que producen cierta extrañeza. Más que nada porque en el cine hay distintos encuadres, hay montaje, la canción que las acompaña, siempre suena igual ya que se trata de una reproducción mecánica de la versión canónica. Algo que no se puede reproducir en el teatro, y en ambos casos se han limitado simplemente a subirlas al escenario.

Así, estas escenas tan esperadas, se ven y se viven de forma distinta a la que se haría en el cine. Momentos esperados que se diluyen en el conjunto por no tener la intensidad que dan el primer plano de unas manos entrelazadas o dos cuerpos juntos y sentados alrededor de un torno, en el caso de Ghost. O de los planos, el punto de vista de la cámara y el montaje de la escena de la ducha y de la audición en el caso de Flashdance.

Hay que preguntarse para qué se hacen este tipo de traslaciones de las películas al teatro.

Entonces, hay que preguntarse para qué se hacen este tipo de traslaciones de las películas al teatro, cuando se tiene el original a un clic en el cuarto de estar o en el móvil. Para qué, además, se les pone más música de la que ya tienen hasta convertirlos en musical. Sobre todo cuando se recurre a música que no se escribió originalmente para dicha película y se usan canciones que ya son archiconocidas. Cuáles son la necesidades que cubren tanto en los equipos artísticos, que los casos de los que se ha hablado parece muy comprometidos con lo que hacen, como en los espectadores. Cuál es la necesidad de alargar los metrajes.

Quizás, en un mundo en el que lo virtual, lo digital y las pantallas, van aislando al personal en casa y ofreciendo por toda relación un saludo de compromiso cuando se compra en un supermercado o un contacto sexual rápido con un cuerpo elegido en una aplicación, se necesiten otro tipo de historias. Pequeños cuentos con finales emocionalmente felices y/o confortables, contados al calor de los focos.

Sentarse con otros para ver una historia con la que se desarrolló un vínculo emocional. Otros que respiran, transpiran y tosen al lado o en el escenario. Que hacen sonar el papel de celofán que envuelve el caramelo. Que se reirán, callarán y aplaudirán en los mismos momentos. Sentirse gracias a todo eso parte de una comunidad. Formar parte del común de los mortales. Diluirse en un público masivo que se entretiene, baila, canta y/o aplaude junto en la butaca con lo que pasa en escena, mientras la vida sigue pasando. What a feeling!