Willy Rubio, un buen segundo
.Los Waldos

Participó del boom del rock and roll en Argentina y en España, pero después de trabajar con artistas de la talla de Waldo de los Ríos, Alberto Cortez, Raphael o Karina, Willy Rubio (Santa Fe, Argentina,1940) abandonó la música y se dedicó a la televisión. Una decisión de la que medio siglo después no se arrepiente.

No es fácil encontrar imágenes de sus actuaciones en los años 60. Tampoco resulta sencillo arrancarle una entrevista. Alberto Roque Rubio, o Willy Rubio, se ha movido siempre en un discreto segundo plano. “Es lo que mejor sé hacer: ser un buen segundo. Lo fui de Alberto Cortez, de Waldo de los Ríos, de Sandra Le Brocq, de Fernando Navarrete, de José Miguel Azpiroz…”.

Llegó a la música porque un hermano de su madre, algo mayor que él, quiso ser batería y le contagió el entusiasmo. A los seis años, empezó a tocar el acordeón; con trece, dirigía una orquestina que amenizaba los bailes de su ciudad, Esperanza, y de algunos pueblos de los alrededores. A los catorce, inició los estudios de piano. Con dieciséis, descubrió el rock.

“Formamos un grupo en 1956 y ganamos un concurso en Radio LT10 de Paraná, la capital de la provincia de Entre Ríos, vecina a Santa Fe. Éramos Los American Swing`s. Suena rimbombante, ¿verdad? La estrella en ese momento era Bill Halley con el Rock around the clock. Era la época dorada del rock, con Presley, Halley y alguno local. Nosotros hacíamos El Rock de la cárcel, mi tema favorito de Elvis”.

En Buenos Aires trabajó con muchos artistas, la mayoría desconocidos, e incluso hizo una gira de unos meses por Brasil en lo que se conoce como el pre-carnaval” en los años 1959 y 60.

Ni Madrid era la ciudad luminosa que había imaginado y ni la Gran Vía una calle alegre y bulliciosa.

“El ambiente musical en esos años en Buenos Aires era verdaderamente apasionante. Había orquestas en todos lados, confiterías bailables por la tarde y cabaret por la noche. No faltaba trabajo. Por aquella época, Coccinelle me quiso traer a Europa de pianista, pero no acepté. Ella había rodado en Argentina Los viciosos y se presentaba en Tabarís, el cabaret más importante de la ciudad. Allí conoció a quién fuera su pareja un tiempo, al bailarín Mario Heims, con el que yo había trabajado. Total, me invitaron a cenar un par de veces y ahí quedó la cosa. Luego, Mario se fue a París con ella”.

En la capital argentina, Willy se aloja en la misma pensión que José Alberto García Gallo, un estudiante de derecho que intenta abrirse camino en la música con el nombre de Alberto Cortez y que en el 61 se vino a Europa.

“No vivía mal en la capital, pero nunca me gustó el carácter porteño, la prepotencia, el desprecio hacia la provincia, la competencia salvaje, se creen el centro del mundo. Eso hizo que decidiera venir a Europa. Un amigo de los muchos que hice allí se había instalado en España y me convenció de que me marchara. Volar era de ricos entonces. Vendí el acordeón, el saxofón, que también llegué a tocar… mal, y otras cosas que no recuerdo. En el mes de septiembre de 1963 me trajo a estas tierras el Salta, un barco de guerra americano, acondicionado para pasaje bastante lamentable. Tanto, que en la travesía siguiente los pasajeros hicieron una huelga de hambre”.

Tras desembarcar en Lisboa, el paisaje y el ambiente que encontró en al llegar a Chamartín a bordo del Lusitania Expreso en octubre de 1963 le decepcionó. Ni Madrid era la ciudad luminosa que había imaginado y ni la Gran Vía una calle alegre y bulliciosa.

“Era un día con lluvia fina, todo era gris, la gente usaba abrigos largos y oscuros, arrastraban los pies al andar lentamente, predominaba el calzado Segarra, todo era muy triste. En mi retina estaban los días de Río de Janeiro con mulatas por Copacabana, todo tan colorido y lleno de gente. La vida aquí no era ni mucho menos fácil. Los músicos de la época se reunían en un bar de los soportales de la Plaza Mayor a la espera de algún trabajo, siempre vigilados por los polis de turno. Para que éstos no nos entendieran, practicábamos un lenguaje al que llamaban ”yoegue″ y que consistía en invertir las sílabas añadiendo un “s” a la primera. Por ejemplo Mi Jaca se cantaría más o menos así: “Mi casja, lasgopa y torsca el timsvo dunsco saspa por tuerspo masquinito de resjes …”. No tenía dinero para regresar. De haberlo tenido, seguramente me habría vuelto a Río”.

Waldo de los Ríos, sin pensárselo mucho, lo incorpora a un grupo que acaba de formar, Los Waldos.

Pese a las dificultades, Willy Rubio no tarda en enrolarse en grupos como el que lidera Ferdy el Loco o Juan de Aísa y la cantante griega Titika. Las giras le permiten acudir a la boda de Alberto Cortez, convertido ya en Mr. Sucu-Sucu, y Renata Govaerts, Pocos meses después, ya en Madrid, su antiguo compañero de pensión le presenta a otro compatriota que ha empezado a trabajar para la discográfica Hispavox: Waldo de los Ríos, quien sin pensárselo mucho, lo incorpora a un grupo que acaba de formar, Los Waldos.

“Acompañamos a casi todas las estrellas de Hispavox, desde Raphael a Karina, Los HH, el propio Cortez, muchos. El de Hispavox era el estudio de grabación sonora más grande de España y uno de los mayores de Europa.  Rafael Trabucchelli acababa de coger el mando cedido por Enrique Martía Garea, que se había marchado a Columbia. En el 66 actuamos, bajo ladirección de Waldo, en el primer recital, luego lo llamaron concierto, de un cantante popular en el Teatro de la Zarzuela. Después, vinieron muchos pero el primero fue Raphael. Apenas acabado el recital, comenzamos una gira con ‘El Niño’ por España y Portugal”.

Ese verano, Los Waldos habían sido la orquesta titular del mítico hotel Pez Espada de Torremolinos, donde compartieron, además, escenario con una jovencísima Rocío Jurado. Durante varias semanas, Tommy Carbia, César Gentili, Cacho Stella, Willy y Waldo, viajaron, hicieron turismo, se divirtieron y publicaron un disco con versiones de los éxitos del momento.

“Yo tocaba el vibráfono, la celesta, percusión y me encargaba efectos especiales. Habiendo dos pianistas, como Waldo y César Gentili, no osaba acercarme demasiado al electone ni a los teclados. Waldo y César se tenían muchos celos. La relación ente ellos echaba chispas pero en general éramos eso, un grupo de buenos amigos. ¿Mi tema favorito de Los Waldos? Todos. Estaba enamorado de toda la producción. Zamba en Nueva York es preciosa y algunos de los temas que grabamos en Buenos Aires que salieron allí pero no en España. Como Bach en chacarera o Fuera de ritmo”.

A finales de 1966, Waldo y su banda se embarcan rumbo a Argentina con la promesa del presidente Onganía de que el Gobierno financiaría una gira de los Waldos por todo el mundo durante dos años. El general no cumplió y tras cuatro meses de espera regresaron a Madrid. Poco después el grupo se disolvió. Stella se estableció en Buenos Aires, Tommy se quedó con el nombre “e hizo lo que pudo”, los arreglos de César compitieron con los de Waldo, que se convirtió en un ídolo mundial gracias al Himno a la alegría. Para entonces, Willy trabajaba en TVE, donde desarrolló una larguísima carrera reconocida por la Academia de Televisión.

“No me arrepiento de haber dejado la música. La verdad que no, siempre fui un entusiasta del trabajo y lo he pasado bien en casi todo lo que he hecho. No, no es fácil ser un buen segundo”.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).