Nostalgia de Luppi

Nostalgia de Luppi

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Nunca olvidaré la frase que me dijo Federico Luppi la primera vez que nos vimos: "Así que la memoria te trajo acá". Fue en Rosario, Argentina, en el año 2010. Él bajaba lentamente las escaleras del escenario en el que acababa de terminar su función y yo esperaba abajo, impaciente por conocerle. Me encontraba allí para realizar una serie de entrevistas que darían sentido a la tesina que estaba escribiendo sobre la construcción de la memoria histórica en aquel país con 30.000 desaparecidos. Luppi fue uno de los primeros actores marcados en las listas negras que elaboró la Alianza Anticomunista Argentina (la Triple A) y después la dictadura de Videla avanzados los años 70, época en la que tuvo que soportar continuas amenazas de muerte que incluso llegaron a colarse por la puerta de su departamento. Pese a todo decidió quedarse.

Con la amabilidad y la galantería que siempre le han caracterizado, me invitó al día siguiente de dicho encuentro a su casa de Buenos Aires para conversar y que así yo pudiera tomar las notas necesarias para mi investigación. Pero sobre todo, para contribuir con su denuncia constante a la sensibilización social del Nunca Más, en un momento histórico en el que Argentina se convertía en adalid de la justicia con juicios a lo largo y ancho del país y condenas a cientos de genocidas implicados en aquel régimen atroz. Muchos compañeros suyos no corrieron su misma suerte y fueron torturados y posteriormente lanzados desde los vuelos de la muerte al Río de la Plata.

Imposible salir indiferente de aquel emotivo encuentro. Su vehemencia, su pasión y su inquebrantable compromiso político fascinaron a una joven que trataba de empaparse de su contagiosa empatía por un mundo más digno y más justo. Siempre fue fiel a sus principios y a su lucha por los Derechos Humanos, desde donde resistió culturalmente durante años.

Luppi era capaz no solo de conseguir magníficas interpretaciones en cada uno de sus trabajos, sino de algo más: remover conciencias como pocos.

Y resistió a través de películas de las que él se sentía especialmente orgulloso, como Tiempo de revancha o Un lugar en el mundo -ambas de Adolfo Aristarain- que constituyeron el punto de partida de muchas otras que vendrían después. También lo hizo a través del teatro. En una de las últimas obras que interpretó, El Reportaje, se atrevió a encarnar a un militar que participó en el incendio del Teatro Picadero de Buenos Aires en los años 80. Fue ahí, en ese teatro, donde se articuló una fuerte respuesta artística a la brutal represión del momento. Luppi era capaz no solo de conseguir magníficas interpretaciones en cada uno de sus trabajos, sino de algo más: remover conciencias como pocos.

En España conservaba buenos amigos. Llegó en 1999 para grabar una película con Héctor Alterio y decidió quedarse un tiempo, huyendo de las políticas liberales que gobernaban Argentina, antesala del estallido del corralito y la debacle económica. Pero quiso volver. "En Madrid sentí nostalgia, los ramalazos de la melancolía son traidores y fustigantes. No hay cosa más chantajista que la nostalgia, esa maldita enfermedad", me dijo una vez. Así que iba y venía, a caballo entre las dos ciudades. En los últimos años se sentía profundamente decepcionado con la llegada de Macri al poder y los casos de corrupción crecientes en nuestro país. Situaciones que le afectaban enormemente a su estado anímico.

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Según escribo estas palabras todavía no puedo creer que Fede ya no esté con nosotros. Un referente artístico, humano e intelectual que tuve la suerte de tener cerca en todo un gesto de generosidad por su parte. Todavía no puedo creer que pocas horas después de la llamada que mantuve con su compañera, Susana Hornos, se desencadenara el triste desenlace que no pensábamos tan inminente. Ella estaba a su lado, como lo estuvo en todo momento, cuidándole con el mismo amor incondicional que ambos compartían.

En mi casa cuelga el póster de la película Martín (Hache), que tanto me ha marcado, y del que me siento especialmente orgullosa de conservar. No solo porque esté dedicado por sus dos principales actores: Federico Luppi y Juan Diego Botto, sino porque está dedicado por dos grandes amigos con los que he soñado proyectos y compartido cariño. "Esto sí que es una reliquia", recuerdo que le comenté a Fede mientras él me devolvía una sonrisa cómplice. Cómo imaginar que iba a ser la última. Agradecida siempre a la vida por habernos encontrado y a ti, maestro, por haberme dejado un huequito privilegiado desde el que crecer a tu lado. Mi país son amigos como vos. Y eso sí se extraña.

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