Artesanos del veneno plateado

Artesanos del veneno plateado

Así, mientras se define el destino de sus hijos, los jóvenes padres caminan a zancadas hacia una muerte prematura. En tanto, los habitantes de la Sierra Gorda no saben qué contiene el agua que beben ni el aire que respiran. En mayor o menor medida, quizás todos estemos envenenándonos lentamente.

Roberto Pedraza

Rafael Aguillón Melchor está tumbado en el suelo con las manos manchadas de negro y aspecto cansado. A su lado, su hermano Marín luce exactamente igual. Ambos acaban de ascender cuatro kilómetros desde la boca de la mina de mercurio en la que trabajan hasta la comunidad de Cuatro Palos, donde viven. Todavía deben caminar unas decenas de metros para llegar a sus casas, pero la subida es dura y al llegar a la cumbre primero toman un descanso.

Ante estos hermanos se despliega un paisaje digno de los mejores decorados. Desde su posición, a 2,700 metros de altura, los pliegues del semidesierto queretano se extienden bajo ellos por decenas de kilómetros y cambian de color con el paso de las nubes y el avance de las luces del atardecer. Estamos en el corazón de México, sobre la Sierra Madre Oriental, donde los marrones, grises, azules y verdes se suceden mientras el viento sopla con fuerza, como siempre lo hace aquí.

Sin embargo, quizás los Aguillón desearían que su tierra fuera menos fotogénica y más fértil.

Son mineros desde los 16 años (calculo que Rafael, el mayor, aún no cumple los 40), pero la mina no les da de comer todo el año. Cuando no hay trabajo, buscan la manera de sobrevivir.

"Cultivamos frijol, maíz, haba, garbanzo... pero poco, porque las tierras tampoco son tan adecuadas. También nos vamos a la ciudad de Querétaro a la construcción", explica Rafael.

La mina Santa María se encuentra dentro del ejido al que ellos pertenecen. Aquí la tierra es de todos y no hay patrones. Los hombres que extraen el mineral, apenas cuatro o cinco, usan métodos rudimentarios y se encargan de buscar al mejor comprador. "No sabemos para qué se requiere el mercurio. Solo vamos, lo trabajamos y acudemos (sic) al lugar donde lo compran. Más de ahí, 'pal real, (expresión que significa "de ahí en adelante"), no sabemos", dice Rafael.

A este tipo de explotación se le conoce como minería artesanal, aunque lo artesano se refiere, en realidad, a las condiciones de extrema pobreza en las que se trabaja. Debido a que los mineros corren con todos los gastos y carecen de un sueldo fijo, no cuentan con ningún tipo de protección.

"No tenemos cubrebocas ni nada porque se incrementan gastos. Este año, el kilo de mercurio bajó a 380 pesos (unos 22 euros). En 2014, lo máximo que subió fue a 1,060 pesos (unos 60 euros)". Los hombres duermen fuera de la mina, a la intemperie. Tan solo un tejadillo de lámina vieja les protege de la lluvia. No cuentan con baños, camas ni cocineros, de modo que, cuando el alimento se acaba, ascienden nuevamente los cuatro kilómetros que ya conocen de memoria. Entonces, aprovechan para descansar un par de días en sus casas antes de regresar a trabajar.

Todo esto sucede dentro de los límites la de Reserva de la Biosfera Sierra Gorda, donde la minería está permitida y habitan alrededor de cien mil personas.

Como los Aguillón, son miles los mineros que extraen el mercurio como pueden, sin regulación alguna y envenenando agua, aire y suelo. A sus vecinos cercanos y lejanos los condenan también, pues los cientos de minas que ahora están en explotación se encuentran en las cabeceras de cuenca de ríos que surten de agua a un gran número de comunidades y poblaciones. Además, los vapores resultantes de la fundición del mineral pueden viajar y llegar con su toxicidad hasta la Ciudad de México o Puebla, a cientos de kilómetros, de acuerdo a un estudio que pronto publicará la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Por si fuera poco, la minería de mercurio también deja a las comunidades sin provisión de agua cuando se contamina. Un buen ejemplo es la comunidad de La Sierrita donde, tras una inversión millonaria para instalar una red de agua potable, las detonaciones de dinamita hicieron que se secara el manantial y el pueblo quedara sin agua nuevamente.

Otro caso alarmante surgió en junio de este año, cuando un escurrimiento de arsénico, extraído junto con el mercurio, contaminó un manantial e intoxicó a 120 personas de la comunidad del Llano de San Francisco. Mientras los medios señalaban que los médicos ya se encontraban repartiendo ácido fólico, casi nadie se atrevía a pronunciar la palabra muerte.

Muertos en vida, condenados a muerte. Ese es el futuro de los afectados por mercurio o arsénico, así como de todo aquel que extrae de la tierra el mineral. No obstante, el desconocimiento está ampliamente extendido en la Sierra Gorda. Las respuestas de Rafael que a continuación se transcriben no son extrañas, sino algo que cualquier minero podría contestar en la región.

Pregunta: ¿Se siente uno mareado cuando está dentro de la mina?

Respuesta: Mientras la mina no produzca cosas graves químicas, no.

P: ¿Son conscientes de que lo que hacen es peligroso para su salud?

R: Sí. Pero no hay otra cosa que hacer.

P: ¿Qué tan tóxica piensan que es la minería de mercurio?

R: Se puede decir que el 50 por ciento tóxico es cuando hace uno descarga el material. Cuando se destapa el horno hay que tener cuidado con el vapor que se viene encima. No hay que sorber ni aspirar ese vapor, que es el más peligroso que hay. Nos ponemos el paliacate (pañuelo) en la boca y la nariz.

P: ¿Saben si el mercurio se introduce en el cuerpo por la piel?

R: Yo pienso que no. Mientras no sorba uno el vapor, está bien. Si uno lo sorbe, sí puede afectar los pulmones. Pero sí se le quita a uno el apetito. Ya nomás quiere uno beber agua o refresco. Se siente uno más cansado. Los ojos arden, como si tuviera uno vinagre en ellos.

P: ¿Creen que sus hijos se dedicarán a la mina en el futuro?

R: Ellos ya tienen otro tipo de pensar, estudios. Lo que nosotros no tuvimos. Ellos tienen más sabiduría, ya están más civilizados.

Así, mientras se define el destino de sus hijos, los jóvenes padres caminan a zancadas hacia una muerte prematura. En tanto, los habitantes de la Sierra Gorda no saben qué contiene el agua que beben ni el aire que respiran. En mayor o menor medida, quizás todos estemos envenenándonos lentamente.

Nota de la autora: La solución al problema no puede ser la prohibición inmediata de la minería de mercurio, generadora de millones de pesos anuales y de la cual dependen miles de personas en la Sierra Gorda, una zona con escasas oportunidades de empleo.

No obstante, se deben exigir mejoras radicales en las condiciones laborales de los mineros, tanto de aquellos que trabajan por cuenta propia como de los que lo hacen para algún patrón o empresa. Equipo adecuado para reducir al mínimo el contacto directo con el mineral y los vapores que emana, así como tiempos limitados de permanencia dentro de la mina, son indispensables. Además, un sistema de pensiones, jubilación y salud adecuados al trabajo de alto riesgo que realizan.

Adicionalmente, se debe invertir en tecnología para controlar tanto los vapores como los desechos de esta actividad, que no pueden acabar en barrancas a cielo abierto, contaminando el suelo, ni cerca de fuentes de agua. Para todo ello, autoridades locales, estatales y federales, junto con empresarios y ejidatarios, deben negociar para sacar adelante un plan de trabajo efectivo y de carácter urgente.

Hasta el momento, políticos y empresarios han dado sobradas muestras de no estar interesados ni capacitados para realizar esta tarea. En un país donde más de la mitad de la población vive bajo el umbral de la pobreza y carece de cualquier tipo de seguro, la impunidad ante los delitos ambientales es casi total y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) ve cómo se recorta su personal y no cuenta con los recursos ni el conocimiento necesario para desarrollar sus funciones, pedir todo lo anterior es como rogar que llueva en el desierto. Ojalá que alguna nube llegue a descargar su agua.