El arte de la ficción

El arte de la ficción

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Ser escritor es estar condenado a corregir, sostuvo en una de las tres últimas conferencias que impartió antes de morir James Salter (Nueva York, 1925 - Sag Harbor, 2015). Lo decía con esa humildad que lo caracterizó toda su vida, a pesar de ser uno de los grandes de la literatura estadounidense. De hecho, Richard Ford dice que las mejores frases de la prosa americana las ha escrito Salter.

Salamandra edita ahora esas conferencias, dictadas a los 89 años con una lucidez y una precisión admirables, en El arte de la ficción, una breve obra que cuenta con una brillante y acertada introducción del escritor Antonio Muñoz Molina. Todo aquel que ame la escritura, que sueñe con ser escritor o que esté en proceso de serlo, disfrutará cada una de las 110 páginas de este breve libro.

Dice Muñoz Molina en su prólogo muchas cosas interesantes, no sólo de Salter, sino de cómo está el mundo literario (en general). Sirva este párrafo como prueba de su acertado análisis:

En sus palabras no hay rastro de esa insufrible seguridad con la que tantas veces los escritores, veteranos o no, predican ante el público voluntarioso y cautivo de las escuelas o másteres o talleres de escritura, haciendo creer a sus estudiantes que la literatura es una cofradía extremadamente restringida a la que ellos, los profesores, pertenecen, por una especie de derecho dinástico, o de privilegio congénito, y a la que pueden facilitar el acceso, no sin gran condescendencia, al aspirante que reúna las cualidades exigidas -siendo la más valiosa entre todas el sarcasmo arrogante de saberlo ya todo-.

Y luego nos cuenta que James Salter hizo mil cosas antes de dedicarse a la literatura. De hecho, hasta los 44 años, no conoció a nadie vinculado a ese mundo. ¿Sería ese el secreto de su humildad? Sea cual fuere, Salter no sólo fue un gran autor, sino que disecciona los entresijos de la carrera de escritor con una precisión y una profundidad notables.

Por las páginas de El arte de la ficción se pasean maestros como Flaubert, Hemingway, Bábel, Faulkner y un largo etcétera. Para el autor de Todo lo que hay, que los escritores que le gustan son "los que son capaces de observar muy de cerca. Los detalles son todo", explica. Divide a los narradores en dos categorías: ingenuos y sentimentales. Los ingenuos son los naturales, los espontáneos, y escriben lo que les sale de dentro; en esta clasificación encontramos a Shakespeare, Cervantes, Dante o Goethe. Los sentimentales, en cambio, son los que se enfrentan a problemas de estilo y técnica y parecen un tanto más lentos. Aquí figurarían Thomas Mann, Virginia Woolf, Tolstói o Flaubert.

El fracaso, como no puede ser de otro modo, está muy presente en estas páginas. Salter lo vivió especialmente con su novela Años luz, que obtuvo unas críticas iniciales negativas. Explica el tiempo que le costó sobreponerse a ello ("me fui a Francia, donde uno siempre siente que vale la pena ser escritor") con absoluta humildad. Todo escritor experimenta el rechazo en algún momento de su carrera, incluso los más grandes, y Salter es prueba de ello.

No sé de dónde sale el afán por escribir. No creo que sea innato, pero llega pronto (...). Al principio eres capaz de escribir en cualquier sitio, pero has de dedicarle tiempo a escribir, has de escribir en lugar de vivir. Has de dar mucho para recibir algo. Recibes sólo un poco, pero es algo (...). Pero, ¿cuál es el impulso? ¿Por qué se escribe? Ahí está la esencia. Entonces, ¿por qué?

No se pierdan esta joya, tanto si han leído a Salter como si aún no lo han hecho (lo harán, seguro, después de estas páginas). Se quedarán, como me ha ocurrido, con ganas de más. Más anécdotas, recomendaciones y confesiones, más reflexiones sobre el que para muchos es el oficio más bello del mundo.

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