La búsqueda del olvido en una isla

La búsqueda del olvido en una isla

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Decía Rilke que el único viaje es al interior. Tal vez por eso, cuando uno siente que ha tocado fondo o que pasa por un momento complicado elige poner tierra de por medio. Viajar es un gran modo para conocerse a sí mismo y es uno de los temas más universales de la literatura. De hecho, para muchos el viaje es el tema literario por excelencia y todos somos Ulises en algún punto de nuestra existencia.

Las islas siempre han tenido mucho que ver con los momentos turbulentos, las depresiones y la búsqueda de la soledad con fines curativos. Siempre he pensado que es porque las rodea el mar, y de nuevo vuelvo a una cita de un escritor para explicarlo; decía Karen Blixen que "la cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar". Mucho peso tiene el agua en El duelo de Elías Gro, novela del autor portugués Joao Tordo (Lisboa, 1975) y que ha publicado recientemente Volcano libros. Partiendo de una historia universal, la de un hombre que lo deja todo para buscar el aislamiento y el olvido en una pequeña isla, Tordo firma una novela de una gran hondura, una de esas joyas llenas de reflexiones, de ternura y belleza con las que a veces nos topamos los amantes de los libros.

En realidad, no existe ningún camino. Nos convencemos de su existencia, y de tanto fingir que tiene sentido recorrerlo, acabamos por descubrir que se va borrando detrás de nosotros, como la capa de polvo que cubre los muebles de una estancia y que descubrimos al abrir las ventanas después de años de olvido. Lo único que nos queda es continuar sin saber hacia dónde vamos, y si seremos capaces de seguir sin la complicidad de las cosas ya vistas, porque esas se pierden a cada instante. Para eso, y para otros asuntos más cercanos a la vida terrenal, sirven estas palabras; pero sobre todo para eso.

Todo el mundo sabe que no hay plazos para elaborar un duelo, para afrontar el dolor de una pérdida o una ruptura. Lo sabe el protagonista de esta novela, un hombre que busca casi desaparecer y que se instala en una pequeña isla sin nombre en el Atlántico. En su equipaje sólo ha metido los demonios con los que convive desde que un hecho dramático alterase su presente. Pero al llegar a este recóndito lugar se encuentra con ciertos habitantes que alterarán de forma definitiva su plan de vida. Entre ellos, el delicioso personaje de Cecilia, una peculiar niña de once años, o el fantasioso Elías Gro, un pastor protestante con notable peso en la historia. Pronto descubre que, en ocasiones, una diminuta isla casi despoblada puede ser mal lugar para pretender ser invisible.

Continué recorriendo el litoral mientras la luz descubría el borde del cielo. Me di cuenta de que, aunque en el centro de mi pecho existía un agujero inmenso, aquella libertad me procuraba placer. No tenía a dónde ir ni nadie a quién rendir cuentas, no tenía casa ni familia. La melancolía había dejado de molestarme, éramos ya viejos amigos, y a partir de cierto momento, había cosas que ya no se podían arreglar.

Es una novela intimista con un escenario natural potente. Las descripciones son hermosas y, como ocurre en los libros de Volcano, la naturaleza es un protagonista más de las historias. La humanidad de los personajes es indudable, con pasajes conmovedores y situaciones que ponen de relieve la complejidad de las relaciones humanas. Es una de las novelas que más he disfrutado de los últimos tiempos, un libro de los que uno no se olvida con facilidad. Aunque no es conocido en España, en Portugal Joao Tordo tiene ya una consistente carrera y con esta obra ha iniciado la Trilogía de los lugares sin nombre.

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