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Cuando ganar es perder

Las claves de la semana.

"Con otra victoria como ésta, estaré perdido". La cita es de Pirro de Epiro, un guerrero de los márgenes de Grecia. Batallador incansable que en el siglo III a.C invadió Italia y Sicilia tras derrotar varias veces a los ejércitos de Roma. Lo que no logró jamás, como pretendía, fue someterla. Cada vez que lo intentaba, el coste era tan alto en hombres y recursos, que no podía seguir la campaña. Desde entonces los romanos lo llamaron "victorias pírricas", aquellas que dejan al vencedor tan postrado o más que al vencido.

Así fue como la dramática ironía de Pirro quedó para siempre como una comprobación de que tanto en la guerra como en la política, a veces, el que gana, pierde y el que pierde, gana, a pesar de que el aparente vencedor trompetee su éxito. Mejor no cegarse con las cifras y diseccionar los datos para no llevarse a engaño.

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Santamaría, como Pirro

¿Lo habrá hecho ya Soraya Sáenz de Santamaría tras la primera vuelta de las primarias para la presidencia del PP? Su triunfo no puede ser más parecido a los de Pirro. La diferencia es que a ella, por encima de las bajas que hubiera en la batalla o el partido mismo, le interesa el poder sobre todas las cosas. Si Casado defiende una catarsis con la que resintonizar el PP y recuperar el espacio robado en la derecha por Ciudadanos, Santamaría sólo ha hablado en su campaña de recuperar el Gobierno. La interna, le interesa lo justo. Y en todo caso, la suya esta semana ha sido una victoria amarga por las muchas posibilidades que tiene de acabar en derrota.

Por partes. En apariencia, obtuvo 21.500 papeletas, un 37 por ciento de los apoyos, tres puntos por encima de Pablo Casado y once más que Dolores de Cospedal, su mayor enemiga interna que queda además descalificada para la segunda vuelta, a pesar de ser la secretaria general y atribuírsele en teoría un mayor conocimiento de la organización del partido. La derrota de la ex ministra de Defensa sí ha sido sin paliativos.

La primera batalla, aunque por la mínima -1.500 papeletas- la ha ganado Santamaría. La guerra, aún no está escrito. La exvicetodo ha pasado el primer corte, pese al reguero de cadáveres que dejó dentro y fuera del PP durante sus años "monclovitas", su desconocimiento profundo del partido y su ambición desmedida. Los inscritos -menos de un 10 por ciento del censo que el PP decía tener- que han votado a Santamaría parecen haber optado por la continuidad. Y quien pretenda convencer de que la mano derecha de Rajoy en el Gobierno representa el cambio ni conoce el PP ni la trayectoria de la ex vicepresidenta en los últimos diez años.

Una derrota por mayoría absolutísima

Y por ello quizá la suma de votos de los otros cinco aspirantes en la primera vuelta ha arrojado una elocuente conclusión para la votación definitiva. Y es que el "antisorayismo" supera en el PP el 60 por ciento de los afiliados inscritos. Su derrota ha sido por mayoría absolutísima. Así las cosas cuesta creer que los delegados que aportan al cónclave Cospedal o Margallo vayan a votar por Santamaría el próximo 21 de julio cuando la elección dependerá ya únicamente de los compromisarios.

De ahí la oferta de Santamaría a Casado para una candidatura única que el joven vicesecretario de Comunicación ha rechazado de forma categórica, sabedor de que el voto anti Soraya en la segunda vuelta, si no se tuercen las cosas, puede convertirle en el sucesor de Rajoy y próximo presidente del partido. De hecho, tan sólo unas horas después del recuento, el candidato cuyo perfil puede ser más homologable al de Rivera o Pedro Sánchez, ya negociaba con Cospedal y los otros tres aspirantes que tampoco pasaron el corte (García Margallo, José Ramón García Hernández y Elio Cabanes).

Munición pesada contra Casado

Desde ahora y hasta entonces, ya puede a ponerse a cubierto porque los "sorayos" echarán mano de lo que haga falta para sacarle de la pista. Y la munición que siempre han manejado contra todo aquél que se interpone en su camino suele ser pesada. Nunca de fogueo. De hecho, el mismo día que votaban los afiliados las terminales del "sorayismo" ya deslizaban la caída inminente de una "bomba atómica" contra Casado que le obligaría a retirarse de la carrera.

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Nada de ello ha ocurrido todavía, pero todo es posible en las próximas dos semanas. El PP es hoy un partido herido que ha sacado a pasear todas sus vergüenzas internas y se ha imbuido en la misma lucha fratricida por el control orgánico que libran todos los partidos cuando pierden el poder institucional.

El joven diputado tiene sobre su cabeza la espada de Damocles de la Justicia por cómo y de qué manera obtuvo la titulación de sus estudios universitarios, y las huestes de Santamaría aún manejan algunos de los resortes del poder, además del apoyo incondicional de aquellos medios de comunicación a los que benefició durante sus años como vicepresidenta.

Los paralelismos con el PSOE de 2011

Aún en el caso de que lograran tumbar a Casado, o por las tretas o por los votos, la guerra que hoy libran los populares por el control orgánico sería una broma comparada con la que vendría después del Congreso en el caso de que Santamaría se hiciera con la presidencia. Ni notables ni cuadros entregarán sin más el poder del partido a quien siempre consideraron una outsider de la cultura organizativa.

Si Casado no llegara al 21 por motivos exógenos a la competición misma, quienes conocen bien el PP auguran que tras la segunda fallida, vendría una tercera vuelta. Dicho de otro modo: que Santamaría no sobreviviría teniendo en contra a más del 60 por ciento del partido, como ha demostrado este primer asalto. Cada día que pasa la batalla en Génova se parece más a la que libró el PSOE en el congreso extraordinario de Sevilla que eligió a Rubalcaba secretario general con una diferencia de tan sólo 22 votos frente a Carme Chacón, pero con la mitad del partido cuestionando sus decisiones y su liderazgo.

De aquello, han pasado ya siete años y muchas de las heridas que provocó aquél cónclave y los que le sucedieron permanecen aún abiertas. Pues eso... Que si Santamaría fuera la elegida bien podría convertirse en el Rubalcaba de la derecha, salvadas todas las distancias, que son muchas, pero con algún parecido.